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CRíTICA Quincena Musical

Señoras que cotorrean en conciertos de los hermanos Hantaï

Mikel CHAMIZO

La señora donostiarra estándar que acude a conciertos de música clásica tose de vez en cuando, abre su bolso para comprobar si tiene bien apagado el móvil, se mueve en el asiento porque se le está durmiendo una pierna o cotorrea un poco con su amiga en los espacios muertos entre obra y obra.

Lo mismo, con ligeras variantes, es aplicable a los señores donostiarras. No somos el público más silencioso de Europa, vaya que no, pero tampoco somos un público especialmente ruidoso, irrespetuoso, ni desagradecido con los artistas.

Obviamente, Pierre Hantaï no debe opinar lo mismo. Es un músico extraordinario, probablemente el mejor intérprete de clave del momento, pero su obsesión con el silencio, que ya me ha tocado sufrir en otras ocasiones, llega a límites esperpénticos. Un músico debería concentrarse en hacer música y no en echar miradas asesinas a cada persona del público que hace un ligero ruidito. No es bonito enviar a una azafata de la Quincena a pedir silencio cuando los músicos ni siquiera están en el escenario, ni mucho menos humillar, como hicieron ayer los Hantaï, a un matrimonio que se marchó poco antes del final, probablemente por una razón bien justificada, plantándose en silencio y de brazos cruzados hasta que la pareja salió por la puerta de la iglesia perseguida por seiscientos pares de ojos enfurecidos.

Fue algo de una falta de civismo poco común entre músicos profesionales, que saben que, al fin y al cabo, las personas que acuden a sus conciertos son sus clientes, y tienen que hacer todo lo posible por respetarlos y mimarlos. Si a un músico le molesta el público, debería quedarse en su propia casa tocando para sí mismo.

El pianista Andrei Gavrilov, hace unos diez años, llegó al punto de insultar al público donostiarra y abandonar el escenario en un recital en el Victoria Eugenia. Hoy en día, su carrera sólo es una sombra del enorme éxito que tuvo en el pasado, porque ¿quién querría volver a contratar a alguien así?

El concierto que ofrecieron los hermanos Hantaï fue, como cabía esperar, magnífico en lo musical. Son una estirpe que se ha formado con los mejores maestros del movimiento interpretativo históricamente informado del área de Flandes, los Kuijken, Leonhardt y compañía, y músicos de enorme talento ellos mismos, quizá un poco despistado el violagambista, que se equivocó en algunas entradas, pero nada más.

El recorrido que hicieron por las músicas francesas de Couperin, Leclair, Marais y Rameau, además de la conocida «Sonata para flauta y clavecín» de Bach y un «Trío» de Telemann, fue una deliciosa demostración de cómo con instrumentos de época se puede hacer también música de cámara del más alto nivel, con un grado de sutilidad y precisión a la altura de los más perfeccionados instrumentos modernos, además de regalar estallidos de esplendorosa belleza en momentos concretos del Leclair y el Telemann, que sólo se pueden conseguir gracias la organicidad del sonido de los instrumentos de época.

Fue, sin lugar a dudas, un recital maravilloso, del que yo hubiera disfrutado muchísimo si no fuera porque, sentado en primera fila, estaba aterrorizado por si se me caía el programa de mano al suelo y Pierre Hantaï se me lanzaba al cuello.

Ficha

Intérpretes: Trío Hantaï.

Marc Hantaï (flauta), Jerome Hantaï (viola da gamba) y Pierre Hantaï (clave).

Programa:

Obras de Couperin, Leclair, Marais, Telemann, J.S. Bach y Rameau. Lugar:

Convento de Santa Teresa (Donostia).

Fecha: 11 de agosto de 2010.

Ciclo: Quincena Musical.

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