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CRÓNICA Una noche con las Perseidas

El desconsuelo de San Lorenzo permite maravillarse con el profundo universo

La tupida franja nubosa que se hizo fuerte en la Cornisa Cantábrica durante la noche del jueves al viernes evitó que en muchas partes de Euskal Herria se pudiera disfrutar del espectáculo de las Perseidas. El privilegiado cielo de la foz navarra de Arbaiun fue uno de los pocos que se libraron, para mayor goce de aficionados y neófitos de la astronomía.

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Natxo MATXIN

«Quiero volver otro día», le explicaba Irene García a su madre, Amaia, mientras enfilaba camino del coche que les iba a permitir regresar a casa, junto a su padre, Carlos, y sus dos hermanos, Sara y Simón. Ya hacía un buen rato que las manecillas del reloj habían pasado de la medianoche, pero la singular ocasión bien merecía la licencia. Esa noche todos ellos habían aprendido a reconocer un poco más ese cielo que tan esquivo resulta para los urbanitas.

Como dicha familia, varias decenas de personas sucumbieron a los encantos de un firmamento estrellado y aprendieron a localizar constelaciones como la Osa Mayor y Menor, Cassiopea, el Cisne, la Lira, el Águila o el Escorpión. Cicerone de lujo, el astrofísico del Planetario de Iruñea Fernando Jauregi, entidad organizadora de la observación, guió a los presentes por esos misteriosos puntos luminosos que cuelgan del cielo.

Y entre explicación y explicación, el aderezo de la refulgente muerte de más de un meteorito, acompañado del consiguiente grito de admiración de los presentes. Aunque con menor intensidad que en precedentes ediciones, las Perseidas, conocidas popularmente como «lágrimas de San Lorenzo» comenzaban a hacer acto de presencia en un evento que se ha convertido en un clásico dentro del calendario astronómico.

El pistoletazo de salida de la lluvia de fugaces coincidió con el epílogo de la amena introducción a pie de mirador. Mantas, colchonetas y hasta hamacas aparecieron como por arte de magia para mejor acomodo de los más previsores. No era cuestión de llevarse un dolor de espalda como recuerdo de lo que apuntaba a vigilia de ensueño.

Neófitos y expertos

Quizás no al ritmo esperado -las cosas del espacio no van despacio, pero son imprevisibles, de ahí su atractivo-, pero el caso es que las tímidas Perseidas fueron dejándose ver en un goteo constante. San Lorenzo había hecho un pacto con las nubes para mostar su desconsuelo, como viene sucediendo desde tiempos inmemoriales cada vez que llega mediados de agosto.

Debutantes en un espectáculo de este tipo, Bartitze Uriarte y Jaime Rementeria, de Markina, aprovecharon su estancia vacacional por tierras navarras para disfrutar de su bautismo astronómico. «Es la primera vez que participamos en una actividad de éstas y la verdad es que nos ha gustado mucho».

Mientras hablan, siguen atentos a todo lo que ocurre sobre sus cabezas. Un segundo de despiste resulta fatal, pues es tiempo suficiente para perderse un nuevo trazo estrellado con la rabia añadida de que los demás sí han podido disfrutar de él. «Hemos visto más de una estrella fugaz y la explicación ha sido de lo más amena», reconocen.

La familia García, ya citada con anterioridad, también se lo está pasando de fábula, especialmente los más txikis. Ahora pueden confirmar in situ todo aquello que con anterioridad sólo habían podido estudiar en los libros o visualizar en las recreaciones del Planetario iruindarra. El mal denominado progreso, traducido en ciudades con una descontrolada vorágine lumínica, impide que las jóvenes generaciones se asomen al cielo que vieron sus abuelos.

También para ellos era la primera vez. «Está siendo genial», admitían al unísono Irene, Sara y Simón, mientras su madre daba todavía más valor a la experiencia, «sobre todo por el mal tiempo que ha hecho durante el día». La claridad con la que se podia vislumbrar la majestuosa Vía Láctea atestiguaba que la noche prometía.

Pero el conocimiento del firmamento no se reduce a fenónemos como la lluvia de meteoritos; su oscuridad esconde misterios que sólo un preciso instrumento puede desvelar. Una hilera de telescopios regentados por aficionados de la Agrupación Navarra de Astronomía y la Asociación Observatorio Astronómico de Girgillano ofrecieron la magnífica oportunidad de bucear entre galaxias como Andrómeda, la más cercana a nosotros, cúmulos de estrellas como el de Hércules -el más imponente que se puede ver en el hemisferio norte- o nebulosas, entre ellas la Dumbbell -«pesa», en inglés, por su parecido-, aunque, como no podía ser de otra manera, el triunfador de la velada volvió a ser Júpiter.

No son estrellas

La noche sirvió, además, para aclarar que la tradición popular que adjudica a este fenómeno de lluvia lechosa la categoría de estrellas no tiene base científica. Todo lo contrario, se trata de diminutas partículas -al estilo de lo que podrían ser los granos de arena de una playa cualquiera- dejadas a su paso por el cometa Swift-Tuttle, que son barridas por la Tierra durante el giro anual que realiza alrededor del Sol. Irene se fue con la lección muy bien aprendida.

De ella dependerá que, cuando sea mayor, siga tuteando a sus amigas, las estrellas.

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