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Bélgica toma el testigo de Espańa en la presidencia de la UE

Bélgica asume la presidencia de la UE en sus horas más bajas

La inestabilidad interna con la que los estados van asumiendo las presidencias semestrales de la UE en los últimos tiempos, casi sin solución de continuidad, es toda una metáfora de la situación que atraviesa el proyecto europeo. El Estado belga, que atraviesa una crisis de identidad sin parangón y con un gobierno en funciones, toma estos días el testigo a una presidencia española que ha penado seis meses, agotado todo su saldo, político y económico.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Sin gobierno y profundamente dividido entre la mayoría flamenca y la minoría valona, el Estado belga va a asumir el 1 de julio la presidencia de turno semestral de una UE hundida en una grave crisis global, tanto económica como política. Esta perspectiva inquietante es acogida con serenidad por los líderes de la Unión, lo que pone los pelos aún más de punta.

Tras las elecciones legislativas del pasado domingo 13 de junio, y la victoria de los independentistas flamencos del N-VA, habrá que esperar como mínimo hasta el mes de setiembre para vislumbrar, eso si las conversaciones llegan a buen puerto, un nuevo gobierno de coalición en el Estado belga.

En consecuencia, será el actual Ejecutivo saliente el que asumirá la Presidencia de la UE, como gobierno en funciones.

Su titular, el primer ministro saliente Yves Leterme, compareció ayer en Bruselas para presentar las prioridades de la presidencia belga y dio garantías de que la compleja situación política del país -con una mayoría flamenca cada vez más resuelta a iniciar su camino en solitario ante la intransigencia de la minoría francófona- no afectará a su labor al frente de la UE.

«Sea quien sea el que lidere en el futuro el gobierno de Bélgica, estará totalmente preparado para dirigir la Unión» señaló, insistiendo en que el programa del semestre de presidencia cuenta con un respaldo mayoritario de los grupos políticos del Parlamento estatal y de los gobiernos flamenco y valón.

Leterme, quien ha anunciado que abandona la política tras protagonizar un largo lustro de ejecutivos fallidos, compareció en la sede del Ejecutivo comunitario flanqueado por el ministro saliente de Exteriores, Steven Vanackere, y el secretario de Estado de Asuntos Europeos, Olivier Chastel, quien coincidió al asegurar que «muchos partidos políticos han contribuido a la elaboración del programa de la presidencia y no parece probable que una nueva coalición de gobierno aspire a modificarlo».

La portavoz de la Comisión de Bruselas, Pia Ahrenkild Hansen, mostró su «total confianza» en que «Bélgica protagonizará una presidencia eficaz».

Cierto es que las inercias juegan a favor de ello. Los aspectos prácticos de la presidencia, como la agenda de los próximos seis meses, ya están cerrados.

También cuenta el hecho de que prácticamente nadie en el Estado belga, uno de los seis países fundadores de la Unión, pone en cuestión la adhesión a las instituciones comunitarias.

Además, tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el país que asume la presidencia de turno de la UE acepta más un papel de copiloto que de jefe de orquesta de las cuestiones europeas. Un papel que le viene al pelo al actual Estado belga.

En este sentido, el presidente permanente del Consejo Europeo y para más inri belga, Herman Van Rompuy, debería aprovechar la oportunidad para reafirmar y consolidar su papel al frente de los Veintisiete.

No obstante, no falta quien opina que los tiempos que corren no están para liderazgos debilitados internamente, por lo menos si se marcan objetivos ambiciosos y más allá de cumplir de puntillas con el papel. La inestabilidad belga «no es una buena señal en un momento en el que tenemos que gestionar la crisis financiera, las dificultades presupuestarias, la lucha contra el cambio climático. Hay muchos dossieres en los que la Unión tiene necesidad de un verdadero liderazgo», lamenta el eurodiputado socialdemócrata alemán Jo Leinen.

Peligroso continuismo

Leterme dio idea del alcance de las pretensiones belgas al frente de la UE al anunciar una política de «continuidad» tras el «buen trabajo» de la presidencia de turno española. El todavía primer ministro alabó la labor del Ejecutivo de Zapatero «en un momento crítico» y puso como ejemplos sus esfuerzos para aplicar el nuevo Tratado de Lisboa y lograr resultados «en asuntos sensibles» como el dossier Swift o el futuro Servicio de Acción Exterior comunitaria.

No quiera el destino que el continuismo al que alude Leterme se convierta en repetición de los desastres que han acompañado, tanto desde el interior como desde el exterior, a la presidencia española. Ésta arrancó en enero con el plantón del inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, a la cumbre UE-EEUU y cerró el telón con la suspensión de la cumbre de la Unión Mediterránea, en plena crisis tras el abordaje israelí a la flotilla solidaria a Gaza. Todo ello sin olvidar que la crítica situación económico-financiera del Estado español se ha convertido durante estos meses, junto con las que asolan a Grecia y a Portugal, en un verdadero quebradero de cabeza para la zona euro y ha forzado al propio presidente Zapatero a recular y a presentar y aprobar planes de ajuste neoliberal draconianos.

Tras los seis meses de presidencia española y en espera del relevo belga, tampoco son las únicas veces en que la UE ha sido dirigida por países con grave inestabilidad interna. El último ejemplo data del primer semestre de 2009, cuando el Ejecutivo checo cayó en plena presidencia de la UE. Resultó caótico e incluyó las salidas de tono del euroescéptico presidente de la República Checa, Vaclav Klaus. Y la UE sobrevivió.

Otra derivada es la cuestión que subyace a la crisis belga, la creciente imposibilidad de flamencos y valones de convivir en un solo estado. En este sentido, la crisis es seguida muy de cerca en Europa porque Bélgica se puede comparar con un pequeño concentrado de UE y abriga su capital. Una partición del Estado supondría un duro golpe al actual modelo de construcción de la UE, basado en la primacía de los estados.

Bart de Wever, jefe de filas del partido independentista flamenco N-VA, que se convirtió en la primera fuerza política estatal al lograr el 29% de los votos en las circunscripciones flamencas, ha asegurado estos días que «si la secesión tiene lugar de forma democrática, como en el caso de la República Checa y de Eslovaquia, no debería suponer ningún problema». No debería pero sería, con todo, un hecho sin precedentes. La escisión de la ex Checoslovaquia tuvo lugar antes de la adhesión de Praga y Eslovaquia a la UE.

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