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Anjel Ordóñez Periodista

Aste Nagusia, una fiesta molesta para las mentes obtusas

Piden normalidad y lo que quieren es sumisión. Cuidan la imagen porque el espíritu, el festivo y popular, tiende por naturaleza a jorobarles la comisión

La ley y el orden amenazan con colapsar Aste Nagusia. Los diques levantados con esfuerzo durante años para preservar la fiesta popular de la letal influencia de los políticos canijos ponen ahora a prueba su resistencia ante las presiones del ariete unionista -con la siempre inestimable cooperación de Azkuna-, decidido a invadir el recinto festivo con ordenanzas y reglamentos, a doblegar el espíritu festivo a golpe de norma y prohibición, de porra y denuncia. Hace tiempo que pretenden convertir un espacio diáfano de diversión en una mansa prolongación de sus inconfesables negocios, transformar las txosnas en casetas de feria y regresar a aquel modelo domesticado de misa, toros, teatro y bailables, pero convenientemente actualizado a los tiempos que corren, claro está. Con espectáculos de variedades y terrazas en los hoteles, con hostelería de alto standing y diversión en lata. Una fiesta muy mona, muy cool, pero sin alma. Una fiesta de cristal y acero.

«Han empañado ya la Aste Nagusia antes de que comience, con lo importante que es vender una imagen de normalidad en Bilbao». Así, sin vergüenza, se desnuda Carlos García, concejal del PP en el Ayuntamiento bilbaino, al valorar las iniciativas adoptadas por las comparsas para garantizar que Kaskagorri y Txori Barrote estén presentes en el Arenal. A esta casta de cóctel y canapé le estorba Aste Nagusia, porque es difícil de vender en el mercado de valores. Piden normalidad y lo que quieren es sumisión. Cuidan la imagen porque el espíritu, el festivo y popular, tiende por naturaleza a jorobarles la comisión.

Ante la polémica, el señor Txema Oleaga, del PSOE, se decanta por una estrategia que cree más sibilina pero le sale ramplona: «divide y vencerás». Advierte a las comparsas de que con el plante para denunciar la represión ejercida sobre Kaskagorri y Txori Barrote, están cayendo en una «solidaridad mal entendida», un arranque de paternalismo que esconde las peores intenciones: ¿cómo se entiende la solidaridad? ¿hay solidaridad buena y solidaridad mala? ¿solidaridad legal e ilegal? Y, por si no basta la advertencia, seguido viene el correctivo: «Se les confía el espacio festivo, que es de la ciudad, porque son agentes festivos que dinamizan. Pero, últimamente, a veces me da la sensación que no son conscientes de ello». En otras palabras, los comparseros son un detestable híbrido de vagos y maleantes que se aprovechan de la buena voluntad de la gente de bien para, una semana al año, cometer sus fechorías sin ni siquiera dar un palo al agua.

Y como no podía ser de otra manera, todo este pastel tiene la misma guinda envenenada de siempre: al parecer, los esfuerzos por defender el modelo festivo que representan las comparsas sancionadas no son otra cosa que la estrategia de ETA. Juegan el «comodín del terrorismo», por si todo lo anterior fuese poco -que lo es, y mucho-. Disparan con munición gruesa, porque hace más ruido y levanta más polvo. Sólo son necios que nos toman por miedosos.

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