Ambiente raro el martes en Quincena Musical, que otros años suele dejar en blanco su programación sinfónica durante la Semana Grande donostiarra. Muchos debieron pensar que el programa no era lo suficientemente atractivo como para abandonar sus obligaciones fiesteras y el Kursaal presentó numerosos huecos en su aforo. Una pena, porque la velada trajo uno de los momentos más notables en lo que va de festival, con la interpretación de «Bajo el signo de Escorpio» de Sofia Gubaidulina. En parte por la propia obra, música de un profundo toque humano, con una narrativa entrecortada y angustiosa capaz de atrapar al oyente en un remolino de sentimientos encontrados. Repleta, además, de sonoridades orquestales preciosas y originales. Pero, además de la propia música, estuvo también la interpretación del acordeonista Iñaki Alberdi, que es un músico de un nivel extraordinario. La manera en que supo expresar la duda, la rabia, el miedo, la esperanza y todo el espectro de situaciones emotivas y espirituales que conforman la música de Gubaidulina fue prodigiosa. Realizó, además, un gran trabajo camerístico con las diferentes secciones de la Orquesta de Liverpool. Vamos, que aquello sonó glorioso.

La segunda parte del concierto dejó a Petrenko y los de Liverpool solos con la «Sinfonía» nº5 de Shostakovich, una obra bastante agradecida para una orquesta, ciertamente. Pero la Filarmónica de Liverpool anduvo muy poco fina en su interpretación, con incontables errores en los metales y en el viento madera, una cuerda que se desempastaba en los numerosos saltos interválicos amplios del melodismo de Shostakovich y unos niveles de desajuste y afinación en general bastante inaceptables. Petrenko, además, firmó una versión demasiado irregular, con momentos vibrantes pero otros prácticamente muertos. Se quedó lejos de arrastrarnos en la manera en que una buena interpretación de esta sinfonía suele hacerlo.