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Javier Ramos Sánchez jurista

La legítima violencia

Cuando Raskolnikov, el héroe de Dostoyevski en «Crimen y castigo», trata de justificar el asesinato de la vieja usurera Alena Ivanovna, recurre a las crueles matanzas llevadas a cabo por Napoleón, un hombre sin duda glorificado y encumbrado por mor de sus brillantes tácticas militares, las que, sin embargo, produjeron decenas de miles de muertos, heridos y mutilados. Todo se le ha perdonado al gran estratega, se queja amargamente el personaje, precisamente, porque condujo a la muerte a miles de hombres en lugar de acabar con la vida de uno sólo. Si así hubiera sucedido, si tan sólo una persona hubiera muerto a manos del gran general, entonces hubiera pasado de héroe a villano con la misma facilidad con la que muta su naturaleza el vino en vinagre.

Acabar con la vida de miles de personas, en Irak o Afganistán, incluso cuando las víctimas concurren al dichoso evento de una boda, forma parte de la «violencia legítima» de ciertos estados aliados que se han autoconferido el derecho a invadir, sojuzgar, violar y masacrar a otros pueblos porque, como dijera el jefe del Estado alemán en desdichado desliz, así también defienden sus intereses económicos. Los únicos, digamoslo claramente, que cuentan en éste y otros mundanos asuntos. Simples «daños colaterales», en suma. El Estado de Israel lleva implementando esta política de «Estado gamberro» prácticamente desde que ocupó la tierra palestina, allá por 1948. Desde entonces se dedica, y con no poco éxito vista la permisividad de la comunidad internacional, al asesinato selectivo, al despojo de tierras palestinas, las incursiones militares contra civiles, la utilización de armas químicas prohibidas por convenios internacionales, la piratería en alta mar y otras tropelías que por innumerables obviamos citar. Las resoluciones de la ONU al respecto simplemente se las pasa por el arco de triunfo, gracias a la mano amiga del «capo di capi», los EEUU de Norteamérica. Así son las cosas en este mundo de hipócritas y asesinos de masas.

En Euskal Herria, sin embargo, la vara de medir es bien otra. Cuando el actual lehendakari, ilegítimo ab origine pues es bien sabido que ocupa el cargo en base a una amputación previa del cuerpo electoral, nos declama sobre la «deslegitimación de la violencia», la náusea asoma al estómago y la sangre a la tez, de pura vergüenza ajena. Un hombre que pertenece al mismo partido que utilizó las cloacas del Estado para secuestrar y asesinar en nombre del GAL nos ilustra nada menos que sobre pacifismo y deslegitimación de la violencia. Ver para creer.

Vayamos por partes. El manoseado Plan del impostor lehendakari simplemente pretende adoctrinar al alumnado en la supuesta ilegitimidad de una y nada más que una de las violencias, la que ejerce ETA, naturalmente. Lo mismo hubiera dicho y hecho el señor Goebels acerca de la violencia de los «terroristas» que atacaban las unidades de la Wehrmacht. La cuestión es bien peliaguda empero.

¿Es acaso Euskal Herria un país ocupado? Respóndase el lector como mejor pueda. ¿Resulta legítima la actividad armada frente a la ocupación? El Código penal vigente me impide responder a esta cuestión. ¿Cuántos muertos hay que poner encima de la mesa para que el vulgar asesino pase a ser declarado contendiente y su inicial actividad criminal fruto de un «conflicto político»? ¿Por qué tiene más derecho el Estado de Israel a atacar y asesinar a una flotilla de activistas pacíficos en aguas internacionales y menos la guerrilla chechena o la insurgencia colombiana a ejercer esa misma actividad armada?

¿De qué violencia nos hablan esos melifluos obispos impuestos, quizá de la que ha ejercido la Iglesia en los últimos 2.000 años al servicio del poder establecido? Se estima que 500.000 personas fueron declaradas culpables de «brujería» y murieron quemadas entre los siglos XV y XVII, la mayoría mujeres. Previamente y con el consentimiento papal fueron brutalmente torturadas para que denunciasen a otras futuras víctimas. Todo bajo la corrupta vigilancia de esa «misericordiosa» Madre Iglesia.

¿De qué violencia osa mentar la derecha franquista actual que promovió un golpe de Estado que dejó cientos de miles de víctimas, torturadas y vilmente asesinados, además de confiscar sus bienes y pertenencias? La misma derecha que nunca ha condenado al dictador ni a sus herederos políticos. El señor Basagoiti pierde muchas oportunidades de estarse callado. Más muy al contrario, alardea y se revuelca en su repugnante cinismo. Y puede hacerlo porque maneja los hilos del ilegítimo Gobierno de Gasteiz. El herrumbroso PSOE de la mano, y maniatado, por los cuneteros de 1936, para escarnio de sus familiares asesinados.

El mentado plan de «Convivencia democrática y de deslegitimación de la violencia» nos habla de «valores democráticos» y a buen seguro que se refiere a aquellos que permiten, por ejemplo, que parte de la ciudadanía vasca siga sin poder ejercer su derecho de sufragio activo y pasivo, a que conocidos líderes políticos sigan encarcelados precisamente por ejercer la política, a que se sigan produciendo denuncias de malos tratos y torturas con cada nueva razzia policial o a que, en fin, la palabra y la decisión del Pueblo vasco siga siendo preterida y ninguneada con el desprecio que se manifiesta por una colonia sojuzgada. Esos son sus «valores democráticos» y aquellas sus «instituciones» para hacerlos valer, por las buenas o por las malas. Y pretenden que la gente comulgue con esas ruedas de molino. Vosotros inventasteis el terrorismo, el que mayor terror produce, el terrorismo de estado. No tenéis la más mínima autoridad política ni moral para dar lecciones de convivencia, menos aún de democracia y desde luego ninguna sobre derechos humanos. Y la sociedad vasca lo sabe perfectamente. A otro perro, pues, con ese hueso.

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