CRíTICA zinemaldia
«Buried», Bajo tierra
Koldo LANDALUZE I
Curiosidad e inquietud. Esas podrían ser las sensaciones que inspiraba previamente el visionado de “Buried”, porque ambas cuestiones se fundaban en una pregunta: ¿Qué puede ocurrir en una película en la que el protagonista se pasa los 90 minutos de proyección enterrado en vida y en un cajón de madera? La respuesta llega de inmediato, con los primeros planos que refuerzan la sensación de angustia que padece el protagonista en cuanto despierta en su encierro de madera y recorre el espacio límite impuesto por sus captores. El reto no resultaba nada fácil, pero Rodrigo Cortés ha demostrado con este triple salto mortal sin red que es un buen narrador visual ya que su cámara, instalada en todo momento en el interior del cajón, atrapa cada una de las emociones y angustias que sufre el protagonista desde los puntos de vista más inverosímiles.
Un mechero, una linterna y la iluminación de un teléfono móvil son los contados puntos de luz con los que cuenta este interesante ejercicio cinematográfico que, a simple vista, sólo hubiera sido concebible en un corto. Precisamente es en el ambicioso recorrido de la película donde topamos con la pericia de un cineasta que ha sabido sacar todo el partido posible al recurso del móvil con el que los captores se ponen en contacto con el secuestrado. A través de las sucesivas llamadas que Ryan Reynolds realiza con sus captores, el FBI, su familia o la corporación para la que trabaja es donde va cobrando forma la trama de este inquietante proyecto, en el que vuelven a salir a la luz la mísera trastienda de la contienda de Irak. Mención especial merece la labor del único actor en escena, quien ha sabido mostrar con gran acierto cada uno de los terribles episodios emocionales por los que atraviesa durante su cautiverio. Opresiva, entretenida y con ese toque de trampa-artificio que tanto gusta en Hollywood, “Buried” es un filme que sorprende por su original punto de partida.
Curiosidad e inquietud. Esas podrían ser las sensaciones que inspiraba previamente el visionado de “Buried”, porque ambas cuestiones se fundaban en una pregunta: ¿Qué puede ocurrir en una película en la que el protagonista se pasa los 90 minutos de proyección enterrado en vida y en un cajón de madera? La respuesta llega de inmediato, con los primeros planos que refuerzan la sensación de angustia que padece el protagonista en cuanto despierta en su encierro de madera y recorre el espacio límite impuesto por sus captores. El reto no resultaba nada fácil, pero Rodrigo Cortés ha demostrado con este triple salto mortal sin red que es un buen narrador visual ya que su cámara, instalada en todo momento en el interior del cajón, atrapa cada una de las emociones y angustias que sufre el protagonista desde los puntos de vista más inverosímiles.
Un mechero, una linterna y la iluminación de un teléfono móvil son los contados puntos de luz con los que cuenta este interesante ejercicio cinematográfico que, a simple vista, sólo hubiera sido concebible en un corto. Precisamente es en el ambicioso recorrido de la película donde topamos con la pericia de un cineasta que ha sabido sacar todo el partido posible al recurso del móvil con el que los captores se ponen en contacto con el secuestrado. A través de las sucesivas llamadas que Ryan Reynolds realiza con sus captores, el FBI, su familia o la corporación para la que trabaja es donde va cobrando forma la trama de este inquietante proyecto, en el que vuelven a salir a la luz la mísera trastienda de la contienda de Irak. Mención especial merece la labor del único actor en escena, quien ha sabido mostrar con gran acierto cada uno de los terribles episodios emocionales por los que atraviesa durante su cautiverio. Opresiva, entretenida y con ese toque de trampa-artificio que tanto gusta en Hollywood, “Buried” es un filme que sorprende por su original punto de partida.