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Aprendiendo a envejecer

Decía Salvador Dalí que muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta. Envejecer, como todo, requiere de un aprendizaje, y, sobre todo, de la asunción de hacerse viejo.

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Joseba VIVANCO

Hoy vivimos más años. No es ningún secreto. El Instituto de Estadística Eustat le ha puesto hace poco cifras a esa evidencia: la cita con la muerte para los vascos llega tres años más tarde de media que hace sólo una década. Hemos pasado de los 74,3 a los 77,4 años. Y se constata que las mujeres son las que viven más.

Según los últimos datos del Eustat, en la CAV en 2009 fallecieron 197 personas que superaban la barrera de los cien años -fueron 208 el año anterior-; una década antes habían sido sólo 76. Y es que los datos no mienten. El porcentaje de personas de más de 60 años se aproxima ya a la cuarta parte de la población de Euskal Herria, y supera en más de tres puntos porcentuales el índice de la Unión Europea, tan sólo por detrás de Italia y Alemania.

Está claro que llegar a la vejez ha dejado de ser casi un proceso de selección natural para convertirse en algo normal. La pregunta es, ¿estamos preparados para afrontarla? Es más, ¿debemos prepararnos para ella?

A estas preguntas y otras han tratado de dar respuesta tres profesores de la Universidad de Deusto en un reciente trabajo titulado ``El proceso de envejecer'', donde Begoña Matellanes, Unai Diez y José María Montero han integrado los diferentes puntos de vista social, biológico y sicológico sobre el proceso de envejecimiento.

«La vida es un continuo aprendizaje. En cada una de sus etapas evolutivas se dan características peculiares y asumimos papeles e identidades diferentes. Del mismo modo que aprendemos a ser hermanos, padres, compañeros de trabajo o deportistas, debemos dotarnos de recursos para ser abuelos, jubilados o ancianos y construir nuestra identidad conforme a nuestra etapa vital», defiende Matellanes, profesora de Sicología.

El problema es que la realidad suele ser bien diferente. «En las sociedades económicamente más desarrolladas existe una presión creciente a vivir de espaldas a la vejez e incluso negarla», reconoce. Su colega Unai Díez pone como ejemplo «el énfasis que se realiza en los medios de comunicación por mantener un aspecto lo más joven posible, recurriendo incluso a métodos quirúrgicos». A su juicio, «huir de una situación es un mecanismo escasamente adaptativo y, por supuesto, no permite aprender nada».

Para los autores de este trabajo de síntesis sobre el envejecimiento, la vejez «se podría comparar con el movimiento slow, es decir, tiende a seguir el principio de `menos es más', frente al imperativo social del `más grande, más fuerte, más rápido, más datos....'», resume José María Montero.

Estos expertos rechazan la idea de que vejez signifique inevitablemente el final de la vida y nos dejemos ir. «Entramos en el final de la vida desde el día en que nacemos, porque nadie puede asegurar cuántos años va a vivir. El problema es que mantenemos unas expectativas que no siempre son correctas. Cuando una persona atraviesa la barrera de los 65 años puede pensar que ya es el final, pero, según las estadísticas, aún le quedan 20 años de aprendizaje y experiencias. Y eso es mucho tiempo», expone Begoña Matellanes. Se trata de resignarse a esa máxima que dice que «las personas mayores terminamos siendo lo que dicen que somos».

En 1990, la profesora de Sociología de la UPV-EHU y gran experta en envejecimiento, María Teresa Bazo, preguntó a un grupo de personas mayores cuándo una persona podía considerarse anciana. Las respuestas mayoritarias fueron «cuando uno ya no vale para nada», «cuando se tienen muchos años» o «cuando ya no se tiene ilusión por nada». Su reflexión era clara: «El problema de la vejez es que resulta mal vista y es objeto de aversión por parte de las personas en general y de los ancianos en particular, que han interiorizado en su proceso de socialización una serie de imágenes negativas sobre la ancianidad, que contribuyen a distorsionar la verdadera visión de la misma».

«Millonarios» en tiempo libre

Jubilación, viudedad, soledad... achaques al margen, lo cierto es que sobre la vejez se ciernen situaciones y estados de ánimo lastrados por una visión negativa. Sin embargo, los autores de este trabajo invitan a reivindicar los aspectos igualmente positivos. «Los objetivos en la vida cambian y son menos urgentes; las exigencias de competitividad disminuyen», exponen.

«En esta etapa de la vida vamos siendo cada vez más `millonarios' en uno de los bienes que más se aprecian y desean durante nuestra etapa laboral: el tiempo. Disponemos de mayores cantidades de tiempo que podemos invertir según nuestros deseos», defiende Unai Díez. Y todo sin olvidar la llamada salud social, es decir, «que las posibilidades de interaccionar con más personas y más tiempo también se producen cuando afrontamos esta etapa con estrategias productivas y de aprendizaje», esgrime.

Uno de los capítulos finales de su trabajo lleva por título ``La penúltima transición'' como resumen de lo que es el paso a la vejez. «Sería -concluyen- la transición penúltima ante la que tenemos que prepararnos, aprender y dotarnos de recursos para que sea satisfactoria, antes de la siguiente que nos resta, que, evidentemente, es prepararnos para pasar a otra realidad desconocida».

 

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