Amparo Lasheras | Periodista
Nos han robado la siesta
Todavía hace tres años el mes de agosto era como una siesta continuada al cobijo de una habitación en penumbra. El calor se sentía con los amores de verano, las vacaciones familiares, los viajes a países exóticos, el mar, el pueblo y alguna canción que recordar, que nada tenía que ver con ese gran bodrio, conocido desde la época del seiscientos como la canción del verano. Las ciudades se quedaban desiertas. Como por arte de magia aparecían cientos de aparcamientos y desaparecían los conductores estresados. De repente, un día, en los búnkeres económicos, alguien tocó a rebato y con el repique estalló la burbuja y con ella se esfumó la siesta de agosto y hasta la de toda la vida. Tengo la sensación de que este verano ha perdido el color de tener futuro, de saber que, en setiembre, la vida regresará a la normalidad. En las ciudades de este agosto resulta difícil encontrar aparcamiento. Los comercios anuncian las décimas rebajas o su cierre inminente. La hostelería se lamenta de que los beneficios han descendido casi un 15%. La gente sólo camina y, helado en mano, llena los bancos de parques y plazas. Recorre las grandes superficies sin abrir la cartera y mira con nostalgia las ofertas de los viajes que acabaron antes de empezar. En algún informativo escucho que empresas que habían aplicado el ERE no volverán a abrir en setiembre. En las oficinas del INEM no parece agosto. Más que cualquier otro mes, la fila de nuevos desempleados se alarga hasta la calle. Son los gestos cotidianos de una sociedad a la que la crisis le ha robado la siesta de agosto.