La muerte en Afganistán de dos guardias civiles y su intérprete a manos de la persona a la que estaban instruyendo, que posteriormente cayó abatido por los tiros del resto de guardias civiles que participaban en esas maniobras, recuerda un pasaje del magnífico libro de Amin Maalouf «Las cruzadas vistas por los árabes». En él se narran las acciones que, durante la Edad Media y en el contexto de las cruzadas, realizaban los Hashshashin o Assassins al infiltrarse entre las facciones enemigas y, una vez lograda la confianza de sus adversarios, atentando contra ellos. El término llegó posteriormente a Occidente, donde adquirió unas connotaciones aún más terribles.

Las protestas por la muerte del afgano muerto en las afueras de la base militar, que paradójicamente fueron disueltas por las fuerzas policiales entrenadas por esos mismos cuerpos policiales occidentales, evidencian que la visión que tienen los ocupantes sobre su ecuménica misión y la percepción que tienen los habitantes de los territorios que están siendo ocupados es diametralmente opuesta. El empecinamiento de los mandos policiales y militares de los países de la OTAN por hacer de cada error militar, derrota bélica, ataque insurgente o incluso de cada accidente una razón para mantenerse allí resulta patético. Es su presencia allí lo que genera esos hechos.