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Mertxe AIZPURUA Periodista

Artistas y aleros

No empieces nunca un artículo con la palabra «no». Me lo dijo hace mucho alguien que se creía gran artista en lugar de mediocre periodista. Sostenía que iniciar una frase con la partícula negativa alejaba al lector. Digo yo que será al lector tonto, y que a ése mejor mantenerlo lejos. Cuando alguien carente de genialidad intenta convencer al resto de que su oficio es puro arte, más vale protegernos. Cada vez es más común. Pasa en todas y cada una de las profesiones: cocineros, fotógrafos, peluqueros... ya quedan pocos que no sientan el ramalazo artístico y lo peor es que las consecuencias pueden ser temibles. Te arriesgas a salir con una creación escultórica en la cabeza, a que la foto de carné te envejezca veinte años porque el «artista» es de los que remarcan las arrugas como signo de carácter, o a tener que lidiar con fiereza en tu casa con el pintor de brocha gorda que insiste en hacer un estucado en una columna que tú quieres blanca e impersonal. Para ser una moda pasajera, ya está durando mucho. Paseen por ahí y observen las construcciones. Es como si cada arquitecto se dedica a inventar su propia obra de arte, con lo cual ya no sabes si lo que ves es un caserío de Aduna o una vivienda coloreada de Antioquia. Las tendencias de «urbanismo social» -ésas que parecen inspiradas en el realismo soviético, bloques cuadrados, aristas rectas- no ayudan tampoco a hacer más habitable el entorno. Miren hacia arriba y verán que los aleros protectores van desapareciendo de las ciudades. Ya no hay cobijo ni para la lluvia ni para el sol. En fin, que es hora ya de respetar al verdadero artista, a ése que prefiere el tiempo a los relojes. Y de reivindicar los aleros también.

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