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Iker Gallastegi

Deportes y fiestas identitarias

Mientras dura el dominio y la represión de una nación, acoger deportes y espectáculos del estado dominante constituye un grave problema. Y no sólo en Euskal Herria

Si viese a un hombre maltratando a un perro, torturándolo, sentiría gran pena por el pobre perro, pero mucha más por el pobre hombre, por su salud mental, por su falta de sentido humanitario, en fin, por su escasa hombría. ¿Qué decir entonces de quienes maltratan a un toro, además prolongando su tortura hasta la muerte? ¿Y qué decir, por muy «artística» y festivamente que el torero, el banderillero y el picador lo hagan, de quienes presencian y se divierten con ese espectáculo cruel? Esa gente me preocupa. Pero no voy a tratar de ese aspecto de las corridas de toros en este escrito. Me preocupa más su designio identitario.

Cuando uno llega a un país donde la gente juega al cricket, puede decir sin temor a equivocarse que está en Inglaterra o en algún pueblo colonizado por ella. Si juegan a la petanca, seguro que está en Francia, y si celebran corridas de toros está en España o en algún pueblo colonizado por ella. Esos juegos, deportes y espectáculos son expresiones típicas e identitarias de cada uno de esos países. Poco importa que pegar a una pelota con un palo o un bate fuese inventado en Dios sabe dónde, hoy el cricket es inglés y el béisbol estadounidense, aunque se jueguen también en algunos otros países. Seguro que en muchos sitios se peloteaba contra una pared, pero hoy la pelota, en sus diferentes variantes, es un deporte netamente vasco. Dicen que el toreo a pie fue históricamente iniciado en Nafarroa, pero hoy las corridas de toros están internacionalmente reconocidas como algo característico de España, a pesar de que tenga aficionados en pueblos vascos.

Si un inglés viene a Euskal Herria y constata que en las fiestas de algunos de sus pueblos se celebran corridas de toros; que las selecciones españolas de fútbol y baloncesto juegan partidos internacionales también en San Mamés y Anoeta o en el Buesa Arena; que la Vuelta Ciclista a España tiene etapas en Iruñea, Donostia o Gasteiz; si ha presenciado la muy andaluza y española procesión de Semana Santa por las calles de Bilbo, con su música militar y sus capirotes a lo Ku-klux-klan; y si en el espectáculo al que acude después de cenar cantan y bailan por bulerías, va a ser imposible hacerle reconocer que no está en España, por mucho que se le insista en que the Basque country is not Spain.

Algunos vascos dicen irreflexivamente que es absurdo mezclar problemas identitarios con espectáculos, juegos y deportes. ¿Querrán decirnos que la fiesta nacional de los toros, la Vuelta ciclista a España y las selecciones españolas de baloncesto o de fútbol (¡con Manolo el del bombo y todo!) no se identifican con España y lo español, cuando precisamente promulgan esa identidad nacional concreta? ¿Hay algo que excite más el patrioterismo de los españoles que «la Roja»?

Un vasco, si está orgulloso de serlo y ama todo lo vasco, es muy consciente de los esfuerzos y las tácticas sibilinas de los españoles que le dominan para españolizarle, a él y a su pueblo. Por tanto, decir que las corridas de toros, la Vuelta ciclista a España, las procesiones de Semana Santa, los partidos de baloncesto o fútbol que juegan las selecciones españolas no afectan a la identidad nacional vasca si se celebran en Euskal Herria, es querer disimular su intención españolizadora.

A mí, por ejemplo, me puede gustar el cante flamenco cuando es cantado en Andalucía, pero me crispa si lo oigo en Elorrio o en Etxarri-Aranatz. Me puede no desagradar escuchar en Madrid o en Valladolid a unos clientes que en un bar canten «Que viva España», pero oírlo en cualquier pueblo o radio de Euskal Herria me irrita.

Mientras dura el dominio y la represión de una nación, acoger deportes y espectáculos del estado dominante constituye un grave problema. Y no sólo en Euskal Herria. En Irlanda, a finales del siglo XIX, se fundó la Gaelic Athletic Association, que prohibió a cualquier practicante de deportes ingleses (como el fútbol o el rugby) que participase en deportes nativos, y viceversa, porque esos juegos anglificaban al pueblo irlandés y perjudicaban su cultura. Y esa prohibición ha durado hasta fecha reciente, hasta que Irlanda, tras haber conseguido su independencia y bien asentada su personalidad propia, no teme a la anglificación.

Que los hispanos lo hagan no es de extrañar, pero me es incomprensible que quienes se dicen nacionalistas vascos pretendan hacernos creer que la cosa no tiene importancia, que no deberíamos mezclar cuestiones identitarias con la celebración en Euskal Herria de deportes y espectáculos que nos identifican a los vascos con la nación española y, por lo tanto, nos españolizan.

¿Quienes eso opinan y predican pueden ser nacionalistas vascos, como se dicen, o son meros españolistas? Porque, como dijo Sabino Arana y Goiri: «Nacionalista y españolista no se puede ser a un tiempo». ¡Pensadlo!

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