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Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social

El timo del sistema capitalista

Este terrorismo «legal» de la clase privilegiada [el del vertido de Unión Carbide en Bhopal] es castigado con 50 céntimos de euro por fallecido. Claro, las leyes son de ellos y para ellos, a esto le llaman la «democracia capitalista»

Lo del sistema capitalista es una forma de entender las cosas en el absurdo de que unos pocos acumulan más riquezas que la inmensa mayoría de los habitantes del mundo y que en nombre del progreso se establecen unas leyes fundamentales e intocables donde se preestablece que es el único sistema conocido que funciona y que, llegado el momento, debemos ser justamente los menos agraciados del sistema quienes saneemos o solventemos las «pérdidas» a una clase privilegiada.

El sistema capitalista, tan efectivo como terrorista, elimina cualquier derecho a quienes no produzcan bienes para los que los dirigen. El sistema carece de escrúpulos y basa su funcionamiento en acumular mas y más a cuenta de quien sea y como sea, no descartando en su funcionamiento la discriminación de cualquier ser humano en función de la selectividad productiva, es decir, el uso de humanos sólo para producir, aun a costa de nuestra propia vida, todo para que esa minoría mundial viva como clase privilegiada, que se considera es intocable.

El sistema establece normas de funcionamiento y sus medios para controlar cualquier deterioro del sistema económico-productivo que le es propio, de beneficios por producción ajena por una clase explotable. Y para ello hace uso de seres humanos armados, leyes, razones de estado, incluso teológicas, para garantizar su buena salud, eterno poder.

Es la razón por la que somos educados para ser dóciles y, una vez adoctrinados, ser los agentes pasivos necesarios del propio sistema ilógico de explotación. Otros aún más dóciles se convierten en los engranajes de transmisión y control de conductas. También el sistema cruel cuenta con un sinfín de adeptos y acólitos garantistas. Por ello, las inconformidades se canalizan de manera que no sean tocados o puestos en duda los derechos discriminatorios de los privilegiados, nuestros únicos enemigos potenciales. ¿Cómo, si no, entender la pasividad de quienes sufrimos día tras día las razones de esta explotación de manera sumisa?

Y es que el sistema funciona, porque cada vez que parece quebrar emerge con nuevas fuerzas. Para ello, también tienen años de anclaje y un colchón de seguridad avalado por un colectivo humano dirigente totalmente hermético y claro en sus objetivos, cosa que no pasa con el resto de la paciente humanidad, totalmente individualizada, a la que le falta un objetivo común, porque nos movemos al son que nos marcan las circunstancias.

Solo así, y con enorme cinismo, se puede entender que un suceso tan lamentable como el de Bhopal (India), donde un vertido de 42 toneladas de isocianato de metilo por la empresa Unión Carbide, que produjo 20.000 fallecidos y 600.000 afectados, haya recibido la sanción para ocho de sus directivos de dos años de prisión y 500.000 rupias de multa (8.900 euros). Es decir, este terrorismo «legal» de la clase privilegiada es castigado con 50 céntimos de euro por fallecido. Claro, las leyes son de ellos y para ellos, a esto le llaman la «democracia capitalista».

Pero podríamos citar del caso de Chernobil, del vertido actual de petróleo en los EEUU, los fallecidos y lisiados por accidentes laborales, los muertos por hambre, el infanticidio de 5.000 niños diarios, las guerras por intereses económicos, los desastres ecológicos, la contaminación, la explotación desmedida de los recursos naturales, el narcotráfico, el tráfico de armas... todo justificable y asumible para el sistema cruel. Este sistema capitalista, que ahora, en otra muestra más de su irracional funcionamiento, nos habla de crisis, una crisis provocada por ellos mismos en su afán insaciable de acumular muchas más riquezas en manos de unos pocos, pero que deberemos asumir todos nosotros como algo normal.

Nos piden al resto de los humanos paciencia e inteligencia para entenderles y asumir nuestro futuro incierto.

Y es que nos sobran razones para destruir el sistema capitalista de una puñetera vez, pero lo que nos falta es tomar conciencia y hacerlo. Lo contrario es seguir como estamos y quejarnos cuando nos toque el zarpazo cruel de quienes nos niegan la vida digna y un futuro.

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