Análisis | Crisis política en Irán
Un movimiento heterogéneo contra la nueva élite en el poder
A día de hoy las divisiones en la élite política y religiosa en Irán son el reflejo de la existencia de distintas facciones con intereses divergentes. Y mientras Irán sigue afrontando grandes retos internos, su política exterior, su papel en la región y su programa nuclear añaden mayor incertidumbre a ese futuro inmediato.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
El autor realiza una disección de la heterogénea y faccionada oposición que se presenta bajo el manto del movimiento verde y ofrece, paralelamente, una radiografía de la nueva élite en el poder en Irán, personificada en su presidente, Mahmud Ahmedineyad.
Tras las elecciones presidenciales del pasado año, Irán ha experimentado una sucesión de protestas que después de vivir su punto álgido de verano de 2009 se han ido desinflando. Al año de aquellos comicios, los dirigentes de Irán han logrado desactivar en parte aquel movimiento opositor. Para ello no han dudado en utilizar la represión, aunque las desavenencias internas en el seno de la oposición y el miedo al cambio de parte de ésta también han contribuido.
Además, recientes acontecimientos han mostrado de nuevo el doble rasero de la mal llamada comunidad internacional, que no duda en aplicar sanciones a Irán mientras permite cualquier tropelía sionista. Esta situación también ayuda a los líderes iraníes a enfrentar las disidencias internas.
La radiografía del llamado «movimiento verde», que muchos pretenden entroncar en la línea de las pasadas revoluciones coloristas, es más compleja. Algunos apuntan al auge de una nueva clase media, que contaría también con el apoyo de sectores conservadores religiosos, y que rechazan de plano el supuesto «radicalismo del presidente Mahmud Ahmedinejad» y buena parte de «los valores conservadores de la élite clerical».
La heterogeneidad de ese movimiento está en su propia composición (antiguos reformistas, jóvenes, nueva generación de activistas políticos, disidentes o exiliados), pero se observa también una clara falta de liderazgo y de estrategia coherente. El rechazo al Gobierno parece ser el eje mediático que moviliza a buena parte de la oposición.
Pero todo se sustenta en un discurso político y económico muy confuso, que en ocasiones sitúa a muchos de sus dirigentes en una clara línea reformista y muestra de su incapacidad para romper con el establishment. Un somero repaso a las posiciones de tres de las principales figuras opositoras (Mussavi, Karrubi o Rezaie) evidencia esa diversidad, que indudablemente no contribuye a asentar las bases para un fuerte modelo de oposición.
El faccionalismo político es una característica de Irán. Al heterogéneo movimiento opositor actual se unieron al inicio los conservadores reformistas de Mussavi, los conservadores liberales de Jatami, los tecnócratas de Rafsanjani, los conservadores tradicionales de Nategh-Nuri y otras fuerzas de derecha más moderada como Larijani, todos impulsados por su pérdida evidente de poder en el status quo iraní. Otras fuerzas, que rechazan toda medida reformista y apuestan por una ruptura, han tenido que compartir espacio con esos nuevos aliados. El resultado es evidente, y no es probable que la actual caracterización del «movimiento verde» pueda perdurar a medio o largo plazo.
El auge de una nueva élite política ha caracterizado la coyuntura iraní. La nueva facción ha desplazado del poder político (y pretende hacerlo del religioso) a los conservadores pragmáticos y tradicionales, eclipsando el futuro de Rafsanjani y poniendo fin a toda esperanza de los reformistas por volver al Gobierno.
Las elecciones municipales de 2003, en las que la Alianza de los Constructores de un Irán islámico (Abadgaran) triunfó en Teherán, seguido del triunfo parlamentario el siguiente año, y coronado con la victoria de Ahmedinejad en las presidenciales de 2005 representa la hoja de ruta de esta nueva élite política, que se estaría haciendo con el poder a costa de los llamados conservadores tradicionales.
A día de hoy tres son los pilares del poder en Irán. Por un lado está el Líder Supremo, Ali Jamenei, que siguiendo el modelo de Jomeini, busca mantener un equilibrio entre las facciones para asegurar su propia supervivencia, lo que le lleva a apostar siempre a caballo ganador; por otro, los Guardianes de la Revolución, y en tercer lugar, el Gobierno de Ahmadinejad.
Pero para entender mejor el ascenso de esa facción es necesario recurrir a otras organizaciones que han contribuido a ello. Ansar-e-Hezbollah (Seguidores del Partido de Dios), fundada en 1995, estaba compuesta en su inicio por grupos y personas políticamente marginadas, por veteranos de la guerra con Irak y miembros del Basij. Posteriormente se incorporaron sectores más jóvenes, y muchos miembros de la organización ocupan cargos relevantes en todo el país.
Otra fuerza muy influyente es la conformada en torno a Jamiyat-e-Isar Garan-e Enghelab-e Eslami (Sociedad de devotos de la Revolución Islámica), que defiende el sistema del Velayat-e faqih, el anticapitalismo, el antiimperialismo y la lucha contra «la invasión cultural». En la misma línea se sitúa la Sociedad Islámica de Ingenieros, creada en 1987, y a la que pertenece Ahmedineyad.
La Escuela Haqqani es sin duda alguna una de las instituciones clave para entender mejor la pugna por el poder dentro de Irán, y en cierta medida muestra las divisiones en la élite política y religiosa. Esta institución religiosa ha jugado un papel clave en la fundación ideológica de la nueva élite política y de la facción que representa.
Fundada en los años 70, en ella han participado importantes clérigos como el ayatolah Ahmad Jannati (líder del Consejo de los Guardianes) o el ayatolah Mohammad Meshab Yazdi, consejero espiritual de Ahmedinejad, y se han formado otros muchos que han ido ocupando importantes puestos en el engranaje institucional (Guardianes de la Revolución, la milicia Basij, representantes del Líder Supremo en universidades, ministerior y en la judicatura...).
Uno de los centros de poder donde se concentró la pugna es la poderosísima Asamblea de Expertos, que supervisa la actividad del líder supremo y es la encargada de nombrarlo. En las elecciones de 2007 a la presidencia de la misma, se impuso Rafsanjani sobre Jannati, lo que algunos interpretaron como una derrota para las tesis de la nueva élite política del país.
El panorama iraní a corto plazo no se presenta sencillo. Por un lado puede reflejar una cierta flexibilidad del Gobierno en aras a buscar vías de reconciliación, o eso es al menos lo que solicitan algunos clérigos de peso y figuras importantes de la oposición. Esos actores, temerosos de que las protestas acaben yéndoseles de las manos, pueden encontrarse al mismo tiempo con el rechazo de las fuerzas en torno al Gobierno, y sobre todo con las de otros grupos que hasta ahora se articulan en torno al «movimiento verde».
Las declaraciones de Moussavi o de Akbar Ganji, distanciándose públicamente de las protestas violentas no ha sido bien acogidas en parte de la oposición. Tal vez porque detrás de esos personajes late el espíritu del defenestrado movimiento reformista, que tan sólo busca algunos cambios sin poner en duda los pilares básicos del status quo.