Isaac Rosa (2010/9/1) PÚBLICO.ES
Otro gran día para los iraquíes
Imagínense que, tras el derrumbe de la mina chilena, en lugar de iniciar el rescate las autoridades hubieran enviado un mensaje a los trabajadores sepultados del tipo: «Amigos mineros, vuestras penalidades han terminado (...): desde hoy ya no tendréis que trabajar más. Ahí os quedáis, y que disfrutéis del descanso y el ocio tan merecidos».
Sonaría a cachondeo, ¿verdad? Pues así me suena el eufórico mensaje que el primer ministro iraquí envió ayer a sus compatriotas, animándoles a celebrar el fin de la misión de combate de las tropas estadounidenses. Hundidos en el agujero en que ha quedado convertido el país tras siete años de guerra y ocupación, los iraquíes tendrán tantas ganas de celebrar la liberación como las que tendrían los mineros para festejar el fin de su vida laboral (...).
¿Y nosotros? Quienes siempre hemos rechazado la ocupación militar, ¿no nos alegramos hoy de que se marchen los estadounidenses? Pues tampoco. Primero, porque se marchan ma non troppo, ya que dejan 50.000 soldados (y muchos otros mercenarios) hasta diciembre de 2011, y tras esa fecha es previsible que aún se queden muchos, pues el ejército estadounidense nunca se acaba de ir de ninguna parte salvo que lo echen. Dicen que se quedan para formar a los iraquíes, y digo yo: ¿qué preparación tienen unas fuerzas que necesitan 50.000 formadores?
Pero además, durante años hemos picado el anzuelo del debate sobre la permanencia o salida de las tropas, reduciendo la cuestión iraquí a un asunto de seguridad, cuando son muchos otros los problemas que hoy hacen inviable un país donde la democracia, las instituciones, la economía, los derechos sociales, las infraestructuras básicas y la sociedad civil están muy dañados, si no desintegrados.
Estados Unidos y sus aliados dejan un país devastado, empobrecido, saqueado y ensangrentado. Aunque se vayan, la guerra no terminará hasta cumplir su último capítulo: el de las responsabilidades.