«Llevan viniendo desde hace unos quince años. Se portan bien. Creo que la lían menos que nosotros si nos moviéramos en grupos de 500 para irnos de borrachera», afirma jocosamente el trabajador del cam- ping de Lizarra Ibai Bergara. Después confiesa que a la zona de acampada sólo dejan entrar cerveza y sangría. Nada de whis- ky, por ejemplo. La edad de los campistas se encuentra en la franja de entre los 20 y los 30. Los mayores, 35.

Iruñea se encontraba ayer bajo «estado de sitio». Los australianos se relajaban nadando las piscinas de los campings de los alrededores, haciendo acopio de fuerzas para tomar hoy el primer autobús y coger un buen sitio para el chupinazo. Ibai Bergara lidiaba ayer con unos 600, que han plantado sus tiendas de campaña para cinco días en Lizarra. Pero conforme nos acercamos a la capital navarra, el número de guiris acampados aumenta. Al camping de Gares comenzaron a llegar el domingo y seguían entrando a última hora de ayer. Mientras, en el más cercano, el de Ezkaba, rondaban el millar, a pesar de que el precio de la acampada se duplica durante esta semana.

La mayoría viene con compañías especializadas. Por ejemplo, a Lizarra los traen las agencias londinenses Topdeck y The Party Professional, que se centran en los estudiantes neozelandeses y australianos que se encuentran de año sabático. Sin embargo, el paquete también resulta atractivo para mexicanos, mochileros y piesnegros de toda índole.

«Están todo el día pedo. Muchos vienen de despedidas de soltero, llegan disfrazados y no es raro verlos pasear desnudos entre las tiendas», comentan desde la recepción del camping de Ezkaba. Tampoco verlos aparecer «con la cabeza abierta o sangrando» después de correr el encierro con unas cuantas copas de más. Sin embargo, la mejor anécdota de hospitales ocurrió en Lizarra hace cinco años, cuando siete australianos decidieron hacer piragüismo montaña abajo. «No les importó que no hubiera ni agua ni río», comenta el recepcionista del camping y, a la postre, dueño de las barcas. Por supuesto, la prueba rafting acabó en la sala de Urgencias.

Primera tanda en Iruñea

Iruñea no vive ajena a lo que se cuece en sus alrededores. La noria y las barracas funcionan a todo trapo desde el viernes. Alde Zaharra bullía de gente de todo tipo y los céspedes de la Plaza del Castillo ya han ahorrado el hotel a más de uno y más de una. Las tiendas de calzado, de ropa y los todoacienes se dedican en exclusivo al textil blanco y rojo, a las botas de vino y a las camisetas con el cartel anunciador de las fiestas.

Han llegado todos, o casi. Faltan los de las vuvuzelas, instrumentos que, aunque todavía no se han dejado ver, ya han sido prohibidos vía ordenanza municipal. Las gitanas de la Bajada de Xabier abordan a los transeúntes con sus ramitas de la buena suerte (de dos euros). No adaptan su técnica de marketing a Euskal Herria, pero no hay duda de que «¡Eh!, Manolo», soltura y descaro les siguen funcionando. Reparten con igual frescura el mal de ojo entre quienes se paran y no sueltan el parné. A su lado, guarecidos en la sombra de los soportales de la Plaza del Castillo, ya se han plantado tres limpiabotas.

Las calles de Alde Zaharra dan cobijo a sin techo, punkis, bebedores, zánganos y amén de zangolotinos vividores. Algunos intentan sacarse unos euros con torpes malabares, otros vía verborrea con más o menos acierto («Oye, no te sobrará un... una sonrisa»). Más empeño le ponen los músicos de la calle: gaiteros, txalapartaris, acordeonistas (los nuevos y los de siempre), cantautores y guitarristas. Los instrumentistas más de orquesta (chelos, flauta,...) confían el ritmo y los contracantos a pequeños bafles, reser- vándose la melodía. Los más diestros ponen a la venta sus cedés a cinco euros. Por su parte, el senegalés Thierno combina, como siempre, clarinete y xilófono.

Grupo entero, como tal, han llegado los Mario Bros: saxofón, contrabajo y acordeón. Los tres son rumanos y se llaman Mario. «Nos conocemos desde hace treinta años, somos casi como hermanos», dice el del contra- bajo. «Tocamos jazz, ¿eso es música comercial, no?», añade el acordeonista, que prefiere a Taraf de Hayduks y los grupos del Este. Son novatos en Iruñea.

Selem, berebere del Rif, se maquilla antes de subirse a un pedestal representando al signo de Acuario. «Soy estatua, no un mimo. Cuando me echan dinero no me muevo. Acaso puedo mirarles un poco más fijo a la cara». Mientras, el algecireño David se dedica a dibujar por encargo. «Aquí gusta la caricatura. El retrato lleva más tiempo y no se paga bien», explica el dibujante, que afirma que los Sanfermines «son palabras mayores, no se pueden comparar con ninguna otra fiesta».

Un polaco curtido por el sol triunfa entre los niños. Hace enormes pompas de jabón con dos palos unidos por dos cuerdas. Vino hace ya una semana. «Llevo dos años en esto, desde que vine de Cracovia. Cuando terminen, me iré a buscar otros Sanfermines. Creo que a Vitoria», asegura.

Muchos de estos artistas callejeros se quejan de que los municipales les hayan amenazado con incautarles el material, pero ninguno se atreve a que la queja salga de sus labios. Mientras,  camuflados entre el gentío, otra tanda de visitantes pasa más desapercibida; carteristas, ladrones y «descuideros», que harán su agosto a costa de jugarse el físico.