GARA > Idatzia > Iritzia> Gaurkoa

JOXEAN AGIRRE AGIRRE I SOCIÓLOGO

El Imperio contraataca

El hecho de que, tras el anterior comunicado de ETA, los ataques por parte del Estado contra el movimiento independentista fueran previsibles no les resta gravedad. Por ello el autor sentencia que en el desarrolllo del proceso democrático «no podemos conferir a ninguna de las partes el derecho a utilizar la violencia». Agirre realiza éstas y otras afirmaciones dentro de una lectura interesante sobre el momento político actual.

Lo sabíamos. Tal y como ocurría en la quinta entrega de «Star Wars», cuando el malvado lord Darth Vader enviaba sus temibles destructores estelares a perseguir rebeldes por toda la galaxia, la Guardia Civil ha vuelto a embestir contra una «cúpula», llevándose a nueve independentistas vascos a las mazmorras como botín de guerra.

Pese a la arrogancia de los GAR, la boca de sus fusiles goteaba miedo la madrugada del martes. Asaltaron los domicilios de militantes de la izquierda abertzale en un momento en el que la apuesta unánime de ésta pasa por abordar la confrontación política en términos pacíficos y democráticos. Han respondido a mordiscos, jactándose de preferir de guerra y con pose altanera, como Millán Astray gritando «Viva la muerte» en la Universidad de Salamanca en 1936. No cabía esperar otra cosa tras el pronunciamiento de ETA, más aún cuando las principales cabeceras del Grupo Vocento dedicaron dos portadas consecutivas, la misma semana del anuncio de la organización armada, a desdibujar el alcance del comunicado y a alimentar contradicciones en el seno de la izquierda abertzale. Era previsible, leyendo el auto de Ismael Moreno, un juez de la Audiencia Nacional que a finales de los 80 era comisario de Policía, en el que prohibía la manifestación convocada por Adierazi EH para el pasado sábado alegando que la movilización buscaba «generar terror colectivo». Cabía imaginarlo, leyendo entre líneas las entrevistas y declaraciones de las últimas semanas de Rubalcaba, Ares, Eguiguren y Patxi López, un juego de espejos del que se proyectaba una apuesta decidida: proseguir con la estrategia represiva.

No cabe duda de que, además de entender en todo su significado la apuesta de la izquierda abertzale, los prebostes del Estado español comprenden a la perfección que el éxito de su apuesta pasa, necesariamente, por mantener a la otra parte en el «lado oscuro», es decir, el estado emocional constante, guiado por la adquisición momentánea de poder, siguiendo el guión argumental de George Lucas. Esa opción es adictiva y conduce a muchas habilidades no deseables. Retroalimenta la pedagogía de la guerra, que pretende convencer a la opinión pública de que detener, torturar y encarcelar a militantes políticos vascos es una fórmula de paz avalada por el éxito y el reconocimiento internacional. Sin un escenario de guerra abierta las razones del Estado español son las del viejo autoritarismo, las del más crudo militarismo.

Después de largas décadas aferrados a un capital simbólico de primer orden, es complicado plantear la lucha política y social, los pasos a dar, en clave unilateral. Principalmente cuando el Estado nos sigue echando encima todo su arsenal mediático y policial. Surgen las dudas, se extiende la impaciencia, miramos de soslayo al compañero de viaje, comenzamos a poner en duda nuestras propias decisiones. La importancia del tiempo y su gestión es vital en estos procesos, porque el Estado, en clave de ganancia absoluta, juega a embalsar el agua, a golpear a quien se expone, a perpetuar el conflicto violento como fórmula de bloqueo. Así pues, las incertidumbres son nuestros peores aliados en estos momentos; a quién «beneficia» la acción policial, por qué se desconvoca la manifestación de Bilbo sin ulteriores llamamientos; qué quiere decir exactamente ETA en tal renglón de su comunicado... Que no nos enreden, como dice el presidente de la «derecha regionalista tutelada» (por Rubalcaba). En los últimos doce meses, el panorama político en Euskal Herria ha girado 180 grados.

Las reacciones políticas de primer orden no han sido las difundidas por los gabinetes de prensa de los partidos españoles, ni los editoriales de las principales cabeceras de los diarios, plagados, sin excepción, de giros y adjetivos idénticos. Lo relevante han sido los emplazamientos públicos al Gobierno español desde importantes medios de comunicación europeos, las declaraciones de agentes internacionales de gran prestigio, y la reescritura de la agenda de todos los partidos de ámbito vasco. Si la primera respuesta a ETA fue vacua en muchos sentidos, las réplicas posteriores están constituyendo una cadena de reacciones que reclaman de La Moncloa y de Lakua algo más que malabares dialécticos.

En aparente paradoja, de todos los movimientos que se han producido en los últimos meses, el de ETA tal vez sea el que, en sí mismo, menos novedades aporte. Sin embargo, su valor político es proporcional a la profundidad de la dirección en la que señala y a la concatenación de pasos que invita a dar. Ese es el componente telúrico de la declaración de la organización armada; ése que ha puesto muy nerviosos a los segurócratas por excelencia: ministros, policías, carceleros, guardas jurados, víctimas subvencionadas. La evidencia de que ETA y la izquierda abertzale contemplan el futuro en clave de cambio. Ese nuevo ciclo, su apertura y desarrollo, no va a depender de los tres vértices tradicionales del escenario sistémico (PSOE, PP, PNV) sino de la determinación y de las decisiones de quienes han vuelto a abrir el melón.

Casi todos los demás vuelven a situarse a la cola de una iniciativa política innovadora. No depende del asentimiento o el pacto previo con el estado, y agrupa a distintos agentes en torno a acuerdos estratégicos de nivel y concreción superior a los de, por ejemplo, el acuerdo de Lizarra-Garazi en 1998. Perseverar en el empleo de la violencia estatal, seguir haciendo de la Guardia Civil la punta de lanza de la acción de Estado en las coordenadas del pronunciamiento de ETA y de los compromisos adquiridos por la izquierda abertzale, es consecuencia de la raquítica tradición democrática de los poderes públicos españoles. Denota intranquilidad, lo cual debe confortarnos en términos políticos, pero no relajarnos. No podemos permitir ni un solo atropello más; es intolerable que operaciones como las de esta semana conduzcan a nueve militantes vascos al laberinto del terror institucionalizado. El «éxito compartido» de un proceso democrático tendrá, como apuntaba Mario Zubiaga en esta misma sección («El veto de los buitres», GARA, 2010-09-10), diferentes planos interpretativos y lecturas de la realidad subsiguiente, pero en su desarrollo no podemos conferir a ninguna de las partes el derecho a utilizar la violencia. Hay que expresarlo alto y claro, activar a la sociedad en torno a esa exigencia. El movimiento por los derechos civiles esbozado masivamente el 11 de setiembre en el Kafe Antzokia bilbaíno ha de abrir brecha en el «muro de la vergüenza» español.

Aquí y ahora, con la espada-láser de Skywalker envainada, la ciudadanía vasca organizada es el único garante de la preservación de sus derechos. El Imperio del mal, el «lado oscuro» de la Fuerza, la ciencia-ficción del gusto de los verdugos deben quedar como objetos de compra por Internet para los seguidores de «Star Wars». Apostemos por Ray Bradbury: «Algo más en el equipaje», «El país de octubre», «Las maquinarias de la alegría», y cerremos de una vez por todas la interminable saga hollywoodiense.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo