El Laboratorio de Tizas, custodiado en la Fundación Museo Jorge Oteiza de Alzuza (Nafarroa), es una vasta colección de alrededor de dos mil piezas de pequeño formato realizadas en tiza, latón, escayola, papel, madera y corcho, nacidas de la experimentación personal de Oteiza (Orio, 21 de octubre de 1908-Donostia, 9 de abril de 2003) tras dar por concluida su investigación escultórica pública en 1959. Todas ellas forman un corpus deslumbrante en su diversidad. No obstante, y aunque se trata de obras escultóricas de primer orden, el espíritu de lo incompleto y lo provisional sobrevuela el interior de la cámara sellada que las cobija en Alzuza. No debemos olvidar que se trata, básicamente, de apuntes: en alguna grabación se puede observar la forma rápida y nerviosa en que Oteiza trabajaba sobre estos pedazos de materia fácilmente moldeable, como si el crear escultura fuera un ansia vital que no podían saciar del todo el ensayo estético ni la poesía.

La investigación estética de Ramón Lazkano en el ámbito de lo musical presenta una serie de afinidades claras con la de Oteiza en el de lo escultórico. Una de ellas es la preocupación por el espacio y la fisicalidad del sonido. En una entrevista reciente, Lazkano habla literalmente de «tallar el sonido», de darle forma en un espacio invisible pero determinado por la realidad física de las vibraciones sonoras. Él lo describe como «una forma de emanación espacial común entre la escultura y la música». Es fácil percatarse de la faceta escultórica de Lazkano enfrentándonos a tótems orquestales como «Zur-Haitz», «Hilarriak» o «Ilunkor», de una fisicalidad sonora que logra poner en vibración cada centímetro cúbico de aire de esos monumentales espacios vacíos que son las salas de conciertos, empleando un símil muy afín al pensamiento de Oteiza.

Movimiento espontáneo

¿Qué ocurre con el Laboratorio de Tizas para que Lazkano haya regresado a él hasta trece veces? Juan Pablo Huércanos, subdirector del Museo Oteiza, da una pista sobre el verdadero valor del Laboratorio cuando explica que para Oteiza «la escultura más monumental debía caber en el hueco de una mano, porque el hueco de la mano nos da la medida del mundo». Esto implica una cuestión fundamental sobre lo afectivo para Lazkano: «Uno puede abrazar las piezas pequeñas en una especie de relación directa con el tamaño de uno mismo. Eso es algo que me resulta maravilloso en el Laboratorio de Oteiza. Existe la posibilidad de abrazar todo ese mundo experimental con una cercanía física muy grande».

En su acercamiento sonoro al Laboratorio de Tizas, Lazkano opta por conjuntos de cámara de instrumentación, a veces, bastante inusual, pero es en esa elección de un formato pequeño y materiales infrecuentes donde terminan los paralelismos directos con la colección escultórica. Parece que a Lazkano no le interesa tanto el resultado concreto de los experimentos de Oteiza como el ansia misma de experimentación personal que es principio generador de las dos mil esculturas de la colección. «No es en realidad un proyecto -explica-, sino un movimiento espontáneo».

En el concierto de esta tarde sonarán la segunda y tercera piezas del subciclo titulado «Wintersonnenwende» (Solsticio de invierno).