Raimundo Fitero
Identidad variable
Además de sospechosos habituales, presuntos, clientes, votantes, súbditos, televidentes, adictos o socios, televisivamente, nuestra identidad es variable, o al menos así se debe entender cuando nos incluyen o excluyen dentro de un target, que viene a ser algo así como formar parte de un grupo de ciudadanos a los que se reconoce desde la publicidad como componentes involuntarios de un supuesto mercado objetivo. O sea, el que no está dentro del target, es un sin papeles televisivo.
Pero ¿quién da el pasaporte o la filiación para pertenecer a cada target? Pues es bastante sencillo, a primera vista: la edad, el poder adquisitivo, los estudios reglados cursados, el género y la ubicación geográfica, además de otras muchas variables socio-económicas que son utilizadas siempre en contra nuestra, porque todas estas fijaciones son para convertirnos en consumidores inermes. Se trata de atacarnos por los puntos más débiles, ofreciéndonos los productos pensados y elaborados para que de manera automática se dispare de manera irremediable nuestro impulso consumista, y desde el target ir directamente a la tarjeta de crédito o débito, por obligación.
Entonces, dependiendo del target al que se dirigen los anuncios, así se programa. Las series, los programas de entretenimiento, se colocan en las parrillas para ir acumulando targets, porque parece ser que en este proceso identitario externo, podemos pasar en breves instantes de una categoría a otra, sin apenas deserciones. Es decir que el mercado objetivo, se alimenta de subjetividades, y podemos empezar en las horas de máxima audiencia siendo tentados como estigmatizados por un target, pero acabar con consignas de otro, siendo uno el mismo, con el mismo mando a distancia y sin apenas haber variado la postura en el sofá. Las cadenas, cuando venden sus espacios publicitarios, no presentan estadísticas, ni contenidos, solamente muestran la radiografía del target de su clientela y ahí es donde los depredadores atacan con un coche o con un perfume. Nada es por casualidad. Sin ir más lejos, en mi vida social ya no hablo de mis gustos, sino de mi target. Así mudo de identidad cuando me da la gana.
Pero ¿quién da el pasaporte o la filiación para pertenecer a cada target? Pues es bastante sencillo, a primera vista: la edad, el poder adquisitivo, los estudios reglados cursados, el género y la ubicación geográfica, además de otras muchas variables socio-económicas que son utilizadas siempre en contra nuestra, porque todas estas fijaciones son para convertirnos en consumidores inermes. Se trata de atacarnos por los puntos más débiles, ofreciéndonos los productos pensados y elaborados para que de manera automática se dispare de manera irremediable nuestro impulso consumista, y desde el target ir directamente a la tarjeta de crédito o débito, por obligación.
Entonces, dependiendo del target al que se dirigen los anuncios, así se programa. Las series, los programas de entretenimiento, se colocan en las parrillas para ir acumulando targets, porque parece ser que en este proceso identitario externo, podemos pasar en breves instantes de una categoría a otra, sin apenas deserciones. Es decir que el mercado objetivo, se alimenta de subjetividades, y podemos empezar en las horas de máxima audiencia siendo tentados como estigmatizados por un target, pero acabar con consignas de otro, siendo uno el mismo, con el mismo mando a distancia y sin apenas haber variado la postura en el sofá. Las cadenas, cuando venden sus espacios publicitarios, no presentan estadísticas, ni contenidos, solamente muestran la radiografía del target de su clientela y ahí es donde los depredadores atacan con un coche o con un perfume. Nada es por casualidad. Sin ir más lejos, en mi vida social ya no hablo de mis gustos, sino de mi target. Así mudo de identidad cuando me da la gana.