EUSKAL HERRIA JAIETAN
Los bilbainos saborean el cordero de su tierra
Ya se sabe que en casa del herrero... Pues al cordero lechal vizcaino le pasa lo mismo, que en casa es donde menos se le conoce, a pesar de que su calidad es de la mejor. Ayer, cientos de bilbainos tuvieron la oportunidad de degustarlo. Se asaron doscientos ejemplares.
Joseba VIVANCO |
Esta vez no se trataba sólo de demostrar que en Bilbo todo se hace a lo grande. Si el año pasaron asaron 120 corderos, pues éste 200. El trasfondo de la degustación popular de ayer en el Arenal tenía que ver más con la defensa de la llamada soberanía alimentaria. Manzana chilena, espárrago peruano, langostino ecuatoriano, tomate marroquí, calabaza senegalesa... El pregonero invitó el sábado a acoger a los que llegan de fuera, pero otra cosa es que, como ponía ayer de ejemplo Sabin Aranburu, uno de los pastores de la denominación Bizkaiko Bildotsa, «aquí en Bilbao no comen cordero vizcaino, y el que comen puede venir de Palencia».
Una hilera de corderos que se hicieron al estilo burduntzi -necesitaban unas dos horas y media- fueron la atracción matutina y también vespertina en el recinto festivo. Cientos, miles de curiosos recorrieron con sus miradas la inhabitual estampa del centro de la capital. «Es el mejor cordero de Euskal Herria», sostenía un atareado y sudoroso Eneko Egibar, gerente del matadero Erralde, el cual compra todos los corderos a los cerca de 60 pastores vizcainos adscritos a la asociación con la que colaboran y a otros 25 más no asociados. «Ha sido la salvación para todos ellos, porque si no ni vendían. Ahora, los corderos tienen salida, es un producto de garantía y son ellos los que ponen el precio», explicaba. En los últimos años la producción se ha llegado a duplicar, a pesar de que para pastores y matadero no sea nada sencillo «ir contracorriente», como apunta Egibar.
Fue a mediodía cuando se empezaron a servir los primeros pinchos de cordero, sobre una rebanada de pan casero y un vaso de vino de Rioja Alavesa. «El año pasado había que pagar», comentaba una señora. «¡Y éste!», la ponía al día el marido. A tres euros el pincho, una interminable fila de gente sacó su ticket; otros, optaron por llevarse medio o un cordero entero, a 50 ó 90 euros, más vino. El olor, impagable. Y si bien olía, mejor sabía. ¿Si acabaron con los doscientos? Era lo de menos...