JOSEBE EGIA
Cuando el amor se agota
Las estadísticas normalmente engañan. Se suelen «maquillar» según los intereses de quienes las hacen públicas, así que, pasando de dar cifras, que las hay, pero lo que es cierto es que las vacaciones de verano son el caldo de cultivo de muchos de los divorcios que se producen a principios de septiembre. El fenómeno se repite año tras año. Tras las vacaciones, son muchas las parejas que deciden poner fin a su relación. En verano se pasa muchas horas juntos y la pareja se da cuenta de que la relación está agotada, que existe una gran incomunicación y que ella o él se ha convertido en un extraño al que no se le encuentra ninguna compensación para seguir juntos. Así que, quienes pueden, que son miles las parejas que bien por carecer de recursos económicos -y más en plena crisis- o por dependencia psíquica, no lo hacen y continúan en una relación que les hace daño, pero que no pueden romper.
El psicólogo clínico Antonio Bolinches define como «saturación convivencial intensiva» la situación que se produce en vacaciones, «porque durante el resto del año cada uno está inmerso en su proyecto personal sin pensar demasiado en proyecto común de pareja o de familia». Si funciona la relación, el verano sirve para recuperar la sintonía con la pareja y la familia, pero si no, también sirve para que una o uno se plantee si vale la pena seguir. Que el verano suele ser el final de trayecto de muchas parejas es una constatación. La convivencia intensiva suele ser la gota que colma el vaso, aunque lo cierto es que las parejas no se pelean el 15 de agosto y el 1 de septiembre van al juzgado, sino que las diferencias se hacen más evidentes en ese momento. «No son motivo de un calentón o del descubrimiento de una infidelidad, que eso no se perdona casi nunca, ni en invierno ni en verano», explica Bolinches, «se llega a la ruptura por agotamiento, porque no hay nada de qué hablar y en esa tesitura lo mejor es llegar a un acuerdo y acabar». Este caso afecta por igual a todas las franjas de edades y no siempre se da entre parejas con muchos años de convivencia.
Bolinches clasifica las parejas que se separan en tres grupos. Las «saturadas» que son las que presentan peor pronóstico, porque las desavenencias afectan al proyecto de vida o la escala de valores. Las «divergentes» en las que cada quien tiene sus propios intereses y durante el año tienen autonomía suficiente para soportar la convivencia, hasta que, precisamente en verano, se dan cuenta de lo lejos que están y las «desencantadas». Éstas llevan pocos años conviviendo y en muchas ocasiones no superan la primera crisis seria, que se puede plantear en las primeras o en las segundas vacaciones.
No se cuál es el caso de quien esta ahora conmigo en este txoko. Ojala que su relación de pareja funcione bien, que las rupturas siempre son muy duras. Pero si no es así, y tienes posibilidades para ello, rompe cuanto antes ¡que más vale estar sin pareja que aguantar una situación dañina en sí misma!