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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

El Ford T

El Sr. Hawking ha descartado a Dios como creador del universo, que es como dejar sin empleo al Sumo Hacedor. Y ya ha vuelto a reverdecer la agria pelea entre ciencia y religión. El Sr. Hawking alega que el mundo existe porque lo demandan las leyes de la física. Como es lógico, dada mi media sangre gallega, yo no voy a meterme en ese patatal, pero tengo la sensación de que las leyes de la física, como todas las leyes, tienen una frontera previa. Las leyes explican el procedimiento por el que se opera algo, pero no se explican a sí mismas. El Big Bang tuvo como agente la explosión de un punto infinitamente denso. Yo lo leí en un calendario que editaba una editorial que giraba bajo la firma «Lecciones de cosas». Pero los puntos no existen por sí mismos, sino que son fruto del encuentro de dos coordenadas, que en este caso podrían significar el poder y la voluntad. Un lío.

Creer que unas leyes existían previamente a su consecuencia me parece muy limitativo. A mí este debate me ha llevado a reflexionar sobre el nacimiento del Ford T, la maravilla que creó realmente el mundo del automóvil y la producción en cadena. Fue un Big Bang industrial. Los ingenieros de la Ford diseñaron el coche prodigioso, los obreros especializados pusieron las tuercas adecuadas, los chapistas hicieron sus planchas, los mecánicos ajustaron los movimientos de las piezas, pero todo partió de una especie de sueño de poder y voluntad tenido por el Sr. Ford. Él fue el punto infinitamente denso que estalló y sembró la inteligencia en derredor. Luego vinieron los ingenieros y hasta la guardia civil de tráfico. Bueno, veré si encuentro el viejo calendario.

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