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El pasado y el futuro incierto van de la mano en la desconocida Bulgaria

Bulgaria reivindica la riqueza de los pueblos que han hollado su suelo, tan importante en su día en términos geoestratégicos. Los tracios, los protobúlgaros, los eslavos, los búlgaros, los turcos... pasaron por estas tierras, enriqueciendo la cultura y tradición de este desconocido país balcánico.

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Txente REKONDO | GAIN

Más recientemente, la historia del país estuvo ligada a las luchas por liberarse del llamado «yugo turco», como define buena parte de su población la ocupación del imperio otomano durante cerca de medio siglo. A finales del siglo XIX, junto a la decadencia del imperio de la Sublime Puerta, Bulgaria vivió el llamado Movimiento Revolucionario Búlgaro, que ensayó diferentes sublevaciones contra los ocupantes y que desembocaría en la llamada guerra entre Rusia y el Imperio Otomano, que posibilitó finalmente a Bulgaria recuperar su independencia en 1878, aunque como principado otomano.

Ya en el siglo XX, el rey Boris III se alió con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y tras la derrota de éstos, se inició un período socialista que acabó en 1990, cuando el llamado espacio soviético se derrumbó. A partir de esa fecha, el país siguió la estela de otros estados que antiguamente habían estado en la órbita de la URSS, caracterizada sobre todo por la aplicación de políticas neoliberales, privatizaciones, el acceso a la OTAN (2004) y a la Unión Europea (2007).

La historia, por tanto, tiene un importante componente en la Bulgaria actual. Sin embargo, llama la atención la desaparición de la mayoría de estatuas y monumentos relativos a la llamada época socialista. Son pocas las muestras de homenaje a los soldados soviéticos y búlgaros que combatieron contra los nazis. El monumento al Ejército soviético en Sofía, o la imponente estatua que todavía se ve en una de las colinas que rodea la segunda ciudad búlgara, Plovdiv, son algunos de los pocos ejemplos que todavía perduran.

Y sin embargo, es curioso, cómo todavía algunos siguen empeñados en reescribir la historia u ocultar esa etapa del pasado búlgaro. Algo que además contrasta con los monumentos a los «héroes» que, aliados de los nazis, combatieron contra las tropas soviéticas o contra los comunistas locales. No faltan, sin embargo, los monumentos a algunos zares rusos, a quienes se agradece su lucha contra los turcos.

También hay otro actor que evidentemente ha recuperado su protagonismo en los últimos años. Se trata de la Iglesia Ortodoxa búlgara. Por todo el país se pueden encontrar monasterios e iglesias, con gran profusión de frescos, iconos y tallas de madera. Los enfrentamientos de esta iglesia con los turcos primero le han conferido un status privilegiado. Además, durante el período socialista, sus jerarcas supieron coexistir con el nuevo sistema político, hasta llegar a una estrecha colaboración en muchas ocasiones. Por todo ello no es de extrañar que la mayor parte de la población búlgara siga visitando los lugares de culto, y la religión siga teniendo un importante peso en la sociedad.

La «Gran Bulgaria»

Hay otro elemento que todavía suscita polémica o interés, según el prisma, en torno a la historia búlgara. Así, Natalia, una joven universitaria, hace referencia una y otra vez a Macedonia «como parte de nuestro país», así como otros «territorios amputados a Bulgaria por las grandes potencias y que hoy en día están en otros estados». Sus amigos universitarios se animan entonces y comienzan a mostrarnos un mapa donde sitúan las fronteras de una especie de «Gran Bulgaria» que para ellos no es otra que una realidad asociada a su pasado. Las diferentes guerras, los intereses de las potencias mundiales y las Guerras Balcánicas acabaron definiendo los límites de la actual Bulgaria, y todavía son muchos los que ponen en duda esa «partición» del país.

Los cambios de los últimos años nos muestran un país lleno de contrastes. Así, el centro de la capital, Sofía, con sus calles empedradas y sus monumentos y edificios históricos, no tiene mucha relación con los barrios de la periferia, que todavía muestran la típica arquitectura de los años 60 o 70. Evidentemente, el respeto por las edificaciones históricas lleva parejo un importante esfuerzo para su conservación, y como ejemplo sirve el hecho acontecido en torno a la construcción de la nueva línea de metro en Sofía.

Durante esos trabajos se han descubierto importantes restos de la antigua ciudad, lo que ha supuesto la paralización inmediata de esas labores del metro y el estudio de una nueva vía, todo ello con el fin de preservar esos restos históricos. Esta medida ha sido adoptada por las autoridades locales y por la propia empresa del metro, algo totalmente impensable en nuestro entorno, donde el respeto por ese tipo de muestras brilla por su ausencia.

También llama la atención la presencia en las calles del país de automóviles de gran cilindrada, compartiendo espacio con otros vehículos de hace varias décadas. Esa situación sorprende en cierta medida al extranjero que llega por primera vez al país, pero como señala Stela, «muchas famitas búlgaras utilizan sus ahorros en ese tipo de coches o en la construcción de una nueva vivienda, sobre todo fuera de las ciudades». El comercio de ese tipo de coches procede por lo general de Alemania y de otros países europeos, donde los coches de segunda mano, relativamente nuevos, son una pieza muy apreciada por parte de la población búlgara.

Contraste también encontramos en las calles y en la juventud. Mientras muchos jóvenes se reúnen en plazas para celebrara su propio «botellón» -aunque tras el mismo el espacio utilizado no refleja la suciedad que estamos acostumbrados en nuestras calles-, otra parte de esa juventud alterna por los locales de moda, haciendo gala de una ostentación que contrasta con los grupos anteriormente citados. Coches de gran cilindrada, trajes caros, casinos, discotecas...son por tanto la otra cara de esa juventud, la de aquellos que han sabido aprovecharse del desmantelamiento del estado de bienestar de los setenta y de las privatizaciones de las empresas estatales. Sin olvidar tampoco a aquellos que se ha enriquecido, como en todo el mundo, por sus actividades al margen de la ley.

Pese a los cantos de sirena que algunos lanzan ante la «transformación de Bulgaria», otras voces son mucho más críticas. Los pensionistas han visto cómo su poder adquisitivo ha disminuido y la asistencia que recibían hace años cada vez es más escasa; el precio de la vivienda imposibilita que muchos jóvenes puedan adquirir un piso, de ahí que, sobre todo en las grandes ciudades, no sea nada raro que varias parejas compartan vivienda; la privatización de la educación ha arrinconado al sistema público, y hoy en día, profesores y médicos tienen sueldos bastantes bajos. Stela nos resume así la percepción de algunos búlgaros de su pasado más reciente: «Nuestros abuelos todavía añoran los tiempos pasados, cuando el estado les dotaba de buena parte de sus necesidades; nuestros padres están divididos, resaltan lo positivo, pero no olvidan los aspectos negativos de aquella época; y nosotros, los más jóvenes, recordamos momentos de una infancia feliz, pero poco más».

Alianza «contra natura»

La vida política del país, también ha sufrido importantes cambios en las últimas décadas. La llamada transición política búlgara rediseñó la escena política, y en las elecciones de 2005 se produjo una coalición sui generis. El Partido Socialista Búlgaro (PSB) unió sus fuerzas a las del Movimiento por los Derechos y las Libertades, de la minoría turca, y el Movimiento Nacional Simeon II, de corte realista. Esta alianza contra natura ha saltado por los aires en los comicios del 2009, en las que triunfó el nuevo primer ministro, Boiko Borisov, quien arrasó con sus promesas de mano dura y presentándose como «un hombre del pueblo. Sus declaraciones de lucha contra la corrupción y el fraude -la mayoría de la población búlgara cree que ese es el principal problema del país- le auparon a esa privilegiada posición, que además se ha visto favorecida por la fragmentación de la oposición.

En esa fotografía política destaca también la Unión Nacional Ataka, liderada por Volen Siderov, un partido resultado de la unión de diferentes formaciones de extrema derecha y con claros contenidos xenófobos -sus ataques contra las minorías gitana o turca son un claro ejemplo-. Ha logrado situarse en torno al 10-15% en las citas electorales, atrayendo los votos de los desencantados con el sistema pero con un claro signo reaccionario y xenófobo.

Bulgaria es un país de contrastes en todos sus sentidos. En lo social, pero también en lo geográfico (su riqueza natural, con siete sistemas montañosos; su diversidad paisajística; y sus diferentes tradiciones). Este país balcánico nos muestra las diferentes caras y aspectos de sus gentes. Los vinos de Bulgaria, el aceite de rosas, el yogur búlgaro, sus construcciones, sus monumentos o incluso su cocina... pueden servirnos como excusa para visitar y conocer de primera mano lo que nos presenta Bulgaria en pleno siglo XXI.

La minoría turca y los Pomak

Los turcos representan la minoría más importante de Bulgaria, cerca del diez por ciento de la población según el censo del 2001, pero para muchos búlgaros, el crecimiento demográfico de los últimos años por parte de dicha minoría habría sobrepasado esas cifras. La presencia del imperio otomano en estas tierras está directamente relacionada con el devenir de eso turcos de Bulgaria. El llamado «yugo turco» siempre ha pesado mucho sobre el subconsciente del país, de ahí que la postura histórica hacia esta minoría siempre haya estado marcada por medidas controvertidas.

La propiedad de las tierras, las campañas de asimilación (cambio de nombres turcos por búlgaros, tanto de personas como de pueblos y ciudades), las «invitaciones» para su «repatriación» a Turquía (sólo en la década de los ochenta más de trescientos mil turcos partieron hacia Turquía, donde tampoco son muy bien recibidos, a pesar de las campañas mediáticas y propagandística de los dirigentes turcos).

En las últimas décadas, en torno al Movimiento por los Derechos y las Libertades, esta minoría se ha organizado políticamente, y aprovechando su papel bisagra en el parlamento búlgaro, ha arrancado del resto de formaciones importantes acuerdos, que al mismo tiempo son rechazados por los partidos conservadores, que los presentan como la prueba «del nuevo peligro turco». Lo cierto es que los representantes políticos de ese movimiento son conscientes de su fuerza sobre todo en las zonas mayoritariamente pobladas por población turca, y en los últimos tiempos han lanzado campañas para recuperar los nombres turcos y para aumentar sus cotas de poder en esas zonas.

Un caso aparte lo representan los Pomak, los nativos búlgaros, de origen eslavo, que se convirtieron al Islam durante el imperio otomano. Concentrados mayormente en torno a la montañas de los Rodopes, este grupo ha sufrido también importantes campañas de asimilación, siendo obligados a cambiar sus nombres turco-arábigos por búlgaros, así como en ocasiones a convertirse a la iglesia ortodoxa.

Esas medidas han hecho que esta minoría busque amparo en las zonas montañosas, al tiempo que han intentado un cierto aislamiento, lo que ha motivado que los matrimonios se celebren entre miembros del mismo grupo. Su peso demográfico y político no es tan importante como el de la minoría turca, de ahí que esa búsqueda de aislamiento les confiera una situación muy especial dentro de Bulgaria actualmente. T.R.

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