Los partidos y movimientos políticos de izquierda tienen fama de inestables por tender a reproducir facciones, a disputas irresolubles, a crisis de liderazgo, a eternos debates de cariz ideológico. Los partidos y coaliciones de derecha, por el contrario, parecen más dados a acuerdos por intereses comunes, a componendas entre rivales, a lavar los trapos sucios en casa.

Sin embargo, un repaso a las últimas crisis dentro de las alianzas electorales y partidos de derecha europeos ofrece una imagen bastante alejada de esos tópicos. Desde las luchas intestinas entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón en el Partido Popular español, hasta el culebrón entre Nicolas Sarkozy y Dominique de Villepin en el Estado francés, pasando por la debilidad interna que padece Angela Merkel en Alemania, los grandes partidos de derecha europeos muestran una situación de conflictividad interna, de profundas divergencias ideológicas y, sobre todo, de luchas de poder y liderazgo que debilitan terriblemente sus proyectos hegemónicos para con las sociedades en las que gobiernan. El último episodio de esta tendencia se ha dado en Italia, donde la ruptura entre Silvio Berlusconi y Gianfranco Fini, cofundadores hace poco más de un año del partido Pueblo de la Libertad (PDL), ha generado una crisis gubernamental e institucional que amenaza la posición del primer ministro. Es significativo que, frente al populismo de un Berlusconi absolutamente endiosado, Fini juegue ahora a aparentar moderación. Queda por ver cómo resultan esta vez sus cálculos.

No obstante, si bien es cierto que esta panorámica de las fuerzas de derecha rompe con los tópicos mencionados, ni siquiera las crisis de la derecha logran resurgir a la izquierda tradicional europea. Con la excepción de fuerzas concretas que, desde un punto de vista profundo y radical de izquierda, están generando nuevas dinámicas, los partidos clasicos de izquierda -sean socialistas o comunistas- muestran su debilidad al no ser ni siquiera capaces de aprovechar los problemas de sus adversarios.