Koldo LANDALUZE I

Siempre se agradece que alguien nos dibuje una sonrisa y Josh Radnor ha sido el culpable de cincelarnos esa tan difícil mueca de satisfacción con una comedia humilde que, en momento alguno, se aleja de sus calculadas posibilidades. Actor curtido en el medio televisivo con propuestas como “A dos metros bajo tierra” o “Ley y orden”, Radnor ha apostado muy fuerte en su ópera prima ya que, además de escribir el guión, ha alternado ambos lados de cámara, lo cual se traduce en una cierta irregularidad en lo que concierne a su labor realizadora. Pero dejemos a un lado esta minucia técnica, porque de lo que aquí se trata es de disfrutar y el cineasta cumple con su cometido al suplir esas carencias con un discurso vital cuya frescura espolea cada una de las situaciones afectivas y profesionales en las que se verá involucrado el personaje central: un aspirante a escritor que, mientras acude a una ansiada reunión con un prestigioso editor, tropezará con un niño que se ha perdido en el metro. A partir de ese instante, la rutina cotidiana del protagonista cambia por completo ya que entre el niño y él se establecerá una singular relación enmarcada en las siempre fascinantes calles de Nueva York.

Alrededor de esta relación gravitan un grupo de personajes muy bien definidos cuyas vidas se asemejan a las del común de los mortales: ríen, lloran, se enamoran, sufren y vuelven a sonreir. Como la vida misma. Esta pequeña y modesta sinfonía urbana consigue una plena complicidad con el espectador gracias a un calibrado sentido de las emociones; del llanto a la carcajada sólo media un paso y, es en ese espacio intermedio donde Radnor ha demostrado que sabe desenvolverse, creando situaciones tan cálidas como la emotiva relación que compartirán dos personas en apariencia diametralmente opuestas: la magnética chica calva del turbante y su pesado y anodino compañero de trabajo.
Nada mejor que el tintineo de unas copas y el sonido de una sonrisa para celebrar que seguimos vivos y con ganas de más.