Para la palabra
Carlos GIL
Tres monólogos completados por la intervención de un personaje transversal nos relatan unos acontecimientos, unas relaciones, y la superposición de cada versión nos ayudan a entender la complejidad de la memoria, del relato como fundamento de la descripción de una realidad. Cada uno, tiene su punto de vista, en todos los casos no coincidente con la de su antagonista, pero entre los tres, y el testigo, el espectador se puede hacer una composición de lugar.
La versión escénica de Eduardo Mendoza de la novela del húngaro Sándor Márai, en manos de Fernando Bernués, propone el buen trato de la palabra. La palabra como principio y fin, como génesis de las peripecias, de las acciones, como el tejido con el que se forman las situaciones y los personajes. En un espacio muy intrigante, formado por espejos y cámaras de vídeo y proyecciones, la iluminación va configurando espacios, que se llenan o vacían de cuerpos y palabras, de humos, de sombras.
Palabras que nos relatan una época, una idea, una deconstrucción nostálgica del sentido burgués de la vida, una lectura matizada del propio sentido de la cultura, y que en términos teatrales, nos depara unas actuaciones que sostienen, vuelan, abrazan, viven en palabras que son conceptos, que son signos, que nos devuelven a un estado de estabilidad emocional: no haya prisas, hay una historia, contada a trozos, con palabras brillantes a cargo de personajes perfectamente servidos por buenos actores. Y la dirección acuna todo con dulzura, delicadeza y en busca de la belleza más transparente.