
Maite Ubiria Periodista
Que nadie tenga que mirar a su espalda
La seguridad por la seguridad es cara hasta cuando �funciona�, y su coste es insoportable cuando se traduce en un da�o irreparable para una persona, un colectivo, un pa�s.
La seguridad es una necesidad, pero tambi�n un oscuro negocio. Y en tiempos de crisis el cintur�n aprieta hasta a quien se enfunda la cartuchera.
La seguridad como propuesta pol�tica no es rentable, no al menos para una sociedad confrontada a necesidades que no encuentran respuesta precisa en los presupuestos p�blicos, menos a�n para un pa�s como Euskal Herria, que ha pagado una cuenta disparatada en forma de hurto de libertades pol�ticas y derechos civiles.
Rodolfo Ares maquilla la decisi�n de suprimir escoltas aludiendo a �una reevaluaci�n de riesgos�. El concepto parece sacado de la jerga de un corredor de seguros de autom�vil. Pero, no, hoy habla como un contable el mismo consejero de Interior que se ha dedicado a pagar a agentes de la Ertzaintza para que arranquen carteles, retiren pancartas y hasta disparen a globos con fotograf�as de presos vascos, desatendiendo funciones realmente importantes para el bienestar ciudadano.
Los n�meros mandan. ETA lleva un a�o largo sin causar muertes de manera premeditada. El plazo cuenta incluso para los responsables policiales -�ser�a m�s conveniente llamarles gestores?-, aunque algunos partidos persistan en hacer quiebros para no afrontar la readecuaci�n en la forma de hacer pol�tica a la que les obligar� la nueva realidad que asoma.
Desde mucho antes de que empezara el despliegue fren�tico de escoltas -usados como �elemento de poder y distinci�n�, seg�n tertulianos que dan coba a las quejas corporativas del SUP- y, por descontado, tambi�n a partir de �l, muchos ciudadanos han vivido con el miedo pegado a la espalda.
Perseguidos, unos, por el temor leg�timo a sufrir un ataque violento a la entrada de una instituci�n, perseguidos, otros, por el temor leg�timo a sufrir un arresto violento por el mero ejercicio de la actividad pol�tica.
Vivir con la vista puesta en la espalda, tratando de descartar una sombra sospechosa, es un ejercicio doloroso. Y caro, incluso para Ares. M�xime cuando se vislumbra una alternativa m�s ventajosa y segura, la de escrutar oportunidades para intentar hablar mir�ndose a los ojos.