Si la escritora y directora Xiaolu Guo pretendía dar su visión acerca de la desorientación que padece la juventud china en nuestro mundo global, lo ha conseguido a fuerza de desorientar al espectador occidental mediante una narración fragmentada y lastrada por una muy distanciada frialdad que nos impide saber y, sobre todo, querer saber más sobre la errática protagonista de esta crónica de desencantos y brújulas estropeadas.

La película arranca mostrándonos la atosigadora rutina que padece una joven que no dudará en abandonar su monocorde y pequeña localidad natal para marcharse a una urbe mayor. Nuestra viajera descubrirá los terrores ocultos de una sociedad marcada por la violencia y el desencanto en compañía de un asesino a sueldo. Tras esta primera etapa, el viaje se prolonga en Londres, donde la protagonista decide contraer matrimonio con un gris ciudadano de clase media para lograr los ansiados papeles de residencia. El viaje, sin moverse de la escenografía londinense, deriva hacia la relación que el personaje monosilábico encarnado por la actriz Lu Huang mantendrá con un emigrante hindú que regenta un pequeño restaurante.

Durante buena parte de esta ruta predomina un pobre estudio de personajes y situaciones. Da la sensación que la autora se ha limitado a plantar la cámara y dejar que circulen por delante de ella sus protagonistas, provocando que estemos asistiendo a una especie de desfile de espectros surgidos de un mundo globalizado muy confundido.

Es cierto que se intuye cierta valentía en su planteamiento, pero «Ella, una joven china» se ahoga en su obsesión por ocultar su mensaje dentro de un encriptamiento difícilmente comprensible. A lo largo de esta fábula sobre la China actual queda más que evidente el desangelado panorama que le aguarda a toda una generación de jóvenes chinos ahogados por la implacable maquinaria funcionarial. Pero, para contar todo ello, hubiera bastado la primera parte de este viaje interminable.