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ASTEKO ELKARRIZKETA

«El presente es desolador en el campo de la investigación arqueológica»

 

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Xabier PEÑALVER I El hombre que escucha a los ancestros

Arqueólogo por pasión y por profesión. Es una especie de viajero en el tiempo capaz de entender lo que nos dicen los antepasados remotos a través de sus vestigios. Su fuerte es la Edad del Hierro, pero el encuentro con las huellas de un chamán del Paleolítico en la cueva de Praileaitz ha marcado  su vida. Investiga y divulga, empeñado en salvar y proteger el mayor de los tesoros: el patrimonio de la memoria de la humanidad. Nuestro origen.

Fermin MUNARRIZ I

Ha dedicado usted buena parte de sus investigaciones a la Edad de Hierro, el milenio anterior a nuestra era, en Euskal Herria. ¿Existía ya una organización social compleja en este territorio?

Sí. Desde el Paleolítico más remoto ha existido una organización, pero en la Edad del Hierro hablamos ya de poblaciones muy organizadas, muy estructuradas. En otros lugares del continente europeo -en Grecia, por ejemplo- ya se representaba teatro... Es decir, son contemporáneos. En Euskal Herria, los yacimientos arqueológicos constatan concentraciones de población; hay un hábitat disperso, obviamente, pero la gente vivía en concentraciones, en altura, en lugares fortificados, con organización urbana en ocasiones, en viviendas y, sobre todo, dedicados prácticamente en exclusiva a la agricultura y a la ganadería, además de a la metalurgia y al comercio.

¿Había diferencias en el modo de vida o en el desarrollo en las diferentes zonas del territorio?

Hemos logrado eliminar un mito erróneo que apuntaba que en la vertiente mediterránea de Euskal Herria -Álava y gran parte de Navarra- había una población y, por contra, en la vertiente atlántica la falta de hallazgos hizo pensar, incluso, que no hubo pobladores o que, dada la orografía compleja, era una población pastoril muy retrasada. Algunas de las aportaciones de los clásicos, como Estrabón, apuntan también en esa línea a la rudeza de estas poblaciones.

En los años ochenta emprendimos la búsqueda de esos asentamientos y, después de tres décadas de investigación y excavaciones, comprobamos que las poblaciones de la vertiente atlántica no se diferencian demasiado en las formas de vida de las de la vertiente mediterránea o, incluso, de otras zonas europeas. Se dedicaban a la agricultura, a la ganadería, al comercio -incluso a larga distancia-, además de a la metalurgia del bronce y, luego, del hierro.

Intercambio de objetos en territorios lejanos, poblados fortificados para la defensa... ¿Qué suponían el comercio y la guerra para aquella sociedad?

Conforme se estabilizan los asentamientos y, sobre todo, las técnicas de la agricultura y la ganadería, se crean excedentes de producción. Y cuando hay más riqueza, puede venir el vecino a apropiarse de una parte; entonces se crean defensas. Muchos de los yacimientos de esa época están defendidos con fortificaciones importantes, pero también eso está en cuestión porque en las excavaciones no hay un reflejo de gran conflictividad. Se piensa que podían tener también una finalidad de disuasión y de prestigio. Esto no quiere decir que no hubiera conflictos; obviamente, hay armas en estos poblados, hay una estructura militar, incluso, porque hay que proteger algo asentado. Y ese mayor excedente de producción y riqueza también permite actividades comerciales de muchos tipos. Primero, en terrenos cercanos, con los elementos cotidianos: cereal, ganado, etcétera; a media distancia, de alguna manera parecido al anterior; y luego un comercio más sofisticado a larga distancia.

¿Cómo se constata ese comercio a larga distancia?

En dos poblados del corazón geográfico de Gipuzkoa han aparecido elementos de comercio a larga distancia muy importantes. En Basagain [Anoeta] encontramos una pieza de brazalete de vidrio que tiene su origen claramente en la Europa céltica y que puede proceder de Centroeuropa o de la Francia mediterránea, la zona de Marsella. Esos brazaletes han venido aquí vía comercial y prueban el interés y, sobre todo, la movilidad de estas poblaciones.

Otros elementos son los famosos cuencos de oro de Astroki [Eskoriatza]. Su origen es claramente el norte y el centro de Europa. Lo lógico es que hicieran el camino normal: que entraran a través de Aquitania, que atravesaran el Pirineo y llegaran a donde están cruzando los valles guipuzcoanos, donde tenemos en estos momentos diez poblados conocidos, alineados la mayor parte de ellos en los grandes ejes de comunicación que son los valles. El río Oria, por ejemplo, tiene cuatro poblados alineados, equidistantes.

Casi tan importante como la investigación es la divulgación. ¿Existen buenos canales de divulgación de la historia en Euskal Herria?

A mí siempre me parecen insuficientes. En el tema de la investigación, lo digo de forma clara: sí es totalmente insuficiente. En el caso de la divulgación, creo que no se trata sólo de publicar, se debe potenciar ese tipo de conocimientos por muchas vías -audiovisuales y otras-. Falta mucho camino por recorrer.

Algunos hallazgos arqueológicos han pasado a la historia por una frase de sus descubridores. Por ejemplo: «He visto maravillas», dijo Howard Carter cuando se asomó a la cámara de Tutankamon. Yo leí en este país una que decía: «Hemos encontrado un tesoro». ¿La recuerda?

[Sonrisas...] El hallazgo de Praileaitz es, lógicamente y de manera absoluta, un tesoro; un tesoro no sólo a nivel de Euskal Herria, sino a nivel universal, porque el patrimonio es universal. Tuvimos constancia de que era un tesoro de conocimiento cuando apareció el primer colgante, que es ése que tiene forma similar a las venus centroeuropeas.

3 de mayo de 2000. Una arqueóloga del equipo que usted dirige sale de la cueva llamándole «con la voz entrecortada» con un colgante de piedra negra y forma de mujer en la mano... ¿Cómo fue aquel momento?

Al principio era incertidumbre, como no poderte creer la pieza... Sabíamos que estábamos en un nivel del Paleolítico y, por lo tanto, que era un colgante que tenía una antigüedad superior a 13.000 años, que luego resultó ser en torno a 15.500. Sabíamos qué teníamos entre manos, pero a partir de ahí casi no dio tiempo a reposar porque el constante hallazgo de colgantes y de collares asociados de ese mismo nivel no nos dio descanso durante mucho tiempo. Fueron un total de 29 colgantes y otros muchos elementos, como lápices de ocre para pintarse...

15.500 años desde que aquel ser humano -un chamán- tocó por última vez el colgante hasta que llegó a sus manos... Debe ser muy emocionante, ¿no?

Sí... El proceso de excavación de Praileaitz ha sido muy emocionante a nivel personal, pero sobre todo como equipo de cinco personas que estuvimos excavando durante mucho tiempo. Creo que no lo olvidaremos nadie, sobre todo el periodo en que aparecían los collares y los colgantes: con la meticulosidad con que se excavan estas épocas -moviendo trocitos de tierra del tamaño de un grano de arroz-, en medio de una arcilla plástica de color amarillo muy claro iban apareciendo unas piezas de color negro brillante... Levantábamos un punto y aparecía un trozo negro, también del tamaño de un grano de arroz. Era saber que teníamos un colgante... A partir de ahí empezaba el proceso de grabación, de fotografiado, de extracción de las piezas... Y luego, sobre todo cuando van apareciendo de forma alineada y equidistante las catorce piezas de un collar, todas ellas decoradas... Eso es, desde luego, una cosa irrepetible, un privilegio; eso es una joya, un tesoro...

¿Surgen las lágrimas en esos momentos?

Humm... Hay mucha tensión, mucha ilusión y muchos nervios también. Además, era curioso, cuando aparecía un colgante, una de las chicas del equipo de excavación echaba un irrintzi porque normalmente otra persona estaba fuera de la cueva cribando el material. Al oír el irrintzi, venía corriendo al interior porque sabía que había aparecido otro colgante. Entonces tocaba parar y organizar la extracción lentamente. A veces duraba más de un día.

¿Qué nos revela Praileaitz?

La cueva da mucha información. Del Paleolítico se conocen formas de vida: qué cazaban, cómo tallaban el sílex, cómo trabajaban el hueso, incluso cómo pintan en las cuevas... pero la significación de Praileaitz va más allá de eso. Es un yacimiento donde los elementos habituales de fauna, de restos de animales que han comido, del trabajo del sílex... son prácticamente inexistentes. Lo único que tenemos perfectamente contrastado es un asiento de piedra a la entrada, con un hogar donde sí comía esta, seguramente, única persona en esos momentos. A partir de ahí, todos los elementos que hay se pueden relacionar con actividades de culto o de rito. Son collares, son lápices de ocre, son fuegos que no tienen una finalidad de calentar huesos o comida... Esos elementos, además de las pinturas que aparecen posteriormente, marcan un hábitat que gran parte del tiempo estaba ocupado por animales como lobos, osos o zorros y que, periódicamente, estaba ocupado por una actividad de tipo ritual. Eso es muy difícil encontrarlo, es una excepción.

¿Esto nos habla ya de un pensamiento mágico o religioso?

Praileaitz está en el contexto arqueológico del Bajo Deba; conocemos más de sesenta cuevas con yacimientos de esta época. Una de las grandes joyas es la de Praileaitz, pero hay grandes yacimientos como Urtiaga, Ermitia... En ese entorno, hay una cueva, Praileaitz, que tiene una actividad exclusiva de tipo ritual o cultural, la cual sería, probablemente, el referente de esas poblaciones periféricas del valle y de otros lugares distantes. Por ejemplo, la cueva de Ekain, aunque en el valle del Urola, está nada más cruzar un cordal.

Pero no todo ha sido satisfacción... El tema me recuerda otra reflexión muy anterior: «Miro adelante, pero voy retrocediendo, caminando hacia atrás. Así el panorama de nuestro mundo espiritual se me va ampliando delante de mí y nuestra particular situación cultural se me hace también más clara. Y también más desesperante». Es el «Quousque tandem» de Oteiza...

[...] Si nos centramos exclusivamente en el campo arqueológico, en el campo de la investigación -lógicamente en el caso de Praileaitz-, el presente es desesperante, es desolador... Inicialmente, tras investigarse, la cueva estaba encaminada a vaciarse para que se la comiera la cantera. Iba a desaparecer. Precisamente el hallazgo de la figura con forma de venus pone una base para decir «esto es otra cosa». Y conforme van apareciendo los colgantes nos vamos dando cuenta de que es algo único a nivel de Europa. Entonces, aunque todavía no habían aparecido las pinturas, yo hablé con la directora de Patrimonio de aquel momento y le dije que me parecía que no se podía vaciar el yacimiento y destruirlo posteriormente. Me dijo que se me entendía, pero que no servía de nada. Lo siguiente fue el hallazgo de las pinturas, que fueron el pasaporte para salvar la cueva. Ahora hemos pasado del perímetro de protección de 50 a 65 metros, lo cual suena a chiste si no fuera por lo dramático del tema...

15.000 años esperando en la oscuridad un patrimonio universal y en 15 años estamos arrasando el entorno natural que lo ha protegido... ¿Vivimos días negros para la cultura?

En muchos aspectos sí. Cuando se aprobó el decreto de protección del Gobierno anterior, yo dije que era un día negro para la arqueología, para el conocimiento, para el patrimonio... Era absolutamente negro. Hoy estamos ante la misma negritud. No se está protegiendo el entorno, que era un monte cónico, que ha sido vaciado ya prácticamente en su totalidad. Un periodista habló de un monte al que ya le habían extraído el corazón... No estoy de acuerdo: el corazón todavía está, es Praileaitz, pero está cada vez más desprotegido y, al final, va a fallar ese corazón.

¿Por qué ocurre esto?

No lo sé... Bueno, he pensado muchas cosas a lo largo de estos años. Todos los que trabajamos en defensa del patrimonio y, concretamente, de Praileaitz y su entorno cultural, tenemos muchos elementos, muchos documentos... Tenemos las cosas bastante claras de qué sucede. Por decirlo de una manera resumida: ante un patrimonio absolutamente relevante se están priorizando unos intereses de otro tipo, que son particulares, económicos, y que podrían tener solución por parte de la Administración.

Se lo pregunto de manera más explícita: Cultura o dinero, ¿qué pesa más en la balanza?

El partido del actual Gobierno [de la CAV] pasó del apoyo incondicional a nuestros planteamientos y el de los expertos de todo el mundo a la actual defensa del perímetro de protección de 65 metros, pero, además, a partir de las paredes conocidas de la cueva. Voy a decir una cosa muy grave: sería para anular este decreto [de protección] ya. Y es que, en el plano topográfico que ha servido de base para el decreto, no están topografiadas algunas de las galerías a las cuales se puede acceder e incluso en las que hemos excavado. No están reflejadas. Es como si vamos a proteger la catedral de Burgos y al delineante se le olvida representar el ábside. ¡Estamos haciendo eso!

Pero además, y esto es más grave, no se tienen en consideración galerías inmensas, que están colmatadas, llenas de sedimento arqueológico, a las que no hemos accedido porque la excavación tenía unos límites cuando estábamos trabajando. Antonio Rivera [actual viceconsejero de Cultura de Lakua] nos preguntó en una reunión: «¿Qué dimensiones tendrían? ¿Hasta dónde llegarían?». Pueden llegar mucho, pero eso se sabe excavando. Entonces dijo: «No puede ser». ¿Por qué no puede ser? ¿Porque la empresa no lo puede permitir? Es una cosa... no tiene pies ni cabeza, no se soporta de ninguna manera.

En otros campos de la cultura ocurren fenómenos similares: el euskara, la historia, las tradiciones, el folklore... ¿Por qué existe esta especie de despreocupación -por llamarlo de alguna manera- hacia las expresiones culturales de este país?

No me atrevo a entrar en otros campos que desconozco, pero sí conozco a mucha gente del mundo de la cultura muy descontenta... Dejando a un lado el tema del patrimonio y de su conservación, que es vital, la situación de la investigación en el campo de la arqueología es lamentable.

En arqueología hay dos tipos de excavaciones: las de investigación y las mal llamadas de urgencia o de intervención; es decir, cuando una obra pública -un tren de alta velocidad, una autovía...- va a llevarse por delante determinados terrenos, hay una prospección y unas excavaciones no planificadas. Se llaman de urgencia porque hay unos márgenes de tiempo pequeños y unas presiones muy grandes. Ahí la gente cobra un dinero y puede sobrevivir.

Las otras líneas de investigación son las planificadas para conocer nuestro pasado. Conocemos cientos de yacimientos y quienes nos dedicamos a esto sabemos cuál elegir, cuál excavar, cuánto tiempo, en qué zonas... Pero en ese tipo de tarea lo normal es que el investigador tenga una actividad -puede ser profesor de universidad o camarero de un bar- y como arqueólogo excava entre quince días y un mes al año un yacimiento determinado, y luego se va...

¿Quiere decir que no hay dinero para investigar?

Praileaitz se excavó con fondos, pero normalmente en estas excavaciones lo único que hay es una subvención para cubrir el alquiler de un Land Rover, la comida del equipo -que pueden ser diez o quince personas- y el alojamiento, que se busca en el Ayuntamiento para ver si deja un local, un polideportivo... Eso es lo único. Luego, a veces, hay partidas para hacer y depositar adecuadamente los inventarios o para estudiar determinados materiales. La investigación de nuestros orígenes está así.

Si vemos cuántos años ha cotizado la gente que se ha dedicado a la arqueología, nos asustaríamos. Llevo mucho tiempo también diciéndole a la Administración que no tenemos cantera de nuevos investigadores en arqueología. Cero... Si la gente que excava con nosotros ve que quien lleva treinta años haciendo y dirigiendo excavaciones está como está, dice «a dónde voy yo»...

¿El progreso de un país se puede medir por los recursos que dedica a la investigación?

Yo creo que es un referente fundamental, sobre todo donde vivimos: en la parte rica del mundo. Vivimos en un continente opulento, y Euskal Herria no es, precisamente, una de las zonas más pobres... Eso es así, por mucha crisis que haya.

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