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ESZENAK

Vendrán más años malos y nos harán más ciegos

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Creo firmemente que el deporte es el medio más seguro para producir una generación de cretinos dañinos». Aquel «tocagüevos» y despiadado polemista antimoderno que fue Léon Bloy, escribió esta rotunda afirmación hace más de un siglo. Lo recordaba hace poco Rafael Sánchez Ferlosio, aún al calor del heroico y esperpéntico guirigay patriotero de la roja; y es una verdadera pena que no lo hiciera en la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales españoles de Cultura que tuvo lugar en el Euskalduna de Bilbo el pasado 20 de julio, con la presencia del atlético principito y de la principesa. El talludo heredero recalcó en sus palabras cómo, «sin la aportación de la cultura, realmente no podríamos comprender la revitalización urbanística de Bilbo, ni su impulso económico y social». Y basta echar un vistazo a la cartelera teatral o cinematográfica de la villa para comprobar esa centralidad de la cultura. Sánchez Ferlosio sabe perfectamente -y ha escrito sobre ello- de los devastadores efectos sobre los ciudadanos de la cultura monumental y espectacular, entendida como puro márquetin de Estado. La respuesta a aquel viejo dilema cae hoy por su propio peso -hasta el propio dilema, resulta hoy risible-: «¿El Estado ha de pagar al poeta o el poeta ha de destruir el Estado?». Sea como fuere, sí que producen desazón, una honda sensación de malestar, de vergüenza casi, esas ordenadas ceremonias de autosatisfacción cultural que son las entregas de premios y oropeles cuando, si es algo que merezca la pena, el arte es insatisfacción, cuestionamiento. Se echan de menos en esos saraos una voz discordante, desagradecida, airada.

Rafael Sánchez Ferlosio vio reconocida «su estimable aportación a las letras españolas»; más inestimable que estimable creo yo, pues estamos lejos de apreciar el valor de su heterodoxa obra. Todo el mundo -nunca mejor dicho- conoce a Iniesta, Casillas o Llorente, ¿pero quién conoce de nombre siquiera al galardonado? Hijo de aquel falangista y novelista -por este orden- tan vinculado a Bizkaia que fue Rafael Sánchez Mazas, y hermano del añorado poeta y cantante Chicho Sánchez Ferlosio, el premiado es autor de obras iconoclastas en las que arremete con su afilada y densa prosa contra tantos de nuestros sagrados principios: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos», «El testimonio de Yarfoz»... Ferlosio ha escrito demasiadas veces que «la cultura ha sido siempre de manera congénita un instrumento de des-subjetivación política y de control social», y habría estado bien que nos lo hubiera recordado en esa antigua y feliz farsa en el tinglado del Euskalduna.

Iba a escribir acerca de la galardonada en el apartado de Artes Escénicas, la espléndida actriz Vicky Peña, y de la epidemia veraniega de musicales -ella también hizo el suyo: «Sweeny Tood»-, pero esta semana he meado fuera de tiesto. Hay un campo de fútbol en Gran Bretaña al que se conoce con el estomagante nombre de «El Teatro de los Sueños». A muchos les gustaría que el arte fuera eso, el «Teatro de los Sueños», Disneyland; menos mal que aún hay creadores dispuestos a que siga siendo el «Teatro de las Pesadillas».

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