El arranque de «Mi refugio» es severo, descarnado y sucio. Durante el trayecto de estos primeros planos, el espectador es testigo del completo desplome de una pareja de drogadictos atrapados en un paraíso artificial que determinará la muerte por sobredosis de él y el renacer reflexivo de ella. A la actriz Isabelle Carré le ha correspondido meterse en la piel de esta joven que, tras eludir la muerte, decide dar un nuevo giro a su vida trasladándose a una casa erigida junto a una playa. En este espacio escénico tan rohmeriano, el filme da un nuevo giro y la luz comienza a filtrarse pausadamente por entre fotogramas que hablan en silencio y dejan entreabierta la puerta a un invitado que tiene como misión dotar de un nuevo sentido a la historia. La presencia del hermano de su difunto compañero permite a la protagonista abrir una brecha en su enclaustrada soledad a través de una serie de diálogos y encontronazos constantes, mediante los cuáles se cimentará una relación destinada a dar un nuevo sentido a sus respectivas y erráticas existencias.

Ozon no apuesta por el subrayado emocional, se limita a plantar la cámara y rodar cada capítulo de esta rutina cotidiana mediante planos pausados que, por momentos, adolecen de cierta intensidad.

De entre el conjunto merecen ser destacadas unas interpretaciones muy creíbles y, sobre todo, el esfuerzo de una Isabelle Carré, cuyo embarazo verdadero dota al conjunto de un saludable verismo y permite una perfecta conexión con el público. Sensible y directo, este drama evoluciona con cierta irregularidad y deriva hacia un epílogo que puede levantar más de una duda.