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CRíTICA cine

«Rabia», la casa habitada

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Koldo LANDALUZE I

En esta su tercera experiencia detrás de la cámara, el cineasta ecuatoriano Santiago Cordero ha contado con el respaldo de un padrino de lujo, Guillermo del Toro. Dicho apoyo queda reflejado en la idea común que tienen ambos cineastas sobre cómo debe ser plasmado en imágenes lo insólito. Esta subversión de lo cotidiano mediante algo inusual, adquiere su dimensión verdadera y más trágica en la conversión de hombre a fantasma que padece el protagonista de esta sobrecogedora historia, que arranca siendo un historia sobre inmigrantes sin papeles y deriva hacia los territorios del romance dramático, el thriller y el suspense en su vertiente más hitchockiana.

En cuanto el protagonista busca refugio al otro lado de las paredes del decrépito caserón en el que trabaja como asistenta su compañera, “Rabia” se transforma en un desolador mapa humano en el que sale a relucir la otra cara de un clan familiar ahogado en sus propias miserias.

Magníficamente interpretada por un reparto bien medido, destaca el trabajo físico que ha llevado a cabo Gustavo Sánchez Parra para mostrar el progresivo deterioro físico que padece su cuerpo durante su autoreclusión, algo muy similar a lo que hizo Christian Bale en “El maquinista”. Al otro lado de las paredes, nos encontramos con la ternura que emana de la mirada de Martina García y la solvente presencia de una Concha Velasco cuyos gestos y palabras delatan que su vida, al igual que el caserón, se está deteriorando lenta e inexorablemente.

Es cierto que en la trama tropezamos con algunas ideas que, por ejemplo, ya trató con anterioridad Kim Ki-Duk en “Hierro3”, pero el gran mérito de Cordero radica en la fuerza poderosa de un estilo visual que subraya con gran intensidad los dolores y las emociones que nunca pueden ser mostrados, porque están delimitados por el grosor de unos tabiques y el obligado silencio de un testigo que debe permanecer en silencio obligatoriamente.
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