GARA > Idatzia > Eguneko gaiak

Asteko elkarrizketa

«La historia no habla de nosotros, de la gente sencilla, y eso es precisamente lo que a mí me fascina»

p012_f01.jpg

narradora de historias del pueblo llano

Toti Martínez de Lezea

Su vida profesional siempre había estado relacionada con los idiomas y la cultura. Incluso había publicado un libro de leyendas, pero justo antes de cumplir los cincuenta años decidió escribir una novela y la ambientó en la Edad Media. Su éxito fue inmediato. Más que la historia le interesa narrar sus historias, pero es un referente en este género. Escribe en castellano y sus libros son traducidos al euskara. Tiene una producción prolífica. Es la escritora vasca más leída.

Texto: Fermin MUNARRIZ  • Fotografías: Andoni CANELLADA

¿Novela histórica, historia novelada? Historia y literatura: ¿cuál está al servicio de cuál en su obra?

No hay una definición de novela histórica; éste es un adjetivo que se le puso en el siglo XX. Hasta entonces existe la literatura y varios géneros: poesía, biografía, ensayo y narrativa. Nadie dice en el siglo XIX que «Guerra y paz» es una novela histórica; es una novela, sin más. Y yo lo tengo clarísimo: a mí lo que me interesa no es la historia sino contar mi narración y situarla en una época concreta. Esa época es la que tiene que estar bien documentada. De hecho, yo pocas veces he utilizado personajes reales en mis novelas.

¿La historia ha supuesto un corsé para la fabulación?

No, jamás, como tampoco lo es si la colocas en la época actual.

¿Cuál es la razón por la que la novela histórica ha tenido tanta expansión en la última década?

Se dice que está de moda, pero en realidad está desde hace 2.500 años cuando unos señores escribieron la Biblia y nos contaron que en el Paraíso había una mujer y un hombre que hablaban -había diálogo ¡eh!-, y había una serpiente y un ángel que también hablaban... [Risas] La narración histórica ha existido siempre, incluso antes que otro tipo de narraciones: fíjate si dio juego la Guerra de Troya...

En la actualidad hay un interés particular por la historia. Suele ocurrir en países con circunstancias políticas convulsas...

No sé... porque, por ejemplo, en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Italia... la novela histórica ha estado siempre de moda. Quizás a este país ha llegado más tarde. Puede también que aquí los autores hayan trabajado menos este género; son más costumbristas, más testimoniales, quitando a Navarro Villoslada con su mito de Amaya, a Campión con «Blancos y negros» que tocó el tema de las guerras carlistas, Baroja con sus contrabandistas y sus guerras, Txillardegi también... Se ha tocado el género pero muy poquito en comparación con otros, sobre todo el testimonial. De repente, los lectores han descubierto que el género histórico podía ser válido como cualquier otro porque pueden existir la intriga, el amor, la aventura, el enigma...

Este género literario sirve también para acercarse a acontecimientos o épocas poco conocidas por el gran público. ¿Tal vez nos han enseñado mal la historia en la escuela? ¿Quizás se nos ha ocultado nuestro pasado?

Lo que pasa es que un ciclo escolar no da para estudiar historia; es imposible. De todos modos, aquí y en otras partes, los libros de historia son libros de guerras. Los abres y todo son batallas, reyes, conquistadores, papas y gentes que en algún momento tuvieron su importancia, pero nunca se han ocupado del pueblo. Últimamente hay ensayos de historiadores jóvenes que tratan de descubrir cómo era la vida común de la gente.

¿Por ello ha optado usted por mostrar el punto de vista de la gente sencilla, de quienes no tienen espacio en los grandes libros de historia?

Sí, de nosotros... Me interesa mucho más. Por poner un ejemplo: si a mí ahora me pidieran escribir una novela sobre Isabel la Católica, no lo haría; yo escribiría la historia de una doncella o de una camarera que trabajaba para Isabel la Católica porque me interesa mucho más saber cómo vivíamos. Y digo esto porque nuestros antepasados son fundamentalmente ésos. La historia no habla de campesinos, de pescadores, de mujeres, de herboleras, de judíos, de moros, de extranjeros, de leñadores... No habla de nosotros. Y eso es precisamente lo que a mí me fascina particularmente. Y es trabajoso ¡eh! porque no hay documentación...

En sus libros están muy presentes los personajes supervivientes...

Sí, es que todos somos supervivientes... La última novela que he escrito, «La Universal», ocurre en Madrid a comienzos del siglo XX porque un tío abuelo mío se fue allá y montó una pensión y un circo. La gente todavía moría de hambre; se dice fácil pero en el Estado español no había comida. La pérdida de las colonias trajo una situación extrema y una especulación feroz de cuatro sinvergüenzas, se permitió la entrada de toneladas de trigo americano y ruso en detrimento del campo español, con lo cual se arruinó, y los campesinos fueron a vivir a las ciudades, que no estaban preparadas para recibirlos. En fin, un cúmulo de circunstancias que hicieron que la gente agudizara el ingenio. Se cerraron las fábricas vascas de herramientas, las textiles catalanas... Se pasó mucho hambre. Fue la época de la emigración a América para poder sobrevivir. Y esos eran nuestros abuelos o bisabuelos... Y si estamos aquí es porque aquellos sobrevivieron. Y nosotros sobreviviremos, por supuesto que sí.

La historia, como otras disciplinas, parece estar reservada para un grupo reducido y selecto de expertos. ¿La literatura ha sido la vía para popularizarla?

Creo que sí. Obviamente la historia tiene su complejidad, exige documentos, hay que plantear hipótesis, es un trabajo de gente experta, pero no llegaba al pueblo. Normalmente la gente no compra libros de historia, compra otro tipo de libros. Últimamente se va popularizando, no sólo por medio de la novela, sino porque los ensayos históricos también están siendo mejor escritos en cuanto a amenidad.

Algunos historiadores miraban con mala cara a los que hacían o hacemos este género, pero mis mejores amigos -y puedo decir que los únicos que tengo en literatura- son escritores de novela histórica, y da la casualidad de que la mayor parte de ellos son profesores universitarios, catedráticos de Historia, que tienen su carrera hecha y que han visto que la literatura es una herramienta como cualquier otra.

¿Cuál es la época que más le atrae ?

La verdad es que me atraen todas, pero la que más me gusta es el final de la Edad Media y el Renacimiento, digamos entre los siglos XIV y XVII.

¿Ha tenido la tentación de escribir una novela ambientada en la actualidad?

Por ahora, no, lo cual no quiere decir que no lo vaya a hacer. Tampoco tenía intención de escribir cuentos infantiles...

Y ya van cuatro entregas de las aventuras de Nur...

¡Acabo de entregar la quinta!

¿Cómo le ha resultado la experiencia de la literatura infantil?

¡Ha sido la pera! Este verano igual han venido cincuenta niños a casa. ¡De todas partes! Han venido con abuelos, con padres... a ver la casa de los abuelos de Nur. Y Nur [nieta de la autora en la que se inspiran las aventuras] ha estado durante un mes aquí, así que imagínate la sorpresa de los críos cuando veían que Nur existe. ¡Existe! Un día salía yo con las bolsas de basura y me encuentro a un padre y sus dos hijos mirando la casa; de repente, dice uno de los críos: «Jo, benetazkoa da!»...

Volviendo a los adultos, la historia se utiliza como un arma política. ¿La literatura también?

Puede ser; si tienes mucho éxito, si te lee mucha gente, puedes tener influencia... Si además el autor es capaz de transmitir, no sólo por escrito sino también oralmente, y de ser mediático, puede tergiversar o defender la historia. Pero yo creo que los autores deben dedicarse a lo suyo, que es escribir, y punto. Existe una especie de obligación de que el escritor debe ser políticamente incorrecto, de izquierdas, revolucionario, testimonial... Pero eso nunca se le pide a un pintor, a un músico, a un escultor... No veo por qué se le tiene que pedir a un escritor. El escritor escribe las historias que le apetece escribir. Si aparte quiere testimoniar sus ideas políticas o su opinión, es libre de hacerlo, pero no es una obligación.

No frecuenta usted los pronunciamientos políticos públicos...

No, porque mi vida es mía y mis ideas son mías y no tengo por qué compartirlas ni decirle a nadie «yo opino así y vosotros tenéis que opinar así...» Que cada cual opine como le de la gana. Mi forma de expresarme son los libros, donde aparecen la injusticia, la defensa de los pueblos y de la gente indefensa, y muchas cosas más de lo que algunas personas y críticos creen. No coso sin puntada. Cuando planteo una historia de mujeres acusadas de algo absolutamente ridículo como volar en escobas, o cuando planteo la cuestión de la discriminación de un grupo como los agotes, o cuando planteo el tema del saqueo, destrucción y muerte en Donostia [en 1813]... estoy siendo crítica con la sociedad de cada momento.

Acaba de formarse una nueva asociación de escritores, en este caso de la CAV y en todas las lenguas... ¿Pertenece usted a alguna asociación?

No, no... No soy asamblearia para nada. No pertenezco a ninguna asociación, a ningún partido político, no milito en ningún lado. Milito yo sola. Apoyo algo cuando me apetece apoyarlo.

¿Qué le parece el mundo de los escritores de Euskal Herria?

[Sonrisas] Yo soy muy lectora y cuando me publicaron el primer libro, una de las cosas que más me entusiasmaba era que iba a conocer escritores. ¡Qué fascinante! Poco a poco me he ido cayendo del guindo, porque me he encontrado con gente muy maja pero también con egoístas, pagados de sí mismos... Han llegado a decirme en mi tierra que yo hago daño a la literatura, que no pasaré a la posteridad. Me han dicho unas cosas...

Hace tiempo escribí un artículo -en Gara, precisamente- diciendo que no entendía por qué al hablar de escritores vascos sólo se mencionaba a los que escriben en euskara. Era una reflexión sin más. A la feria de Frankfurt sólo van escritores que escriben en euskara. Me parece perfecto, pero este país es lo que es y su realidad es que hablamos tres lenguas. ¿Barandiaran, que escribió todo en castellano, no era escritor vasco? ¿Campión o Pío Baroja tampoco?

Hay que defender el euskara, pero eso no quiere decir que se tenga que rechazar a los vascos que no escriben en euskara por circunstancias varias. Por ejemplo, yo soy traductora de francés, inglés y alemán, pero jamás escribiría un libro en esos idiomas porque, sencillamente, la lengua que he mamado es el castellano. Aprendí euskara con 18 años, soy euskaldunberri. Es imposible que domine los giros, las expresiones y mil necesidades que tiene un autor... Entonces, que automáticamente se nos rechace por no escribir en euskara me parece un error; al igual que rechazar a los que escriben en euskara, por supuesto. Cada uno se expresa en el idioma que mejor le va, pero todos somos de aquí, todos somos vascos, tenemos la misma cultura...

¿Es la literatura vasca una feria de vanidades?

Todas las literaturas, no solo la vasca... Escribir es un hecho muy íntimo; no sabes lo que va a pasar, si va a tener salida el libro... A las personas que dicen que escriben para sí y no para que les lean se les podría preguntar entonces por qué lo llevan a una editorial. Sí, los escritores tenemos la vanidad de que nos gusta que nos lean.

¿Y la envidia es un pecado de los escritores vascos?

No, es un pecado del género humano en general.

Uno de sus personajes -la anciana Domenja de «La herbolera»- dice que «estaremos muertos el día en que dejemos de honrar la memoria de aquellos que nos precedieron». ¿De qué manera se honra la memoria de los antepasados?

Pues en nuestro caso, concretamente, manteniendo la lengua, está claro. Pero también más: conociendo su historia. Hablamos, por ejemplo, de que Euskal Herria era una nación, pero Euskal Herria no ha sido nunca una nación. Ha sido lo que ha sido, pero no ha sido una nación en el sentido actual de la palabra. La frontera, la raya que separa dos países, la han creado a lo largo de la historia los políticos: los reyes, los duques, los condes...

Otra manera de honrar a los antepasados es la tradición oral. Antiguamente se contaban las cosas. Ahora vemos la tele, oímos la radio, leemos la prensa, pero no contamos. ¿A quién vamos a transmitir esa historia? ¿Quién nos dice que somos diferentes o que somos un pueblo? Para poder defender una idea hay que conocer la historia, nuestra historia. Hay que pesar los pros y los contras y saber hasta dónde se llega y dar una explicación plausible, creíble, a las hipótesis que se plantean.

También es cierto que todo pueblo tiene derecho a decidir su futuro y su presente en cualquier momento de la historia sin que lo del pasado tenga nada que ver. Una cosa es lo que los estamentos políticos deciden y otra cosa es lo que los grupos humanos deciden. Y todos los grupos humanos tienen derecho a decidir en todo momento. Además, vemos cómo cambian los mapas y las fronteras a lo largo de la historia... ¿Nos tenemos que ir al pasado? Pues no, tampoco. Es bueno conocer el pasado para defender ciertas posturas y tesis y para saber lo que nos va a pasar si seguimos por un cierto camino como siguieron los antepasados.

Eso quiere decir que la historia se repite...

Totalmente...

Marx dice en su libro «18 de Brumario de Luis Bonaparte» que los grandes hechos y personajes de la historia se repiten: una vez como tragedia y la otra, como farsa. ¿Tal vez hay algo de eso en nuestra historia?

Yo creo que no. Yo creo que los vascos una vez fuimos un pueblo con cierto poder, sobre todo con el Reino de Pamplona -más que con el de Navarra- pero por circunstancias orográficas, de clima, de poca riqueza... no tenía interés. Si nosotros hubiéramos tenido minas de oro, los romanos nos habrían aniquilado hace dos mil años; si hubiéramos tenido algo que pudiera interesar a los musulmanes también nos habrían asimilado y habríamos sido parte de Al Andalus. Lo que pasa es que nunca hemos tenido nada que haya interesado a los conquistadores.

Nadie hace una guerra de conquista para no conseguir nada. La guerra es avaricia, es el deseo de quedarse con lo que tiene el otro. Y realmente, nosotros no teníamos nada que pudiera interesar a los romanos ni a los francos ni a los godos ni a los árabes. Y eso, de alguna forma, ha permitido que este pueblo continuara, que llegara a un acuerdo con unos y otros para que pasaran y nos dejaran en paz. ¿Qué ha ocurrido? Que luego sí hemos interesado por la situación geográfica, por el golfo, por el hierro, por el carbón...

¿Cuál es el error más repetido de los vascos en la historia?

Creer que somos maravillosos... Pero no creo que sea un error. La historia es larga, larga... También nuestro error como pueblo puede ser la cabezonería, no querer hablar. Suelo poner un ejemplo: Una de las fiestas catalanas son los castells [castillos humanos]. Para hacer un castell hace falta que los de abajo estén bien unidos, bien asidos, para soportar a los que van a subir y así hasta el final. Nosotros, en cambio, apostamos a ver quien levanta la piedra más gorda, la competición... Aquellos son unión; no protestan tanto, no pelean tanto, pero consiguen cosas que nosotros no conseguimos. No es que sean cómodos; ellos van por su camino y no les hace falta estar reivindicando continuamente. Si hay un grupo de teatro de Cataluña, los catalanes van a verlo; si hay un escritor catalán, leen sus libros... Aquí hay un escritor y los demás escritores le ponen a parir, hay un pintor y los demás le sacan faltas... Es decir, falta la solidaridad que deberíamos tener y no tenemos. Ése será el carácter del país: la falta de solidaridad entre nosotros, porque somos muy solidarios con los de fuera -el mayor porcentaje de donaciones, de apoyos a las ONGs- pero no entre nosotros mismos...

Otro rasgo de los vascos, que también recoge en alguno de sus libros, es la división en bandos. ¿Saldremos alguna vez de ese círculo vicioso fatal?

[Sonrisa] No, no... Esto se inventó con Caín y Abel. No es un patrimonio exclusivo de los vascos; se ve en todos los países y lugares. Esto de las dos tendencias es tremendo pero no creo que vaya a cambiar nunca. Como la envidia, es una característica del ser humano. Pero también hay gente magnífica.

¿Cuál es la función de la literatura?

Entretener, sin más. Eso de andar dando pautas de comportamiento o tratando de influir en el lector, pues no... Y en mi caso concreto, por el tipo de literatura que hago, entretener y recordar. Y también, claro, plantear ciertas críticas.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo