La Comisión Ballenera Internacional encalla en las playas de Agadir
La Comisión Ballenera Internacional (CBI), que buscaba flexibilizar la moratoria sobre la caza de ballenas, ha sufrido un nuevo revés en la reunión celebrada esta semana en Agadir y ha cerrado una nueva sesión de trabajo con un futuro incierto. Sus integrantes tendrán un período de reflexión de un año para tratar de limar sus diferencias y para analizar el papel de la CBI, creada en 1946 para regular la caza de ballenas de cara a garantizar su conservación.
GARA
La reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), tras una semana de sesiones de trabajo en Agadir (Marruecos), concluyó ayer sin ser capaz de alcanzar un compromiso susceptible de poner fin a la guerra entre los partidarios y los detractores de la caza de ballenas y sin encontrar tampoco sede para su próximo encuentro plenario, a celebrar en mayo o junio de 2011, ya que ninguno de sus 88 integrantes se ofreció a serlo.
La concesión a Groenlandia de una cuota de caza de subsistencia de nueve ballenas jorobadas al año durante el próximo trienio, lo que le permite cazar esa especie por primera vez en 24 años a cambio de reducir a diez el número de ballenas Aleta anuales fue el ejemplo más destacado de cómo la lucha de intereses se aparcó en beneficio del consenso, señaló Efe.
El objetivo de reformar la moratoria de caza comercial impuesta en 1986, para la que se proponía levantar la suspensión en favor de un régimen más manejable de caza controlada para los tres países que actualmente capturan (Japón, Islandia y Noruega), se aplazó hasta 2011.
Ese punto formaba parte de una propuesta presidencial de consenso, que fue aparcada y en la que estaba incluida la creación de un santuario en el Atlántico Sur, punto vital para las naciones conservacionistas, lideradas por Latinoamérica y Australia.
Víctima de la falta de acuerdo entre los 88 países miembros fue también la regulación de la caza realizada con fines científicos, en la que Japón se ampara y bajo la que capturó en 2009 un total de 824 cetáceos. Los otros 1.043 que según la comisión se mataron en esa fecha correspondieron tanto a Noruega e Islandia, que cazan alegando objeciones a la moratoria, como a la autorizada caza de subsistencia por parte de comunidades indígenas de Groenlandia, Alaska, Rusia y San Vicente y las Granadinas.
Kristjan Loftsson no ve ninguna diferencia: «la ballena es un pez grande como los otros» cuya caza nadie, y menos la CBI, debería tratar de impedir.
«Todo este debate sólo pretende crear desempleo», exclama enfadado este pescador islandés, miembro de la delegación islandesa en Agadir. «Los peores, EEUU. Y los europeos -especialmente Gran Bretaña-, que no tienen ninguna prisa en reunirse, mientras Islandia ha presentado su candidatura de ingreso en la UE. Somos 150 personas dedicadas a la caza, de 320.000 habitantes. Trasladándolo a la población de EEUU sería como suprimir 15.000 empleos», subraya.
«Todos los que quieren que dejemos la caza son antiguos países cazadores que se sienten culpables: entre 1933 y 1966 se mató a más de 64.000 ballena azules y a 105.000 rorcuales comunes. Quieren que nosotros compartamos su mala conciencia», asegura Loftsson.
Rechaza lo que califica de sensiblería de «tontos», en referencia a las historias de ballenas próximas a los humanos, sostiene que esta especie es un recurso esencial, como todos los recursos marinos, en su país, y advierte de que, sin control, su proliferación sería una plaga y una menaza para el resto de peces porque no habría suficiente alimento para todos. Anne CHON (AFP)
Para los países no cazadores visitados por ballenas, su valor no se mide en toneladas de carne sino en millones de turistas y el miles de millones de dólares.
Más de 13 millones de personas observaron el año pasado a este cetáceo en 119 países, generando 2.000 millones de dólares, señaló ayer el ministro australiano de Medio Ambiente, Peter Garret, en el marco de la reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI).
Según un estudio de la Universidad británica de Columbia (Canadá), el avistamiento de ballenas -eufemísticamente llamado «explotación no letal de ballenas» por la CBI- podría generar 3.000 millones de dólares y 24.000 empleos en todo el mundo.
En Nueva Zelanda, donde se observa retozar a ballenas azules y cachalotes, esta actividad genera 80 millones de dólares. «Se garantiza el beneficio máximo de las comunidades locales y un impacto mínimo sobre las ballenas», afirma Karena Lyons, integrante de la delegación neozelandesa.
En el seno de la CBI, América Latina es particularmente activa: el avistamiento de ballenas, que crece más de 11% al año desde el final de la década de los 90 -tres veces más que la media mundial-, supone 278 millones de dólares anuales y atrae a 1,5 millones de personas. A.CH. (AFP)