La inteligencia necesita ser cultivada y para eso están los libros
«Mis tardes con Margueritte» Premios Donostia, Julia Roberts
Jean Becker es un maestro del cine de personajes con diálogos, a la vez que domina la dirección interpretativa como pocos. En «Mis tardes con Margueritte»; tiene la oportunidad de dirigir a dos grandes que, por primera vez, aparecen juntos en una misma película. Gérard Depardieu encuentra una sorprendente y aleccionadora réplica en la eterna dama del teatro Gisèle Casadesus, formando una de las parejas más entrañables vistas en mucho tiempo en el cine.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Uno de los tópicos culturales más falsos que existen es de la supuesta rivalidad entre el cine y la literatura. Los cineastas siempre se han sentido deudores de las obras de los escritores, además de expresar su amor por los libros a la menor ocasión, y si hay que hablar de cine francés ahí está el «Fahrenheit 451» de Truffaut, realizado a partir de la visionaria novela de Ray Bradbury.
Jean Becker empezó haciendo cine en estado puro, como ayudante de su padre Jacques Becker, para luego estar veinte años sin dirigir ninguna película. Cuando regresó lo hizo con realizaciones mucho más personales, la mayoría de ellas basadas en novelas muy inspiradoras. La primera fuente de inspiración la encontró en Sébastien Japrisot, a quien adaptó en «Verano asesino» y «La fortuna de vivir». En los últimos tiempos ha ido descubriendo una serie de autores tanto o más sugestivos, como Henri Cueco en «Conversaciones con mi jardinero» y François D'Epenoux en «Dejad de quererme».
Ahora hace lo propio con Marie-Sabine Roger, que es la creadora de «La tête en friche», novela aquí editada como «Tardes con Margueritte». El título en francés alude a la necesidad de cultivar la mente, y nada mejor para ello que los libros. Por lo tanto el veterano Jean Becker ha encontrado un texto que transmite el placer de la lectura y sus beneficios para el desarrollo personal.
Empezar por Albert Camus
En la época de estudiante adolescente en el instituto recuerdo que Albert Camus era una de las recomendaciones habituales de lectura, pues no en vano se ajustaba muy bien a esa etapa existencialista que conlleva la primera juventud. No es por ello nada descabellado que «Mis tardes con Margueritte» presente a un adulto que nunca ha leído y que se inicia en el conocimiento de los libros con «La peste» o «El extranjero». Puede ser un buen comienzo para engancharse, y de ahí que resulte creíble un cincuentón que descubre el poder de las palabras a tan tardía edad leyendo a Albert Camus. Es posible debido a que en el plano intelectual este hombretón sigue estando virgen y sin cultivar.
Germain no es un retrasado y, de hecho, posee una gran retentiva que le permite quedarse con las palabras y su significado. Su único problema es la falta de atención y de cariño, al haber sido un hijo no querido. En la anciana Margueritte encuentra la tutora que nunca ha tenido, alguien que con paciencia va a enseñarle a leer.
El encuentro entre ellos es puramente casual, debido a que la anciana ocupa sin saberlo el banco preferido de Germain en el parque. En principio, él escucha lo que la mujer mayor lee por educación, pero no tarda en sentir una natural curiosidad. Con el paso del tiempo, ella irá perdiendo la vista, por lo que Germain hará un esfuerzo de aprendizaje para pasar a ser su lector.
Gemain no tarda en notar los efectos saludables de la lectura, a medida que la gente deja de tratarle como a un ignorante y se siente como alguien realizado y merecedor de respeto. Dejará de ser el centro de todas las bromas entre los parroquianos del café al que acude.
Gérard y Gisèle
Lo maravilloso de «Mis tardes con Margueritte» es que hace posible el encuentro entre dos seres totalmente opuestos, a los que separan cuarenta años de diferencia de edad y cien kilos de peso. Una reunión tan insólita solamente se encuentra a la alcance de unos intérpretes fuera de lo común, capaces de compenetrarse como lo haría una pareja de jóvenes enamorados. Gérard Depardieu borda la caracterización del tipo simplón y bonachón, tan grande como inofensivo y, sobre todo, vulnerable por falta de amor y de formación escolar. Su compañera de reparto, la veteranísima Gisèle Casadesus, le da la réplica perfecta, haciendo de su Pigmalión, en cuanto la única que puede pulir ese diamante en bruto a base de paciencia y mimo.
El quid reside en que él nunca habría accedido al conocimiento de los libros por sí mismo, necesitando de una guía cultural. Ella es perfecta, porque además de leer ha viajado mucho, con lo que posee también la información y la sabiduría que da la experiencia vital. Nadie mejor que Gisèle Casadesus para transmitir todo ese bagaje, esa sensación de conocer mundo. Alguien así tiene tanto que contar, tanto que legar a los demás. Pero para recibir lecciones hay que ser humilde y saber escuchar, premisas que cumple por entero la esponja humana a la que presta su físico y modales torpes un Gérard Depardieu con el que uno se puede identificar facilmente.
Estoy seguro de que en Hollywood nunca harán un remake de la última película de Jean Becker, entre otras cosas porque Martin Ritt, realizador de «Cartas a Iris» , ya no está vivo para realizarla. Robert De Niro podría repetir el papel, pero no sabrían encontrarle una pareja centenaria, dado que allí arrinconan a las actrices de edad avanzada y luego es difícil recuperarlas.
En Europa también cuecen habas, en vista de que nunca faltan los críticos dispuestos a acusar a Jean Becker de sentimentaloide. Ya se sabe que los hay tan pusilánimes que necesitan de películas sensibles con las que meterse para hacerse los duros. No toleran bien la inocencia, un valor en completo desuso en la sociedad actual, así que se dedican a cazar a los puros de espíritu y a quienes los retratan, precisamente buscando un punto de contraste, un modo de darle la vuelta a las nuevas tendencias de encanallamiento social.
Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Son un clásico del verano, a pesar de que durante los últimos años los nombres de los afortunados hayan sido una sorpresa que no ha sido desvelada hasta ya entrado el otoño. Esta edición, el Zinemaldia recibirá y premiará la trayectoria de una mujer a la que es muy difícil negarle la popularidad. Julia Roberts es, o ha sido hasta hace bien poco, «la novia de América», a pesar de que antes que ella hubiera otras que, como la norteamericana, cultivaron fans a lo largo y ancho del mundo y embelesaron con sus amplias sonrisas (entre ellas, la canadiense Mary Pickford, una legendaria actriz del cine mudo que, podríamos decir, acuñó el término). Julia Roberts tuvo antecesoras y tendrá sucesoras que cautiven a una legión de seguidores con su encantadora sencillez, con esa particular frescura a la hora de hacerse con un papel en una comedia. Pero, sobre todo, para ser una de «esas novias» se ha de poseer una «cualidad» imprescindible: ser como la encantadora vecinita de al lado. Y a Julia la gente cree podérsela encontrar de compras en el súper. Roberts hace tiempo que cumplió los cuarenta y esto es algo que Hollywood no le perdona a ninguna actriz que haya de servirle para hacer caja. La juventud, «ese no sequé» tan pasajero, es un reclamo imprescindible para que una diva pueda continuar siendo la protagonista de películas como «Pretty Woman». Pero más allá del estereotipo que haya venido representando la de Georgia, la actriz cuenta en su curriculum con papeles protagonistas en cintas más o menos interesantes, tales como: «Closer», «Notting Hill», «El informe Pelícano» u «Ocean's Eleven», entre otros. Sus registros se encuadran tanto en el género de la comedia como en el drama o el thriller y, ojo, jamás la hemos visto desnuda en la gran pantalla (al menos que yo recuerde). Ni siquiera las extralargas piernas que luce en «Pretty Woman» eran las suyas (dicen por ahí que eran de una tal Shelley Michelle). Sea como fuere, seguramente la de Smyrna jamás soñó con convertirse en tamaña celebridad, pero el destino, y puede que el camino que había abierto su hermano Eric Roberts, fueran los culpables de que esta mujer, de sonrisa impecable y a la que la cámara adora, haya llegado a encandilar a millones de personas. Entre ellas, a los que han decidido concederle el Premio Donostia 2010. Julia Roberts, además de venir a recoger su galardón, promocionara fuera de concurso «Eat Pray Love» (Come Reza Ama), del director Ryan Murphy. Ya queda menos.
Germain encuentra en la anciana Margueritte la tutora que nunca ha tenido, alguien que con paciencia va a enseñarle a leer, para así, conseguir que aquel que no ha obtenido educación sea tratado adecuadamente.
En el resto del mundo deberían tomar ejemplo de la escena francófona, donde se venera a las actrices ancianas y se les apoya para que se mantegan en activo mientras quieran y puedan. No hace mucho nos sorprendía Tsila Chelton con su actuación en «La caja de Pandora», premiada en el Donostia Zinemaldia. Pero es que hay quien supera en longevidad a la Chelton, que ahora tiene 92 años, y esa es Gisèle Casadesus, que se ajusta a la perfección a la etiqueta de eterna dama del teatro. Nacida en 1914, va para centenaria, y de momento nada indica que vaya a retirarse.
Pertenece a una familia de músicos, porque sus padres lo eran y su hijo también ha continuado la tradición musical de los Casadesus, que con ella se saltó una generación. Lleva actuando desde que tenía 20 años, así que cumple ya su octava década sobre las tablas, que se dice pronto. Entró en la Comédie-Française en 1934 y cinco años más tarde ya pertenecía a su plantilla estelar, de la que formó parte hasta 1962, pasando luego a la categoría de socia honorífica. En el cine empezó al mismo tiempo que en el teatro, por lo que se le puede considerar como historia viva del sonoro en su país. Los grandes directores se siguen acordando de ella, como Claude Lelouch, quien acaba de dirigirla en «Ces amours-là», ganadora del Festival de Moscú. Lelouch ya había vuelto a contar con ella antes, en 1996, para «Hommes, femmes, mode d'emploi». Al propio Jean Becker le ha pasado un poco lo mismo, porque antes de recuperarla en «Mis tardes con Margueritte», la incluyó en el gran reparto de «La fortuna de vivir».
Recientemente le hemos visto en otras películas de autores no menos interesantes. Estaba en la adaptación cinematográfica de «La elegancia del erizo», realizada por Mona Achache. Incluso encontró un hueco en el docudrama político de Robert Guediguian «Presidente Miterrand». Atrás quedaron, por suerte, los tiempos en que pasaba desapercibida junto a fugaces estrellas. En «El trepa», de Michel Deville, aparecía a la sombra de la malograda Romy Schneider. En «La esposa fiel», de Roger Vadim, la cabecera de cartel la ocupaba una hoy totalmente olvidada Sylvia Kristel, que no pasó de ser un mito erótico de los 70. Quién le iba decir entonces que acabaría formando pareja protagónica al lado de todo un Gérard Depardieu, en un más que merecido colofón a su carrera en la pantalla grande.
M. I.
Lo maravilloso de «Mis tardes con Margueritte» es que hace posible el encuentro entre Gérard Depardieu y Gisèle Casadesus, dos seres opuestos a los que separan cuarenta años de diferencia y cien kilos de peso.
T.O.- «La tête en friche».
Dirección: Jean Becker.
Intérpretes: Gérard Depardieu, Gisèle Casadesus, Jean-François Stevenin, Maurane.
Música: Laurent Voulzy.
País: Estado francés, 2010.
Duración: 82 minutos.