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Análisis | Sangriento ataque sionista a la solidaridad

Coartada o maniobra de distracción

La socorrida tesis de que Israel se ha convertido actualmente en una suerte de monstruo que actúa de forma alocada y desmedida sirve para ocultar la complicidad occidental en el drama de la población palestina y para evitar la pregunta, y sobre todo la aterradora respuesta, a la cuestión central: ¿Qué es lo que realmente ha movido al Gobierno de Tel Aviv a dar semejante paso al frente?

Dabid LAZKANOITURBURU

La brutalidad del asalto en aguas internacionales a la flota humanitaria que tenía como destino el gigantesco campo de concentración de Gaza ha generado una mezcla de estupor e indignación en una opinión pública ya acostumbrada a los excesos de Israel.

La ira se expresa en las movilizaciones en todo el mundo. Racionalizar la estupefacción es más complicado y exige buscar una explicación coherente, en este caso a la decisión de atacar a cientos de personas desarmadas en alta mar.

Dejando al margen los intentos justificadores de tamaña tropelía -se descalifican por sí mismos-, la opinión general que hemos escuchado y leído estos días se puede resumir en la siguiente frase: «Estos israelíes están locos...».

Pero no lo están. Tal conclusión sicologista resulta comprensible y es fácilmente vendible, pero esconde en el fondo una trampa, al sostener que Israel es un caso excepcional, sin parangón, y que sus dirigentes actúan sin tener en cuenta las circunstancias y la opinión del resto de actores internacionales.

Es un argumento que, llevado al extremo, permite presentar la acción del Ejército israelí como un exceso desproporcionado, tal y como ha hecho buena parte de la prensa israelí. Ésta no pone en cuestión el resultado de la acción, sino las circunstancias concretas. «Está bien impedir que la solidaridad internacional llegue a Gaza y que su población siga sufriendo el bloqueo. Lo que no está bien es el método escogido por el Gobierno israelí», los «siete estúpidos» según el diario «Haaretz».

Pero, lo que es más peligroso, sobre todo por más cercano, esa tesis está siendo aireada por creadores de opinión occidentales como una excusa para justificar la tibieza de sus gobiernos a la hora de reaccionar ante el último escándalo protagonizado por Tel Aviv. «Conviene no presionar al loco, no sea que arme una más gorda aún».

Insisten estos en recordar que el panorama político israelí está dominado por las tendencias más extremas del sionismo, personificadas en Netanyahu y en su ministro de Exteriores, Lieberman. Como si la estrategia del Estado israelí de aniquilación del pueblo palestino obedeciera simplemente a contingencias electorales.

Olvidan conscientemente estos «pensadores» que el laborismo israelí (la «izquierda» según su diccionario) ha protagonizado en la historia algunos de los episodios más sangrientos de la historia del Estado judío. Y que el actual ministro de Defensa, Ehud Barak, es él mismo el líder del laborismo israelí.

Pero, más allá de esos olvidos, lo que se trata de ocultar tras esa estratagema dialéctica es que Israel no es más que la réplica, exageradamente deformada si se quiere, de Occidente ante el espejo. El Gobierno israelí ha justificado su operativo criminalizando, sin mostrar prueba alguna, a los solidarios de la flotilla. Criminalizando la solidaridad y tachándola de terrorismo. ¿No les suena? Los castigos a los familiares, la criminalización de todo un pueblo, la prohibición de partidos políticos...no son exclusivas de Israel. Tel Aviv no ha inventado las ejecuciones extrajudiciales, los bombardeos, siempre indiscriminados...

Se objetará que comparar la situación en los territorios ocupados y otras partes del mundo es pura y odiosa demagogia. Vale. Pero lo que ocurre es que la misma Unión Europea que ahora se rasga las vestiduras por la situación humanitaria que se vive en Gaza fue la que apoyó de manera entusiasta su bloqueo tras el triunfo electoral de Hamas en las elecciones de 2006. La misma UE que avaló el recrudecimiento de ese bloqueo un año más tarde, cuando la formación islamista abortó un intento de golpe de estado en la Franja protagonizado por elementos de la vieja guardia de Al-Fatah y auspiciado por Israel. La misma UE, en fin, que a día de hoy deja en manos de Israel la ayuda humanitaria destinada a Gaza, con lo que no hace sino premiar al verdugo, permitiéndole que la use a su antojo.

Las actuales voces contra el bloqueo que se escuchan en los pasillos de Bruselas tienen más que ver con el constatado fracaso de esta medida, que no ha hecho sino reforzar a la Resistencia Islámica, eso sí, con un coste humanitario altísimo.

Puede sonar exculpatorio, pero en lo único que tiene razón estos días el Gobierno de Netanyahu es en acusar a Occidente de «hipocresía». El Estado israelí, y la mayoría de su población judía, percibe que los gobiernos europeos no son consecuentes en su posición ante el tamaño de las amenazas externas e internas, ciertas, que afronta el único régimen occidental homologable en Oriente Medio.

Porque no es la locura, sino la premura, lo que mueve a Israel. Sabe que el tiempo corre en su contra y se ha embarcado en una carrera que, en vez de ayudarle a sortear el abismo, puede acabar acelerando su caída.

Sólo en este contexto puede explicarse la última salvajada israelí. Históricamente, Israel ha utilizado a la perfección la táctica de los mensajes indirectos. Al atacar a los solidarios, trata de cortar en seco cualquier intento de aliviar el bloqueo de Gaza, pero lo que hace realmente es mandar un recado a Turquía -que desde la llegada al poder de los islamistas del AKP ha dado un giro a su política, acentuando su perfil regional y musulmán- y, sobre todo, poner a los EEUU de Obama ante una situación de hechos consumados.

El tímido aunque loable intento del sucesor de Bush en la Casa Blanca de marcar el inicio de una nueva relación con los países árabes y musulmanes -para cuyas poblaciones el palestino es uno de los problemas principales- saltó definitivamente por la borda del «Mavi Marmara» el pasado lunes. Justo tres días después de que la cumbre contra la proliferación nuclear aprobara una resolución, no vetada por Washington, en la que se apuesta por un Oriente Medio libre de armas nucleares y se insta a Israel a que se someta a la jurisdicción internacional.

Este giro por parte de un Obama que ha hecho bandera del desarme mundial y la mediación turca para encarrilar el problema del programa nuclear iraní encendieron los motores de los helicópteros y los fuerabordas israelíes para el abordaje a la Flotilla de la Libertad.

El desenlace dejó al presidente estadounidense plantado y planchado en la Casa Blanca, donde esperaba recibir al primer ministro israelí al día siguiente, justo dos meses después del conflicto bilateral -rapapolvos de Obama a Netanyahu incluido- provocado por Tel Aviv cuando anunció la ampliación de la colonización de Jerusalén Oriental socavando la diplomacia de Washington.

A Obama no le quedan muchas opciones. Las declaraciones de su vicepresidente, Joe Biden, quien vino a justificar a Israel reconociéndole su derecho a impedir la entrada de barcos a Gaza, apuntan a que Washington seguirá contemporizando con los «excesos» de Israel. El lobby judío y el sionismo cristiano estadounidense siguen teniendo mucho peso en un país cuyo sometimiento a los diktat israelíes puede considerarse una constante desde la creación del Estado de Israel en 1948.

En esta línea, tampoco faltan voces que, desde el interior de Israel, alertan de que el objetivo último del asalto a la flota que viajaba a Gaza sería preparar el terreno para una nueva guerra que prácticamente todos dan por segura en Tel Aviv. La duda reside únicamente en quién será esta vez la víctima.

Y es un escenario que seguro no sería visto con malos ojos en Washington, incluidos algunos sectores que forman parte de la nueva Administración. Todo depende de cómo evolucionen los escenarios afgano e iraquí. La de Afganistán parece una batalla perdida, mientras Irak sigue anclado en una crisis latente que puede terminar por estallar. De confirmarse los peores presagios, EEUU se vería libre de ataduras -el riesgo de que Irán convierta ambos escenarios en un infierno ha frenado hasta ahora muchos ímpetus en el Pentágono- e Israel podría, en ese contexto, volver a convertirse en la avanzadilla militar de una nueva aventura armada.

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