Un aviso de la Agencia Estatal de Meteorología nos ha puesto en alerta esta semana por altas temperaturas en casi todo el territorio peninsular. A partir de ahí hemos oído hablar de canículas, de olas de calor... Términos meteorológicos que por familiaridad en el uso nos hacen creer que conocemos al dedillo los secretos del tiempo y las consecuencias que los mismos nos puedan acarrear.

¿Qué es exactamente una canícula? Según el Vocabulario de Términos Meteorológicos y Ciencias afines del antiguo Instituto Nacional de Meteorología, una canícula es el período del año en que son más fuertes los calores, para lo que se computa del 23 de julio al 2 de septiembre. ¿Y una ola de calor? Según la misma fuente, se trata de un calentamiento importante del aire o invasión de aire muy cálido que se extiende sobre un amplio terreno (y que puede producirse entre mediados del mes de mayo y finales de septiembre).

Para que suframos una ola de calor es necesario que nos invada una masa de aire recalentada sobre el desierto del Sahara. Y esto ocurre cuando en una situación anticiclónica una gran cantidad de aire se instala sobre la masa arenosa, contagiándose de su calor y poca humedad. Una vez que adopta las mismas características sólo necesita que «algo» le ayude a viajar hacia el norte para transportarlas a otro lugar.

Y lo puede hacer si se forma una borrasca entre las islas Canarias y Madeira y con su giro antihorario le impulsa poco a poco hacia el territorio peninsular. Cuando esto ocurre nos vemos obligados a tomar medidas como: protegernos mejor de los rayos del sol, beber líquidos en mayor cantidad, reponer las sales que perdemos al sudar... Y, en la medida de lo posible, disminuir las actividades físicas intensas, particularmente al aire libre, que tengamos pensado realizar.