La transversalidad política como formula de gobierno de Catalunya y Euskadi parece estar atravesando horas muy bajas. Los destrozos ocasionados por la sentencia del TC español sobre el Estatut y el desgobierno del Sr. López la han puesto patas arriba. Es más, la han pisoteado con tal saña que incluso avanzar en pactos socio-económicos, imprescindibles en situaciones de crisis, acaba siendo repugnante incluso para el soberanismo más moderado. En su día, un pragmatismo sensato arrastró a EAJ-PNV hacia un nacionalismo híbrido que, indiscutiblemente, a lo largo de los últimos 30 años ha dado sus frutos. No olvidemos que tras 40 años bajo la dictadura de una bota cruel había que volver a empezar a vivir. Lo de filosofar sobre la nación vasca hubo que dejarlo aparcado, en espera de tiempos mejores. Pues bien, esos tiempos parecen haber llegado. Cambiar cromos con ZP en Madrid o con los constitucionalistas vascos aquí puede ser un buen sistema para no defraudar a los devotos del «que me quede como estoy». ¿Viva el sano regionalismo? Ahora bien, si de lo que se trata es de avanzar en la construcción de una Euskal Herria-nación, habrá que cambiar de estrategia, aun a costa de perder algún michelín más.

Siempre lo hemos intuido, pero ahora sabemos a ciencia cierta cuánto aprieta el corsé del constitucionalismo español. Lo que no acabamos de conocer con exactitud son los deseos de la mayoría del pueblo vasco. Y esto es así porque no hay forma de conseguir que el nacionalismo más puro, el soberanismo y el independentismo sumen sus fuerzas. Los españoles, unidos por su miedo enfermizo e irracional al fantasma del separatismo, han demostrado ser unos frentistas consumados. Nunca podremos plantarles cara si no somos capaces de formar un frente abertzale democrático. Éste sería el único ariete capaz de derribar la barrera que nos impide ejercitar el derecho a decidir. No más nacionalismo híbrido. ¡Viva la unidad abertzale!