ANÁLISIS | NACE LA TURQUIA POST-KEMALISTA
Luces, equívocos y sombras en la refundación de Turquía
A punto de cumplir una década en el poder, los islamistas «a la turca» del AKP acaban de dar la puntilla al Estado kemalista que nació, hace un siglo, de las cenizas de imperio otomano. Y lo han hecho con un éxito rotundo en un referendo celebrado justo 30 años después del último golpe de Estado militar sangriento.
Dabid LAZKANOITURBURU / Txente REKONDO
El triunfo del referéndum constitucional convocado por el Gobierno islamista del AKP marca el final del Estado kemalista y confirma la emergencia de la «nueva Turquía», libre de complejos y decidida a consolidar una estabilidad interna que le permita proyectar su nueva imagen exterior como una potencia emergente autónoma.
Las modificaciones constitucionales acabarán con la impunidad que se aseguraron los militares cuando forzaron la aprobación de la Carta Magna de 1982, hoy ya papel mojado.
Los poderes fácticos
El final de la impunidad para el todopoderoso Ejército turco no prejuzga, para nada, el final de la historia. Y es que estamos ante el inicio de un proceso de «transición» en el que, como hemos visto por estos lares, no se descarta que se haya firmado una solución de compromiso. Prueba de ello serían las recientes excarcelaciones de militares detenidos en el marco de procesos judiciales contra intentos de nuevas asonadas, como el escándalo Ergenekon.
Pero las modificaciones a la Constitución, que afectarán a un total de 26 artículos, van más allá. Sin olvidar la actualización de derechos hasta ahora conculcados, como los de sindicación y huelga en sectores como el de los funcionarios, el proyecto de refundación del Estado turco supone un golpe mortal para la propia pervivencia del Estado kemalista, amparado en la amenaza militar y en el monopolio de la judicatura, que se había convertido en un poder fáctico que lastraba toda posibilidad de reforma y que a punto estuvo de ilegalizar en 2008 al propio AKP cuando estaba en el Gobierno y un año después de que hubiera revalidado su histórica victoria de 2002.
Con la reforma constitucional, el Parlamento turco podrá designar a parte de los miembros del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, lo que, más allá de las pataletas de la oposición y sus alusiones a la «politización» de la Justicia, dibuja un panorama que puede garantizar la estabilidad política para la Turquía que encara esta nueva era multipolar de potencias emergentes.
La tercera pata de los poderes fácticos, los partidos políticos kemalistas, han sufrido una dura derrota. Tanto el panturco y ultraderechista MHP como el kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP) propugnaban el «no». En el caso de esta última formación, la derrota podría conllevar la dimisión de su nuevo líder, Kemal Kilicdaroglu, quien ni siquiera pudo votar por una cuestión administrativa y que está siendo tan contestado que podría ser reemplazado por su antecesor en el cargo, el histórico Deniz Baykal, quien se vio forzado a dimitir por un escándalo sexual.
Voto de confianza
Por contra, y con un 58% de votos a favor de su propuesta constitucional, el AKP ha logrado una aplastante victoria que hace olvidar su relativo fracaso en la última cita electoral de las municipales (37%) y que le sitúa en una posición inmejorable para revalidar, ya por tercera vez, la victoria en las generales del año próximo.
El propio primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, suena ya como candidato in pectore a la Presidencia del país. Todo un hito para un ex alcalde de Estambul que fue en su día encarcelado por defender abiertamente sus ideas islamistas.
Y es que el triunfo del AKP ha sido incontestable y su impronta ha sido evidente tanto en las grandes ciudades como en el interior de la península anatolia. El «no» sólo ha vencido, y generalmente por la mínima, a lo largo de las turísticas costas del Mar Egeo.
El Gobierno reivindica la victoria de la Turquía «conservadora (islamista), democrática (contraria a los poderes fácticos) y liberal (enfilada hacia los estándares de la UE)». Toda una paradoja esta última, la de que sean los islamistas los que cumplen con las exigencias europeas de democratización, a la que se han opuesto sin éxito los presuntos «laicos» del CHP, formación cercana a la socialdemocracia europea.
Paradoja o síntoma de que estamos ante un Estado, el turco, que atraviesa una crisis de identidad desde el final del imperio otomano de la «Sublime Puerta» y ante el que las etiquetas, como en otros casos (léase el español), sirven bien poco para entender sus propias dinámicas.
Cada vez menos Europa
Incurren en el mismo error todos los análisis que interpretan los resultados del referendo en clave de acercamiento a la UE.
Hace años que Turquía ha dejado de mirar constantemente hacia Bruselas y el AKP ha dotado a su política exterior de un nuevo rumbo que permite hablar de la «nueva Turquía»
Liderada por su ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, la política turca ha dado un viraje que se inició en 2003 con la negativa a EEUU para que las tropas invasoras de Irak cruzaran por su territorio. El colofón ha sido la iniciativa de mediación, junto con Brasil, para resolver la cuestión nuclear iraní.
La crisis desatada por el asalto militar a la «Flotilla de la Libertad» a Gaza y el enfriamiento de las relaciones con Israel, paralelo a la irrupción de Turquía como la salvadora de los musulmanes a ojos de no pocos árabes, incluidos los palestinos, completa un giro con el que Turquía dirige su mirada a Oriente, consciente sin duda de que la actual deriva de la UE -con el Estado francés de Sarkozy expulsando a los gitanos y compartiendo veto a Ankara junto con Alemania- invita a no fiar su futuro a una ansiedad, la de cumplir con los requisitos de Bruselas, que tiene escaso futuro. Turquía, con sus 73 millones de habitantes, tampoco quiere entrar en la actual UE.
Otra cosa es que llegara un día en que su inmenso mercado interior y su emergencia económica (crece al 7% anual en plena crisis económica occidental y aspira, para 2023, en convertirse en la décima potencia mundial), la convirtiera en apetecible.
La cuestión pendiente
El panorama no está exento de sombras. Sin olvidar los obstáculos que, sin duda, tratarán de interponer los poderes contra los que va dirigida, no hay duda de que esta reforma constitucional quedará coja e inacabada sin abordar el problema kurdo, que apela a la misma fundación del Estado kemalista como una nación de y sólo para los turcos.
El seguimiento del boicot defendido por el BDP, el PKK y el propio Abdullah Öcalan en Kurdistán Norte y en los barrios con fuerte presencia kurda en grandes ciudades como Estambul ha dejado en evidencia los límites de los cambios constitucionales que propugnan Erdogan y los suyos.
Los kurdos justificaron su abstención al considerar insuficientes estas reformas que, si bien ajustan cuentas con los militares y con los sectores judiciales y políticos más unionistas, están lejos de sastisfacer sus demandas, como la de rebajar el listón del 10% para acceder el Parlamento.
Consciente del riesgo que corría al convocar el referendo, Erdogan se ha prodigado en las últimas semanas en gestos y guiños hacia la comunidad kurda. Su triunfo incontestable, matizado por un 42% de «noes» inflado en cierto modo por el boicot kurdo, puede servirle de excusa para volver a pasar página. Ya hay quien apunta a que habría negociado precisamente con los militares un reparto de papeles en la cuestión kurda: El AKP cedería al Ejército la gestión «militar» y se reservaría la política, en la que se inscribirían sus intentos de condicionar la vida en Kurdistán Norte a través de los imanes y la explotación de la cuestión religiosa.
Sería, en todo caso, un grave error que invalidaría todo el actual proceso político. Más cuando los kurdos, y el propio Öcalan, han reiterado su disposición a negociar más allá incluso de protagonismos y de planteamientos maximalistas, y en favor de una solución democrática al conflicto.