Alberto Frías Herria Abian
Fuego creador
Antes de que nacieran los dioses, los del pedestal, los del miedo, los de la economía de mercado, nuestros ancestros conocían la fuerza del fuego contra lo dañino, lo caduco, lo malo y encendían hogueras purificadoras en el solsticio de verano para dar fuerzas al sol y acabar con el poder de las tinieblas.
Desde tiempos inmemoriales, multitud de pueblos desde los celtas hasta hoy bailan al son de las llamas, desde Finlandia a Venezuela, desde la puna quechua hasta los prados de Euskal Herria, desde la impresionante explanada de Sacsahuamán donde en el Inti-Raymi el inca invoca el calor del sol para que el frío desaparezca, hasta las plazas de Arizkun, Muskiz, Donibane Lohitzune, Hernani o Agurain, donde una joven quema sus apuntes del curso junto al Plan Bolonia invocando a Mari para tener un futuro donde no sea oprimida como mujer, como trabajadora y como vasca.
Rito el de las hogueras como oportunidad para abrir de par en par las invisibles puertas del otro lado del espejo y encontrar las grutas con ríos de leche y miel en el fondo de la tierra, oír los bramidos brotando de las siete cabezas de Herensuge, contemplar las hoces de fuego que surcan el cielo entre Anboto y Aizkorri, bañarse a la luz de la luna en el Musitu junto a las lamias y, este año... prender fuego el 19 de junio a una hoguera en Bilbo, para poder sembrar después, huertas de mariposas en los solares de los bancos.
Fuego liberador donde inmolar las hipotecas sanguijuela de la banca, fuego arrasador donde calcinar recortes y privatizaciones, largas llamas rojas donde incinerar los recortes del gasto público en sanidad, protección social, educación, renta básica, atención a las personas dependientes, igualdad de género,...
Fuego creador que anuncia el alumbramiento de un tiempo nuevo abonado con las cenizas de un sistema viejo, insolidario y depredador que como las malas hierbas se apropia de nuestra cosecha colectiva. Como durante siglos utilizarlo para destruir los hechizos, el hechizo de un sistema capitalista que tras la zanahoria del estado del bienestar esconde, de forma cíclica, el palo de la exclusión, la xenofobia, el desempleo, la discriminación de género y la explotación irracional de la naturaleza.
Al urbanismo salvaje del ladrillo a ladrillo, de la recalificación a recalificación, del pelotazo a pelotazo, lo están sustituyendo por el «infraestructurazo», autopista a autopista, tren a tren, puerto a puerto, hasta convertir Euskal Herria en una manzana podrida con corazón de gusano.
Sólo que ahora el dinero no sale de los filibusteros de la especulación, ahora sale de la caja de Pandora vacía del déficit público que parirá brotes verdes.
Brotes verdes como la xenofobia, como el derecho de pernada en las relaciones laborales, como la inseguridad del mercado laboral convertida en patología personal, brotes verdes de sangre por petróleo, brotes verdes para despistar «cronopios», brotes verdes para exculpar «famas», brotes verdes en fin, para robar el color y el futuro de los «esperanzas».
Los nuevos hechiceros de la economía capitalista -esa bicicleta que no se sostiene si en algún momento dejas de dar pedales-, los apóstoles de la desregulación y el laissez faire, los apologetas de la autorregulación del mercado, extienden ahora sus insaciables garras ante el bote común y guardan en sus islas piratas el botín del usufructo de la deuda pública.
Palomas con el pico arrancado y ensangrentado anuncian la vieja buena nueva, el socialismo sólo es posible, si es el de los ricos. El de socializar las pérdidas y la apropiación privada de los beneficios producto de la hipertrofia del metabolismo social, el saqueo ambiental de los recursos y las nuevas carabelas terminales de ordenador donde por arte de birlibirloque bajan los precios de las materias primas al mismo nivel que suben las ganancias de las multinacionales.
Frente a esa pandilla de pirómanos acudiendo a apagar el fuego, nuestra hoguera colectiva es el punto de partida para el cambio.