La cuestión serbio-kosovar es un problema español
Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista
El Gobierno serbio respondió desafiante al dictamen de la Corte de La Haya, que sentenció que la declaración de independencia de Kosovo no había violado la legislación internacional. Belgrado anunció entonces que presentaría la última batalla ante la Asamblea General de la ONU en un intento de frenar lo inevitable.
Pero los Balcanes no miran a los Urales, sino a Bruselas. Y la UE ha forzado a Serbia a tragarse el sapo a cambio de su promesa de que algún día sea aceptada en el club. El último combate se ha convertido en un intercambio de cromos por el que Serbia se compromete a dialogar con Kosovo sobre las cuestiones pendientes, que no son pocas ni poco peliagudas.
Decenios de represión serbia seguidos de un levantamiento armado y que tuvieron como colofón episodios recíprocos de limpieza étnica al calor de los bombardeos de la OTAN han dejado un poso de odio que debe ser tratado con sinceridad y honradez para que no se convierta en un lastre para futuras generaciones.
Serbia deberá terminar de zanjar las cuentas con su pasado pero Kosovo tiene pendiente la articulacíón de sus minorías, incluida la serbia pero también la romaní, en el nuevo Estado y el combate contra la corrupción, un mal endémico de los países que han estado tutelados.
Habrá obstáculos, pero el camino está trazado. Pese a estados que, como el español, se han quedado enrocados en su negativa a reconocer a Kosovo, apareciendo, ahora, como más panserbios que la propia Serbia. Es el precio a pagar cuando el pavor impide a uno guardar, siquiera, las formas. El ridículo. Ante sus socios.