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Nuestra ilusión será vuestra derrota

«No todo lo ocurrido en setiembre ha sido maravilloso», recuerda Amparo Lasheras, pero se muestra convencida de que los últimos acontecimientos marcan el punto de partida de un trabajo que ha de abrir las puertas a la independencia y el socialismo, y en el que la ciudadanía que cree en ello está llamada a tener un protagonismo inédito.

Este mes han sucedido muchas cosas. Decisiones buenas, valientes, esperanzadoras, honradas y emocionantes. También se han dado reacciones inconcebibles y actuaciones indignantes, demasiado dolorosas, impregnadas de esa pátina gris y sibilina que va dejando el fascismo inalterable sobre el que un día se construyó la democracia.

Se diría que este mes de setiembre se aleja del verano como una tormenta detrás del arco iris, para acercarse al otoño con el ímpetu de un amante rejuvenecido, atrevido, con la convicción de que, como me escribió una amiga, tras el invierno, inevitablemente, llegará la primavera. Todo lo ocurrido ha sido tan importante que si alguien me pidiera que hiciese un esbozo, una sencilla crónica de estos veintiséis días me remitiría a tres hechos: la imagen, cargada de dignidad, de Jon Bilbao entrando en su pueblo, con los puños en alto, después de 29 años de cárcel y aislamiento; la decisión de la organización armada ETA anunciando, tras una valiente y seria reflexión, el cese de las acciones armadas y su disposición a dialogar con los firmantes del documento de Bruselas; y, en medio, una voluntad, la de la izquierda abertzale, por trabajar y avanzar contra viento y marea hacia esa utopía que muchos creemos posible, llamada independencia y socialismo. Todo lo demás, incluida la prohibición de las manifestaciones por los derechos civiles y políticos y en especial la detención y la terrible tortura infligida por la Guardia Civil a los nueve militantes abertzales, son consecuencias dolorosas y nunca deseadas del miedo que produce la responsabilidad política en aquellos que ven desmoronarse los falsos argumentos con que sostienen la legalidad de una indignidad antidemocrática de eliminación de derechos e ideas.

Todo lo ocurrido en setiembre no ha sido «maravilloso», como dice una canción pop de mis tiempos, pero, aunque sea con un alto coste de sufrimiento y rabia, ha establecido el punto de partida de un trabajo y de una lucha popular que nos corresponde en primera instancia al conjunto de la izquierda abertzale y, en segunda, a la sociedad de Euskal Herria que siente esta tierra, que vive y trabaja en ella y desea un futuro independiente, más justo, donde todas las ideas tengan su campo de acción y un espacio igualitario para el enfrentamiento político.

No soy una teórica de la política. Más bien me definiría como una periodista, aprendiz de escritora, a la que la defensa de sus ideas le ha llevado consciente pero circunstancialmente al campo de la política. Un camino parecido al que habrán transitado otras mujeres y hombres de este pueblo, de profesiones y oficios muy diferentes, a lo largo de los últimos cincuenta años; un camino en el que algunos entregaron todo lo que tenían, su vida y su libertad. Así que desde esa posición no muy ortodoxa en la instrucción política, intentaré explicar por qué considero este setiembre del 2010 un mes crucial en la historia de Euskal Herria y por qué en el esbozo de lo que puede ser un breve análisis destaco la imagen de Jon Bilbao, la decisión de ETA y la voluntad de la izquierda abertzale como líneas de cambio de una etapa que se abre paso con savia nueva en una Europa desmoronada socialmente por el neoliberalismo y envejecida en las ideas con que los estados diseñan su hegemonía. Y es que detrás de esos tres hechos contemplo a un pueblo que no renuncia a sus derechos. Veo una fuerza política sin miedo, decidida, que lucha por llevar a buen puerto su proyecto, sujetando fuerte el timón de sus principios.

La imagen de Jon Bilbao entrando en Erandio, después de cumplir una condena de 29 años por militar en ETA, trasmitía un sentir más hondo que la emoción de una excarcelación deseada y ansiada. Reflejaba dignidad. Mostraba la libertad de una vida entera, de un hombre al que se le han negado todas esas experiencias vitales que los demás hemos disfrutado con la normalidad de no tener miedo a perderlas. La imagen con los puños en alto de Jon Bilbao recordó y reveló el sólido compromiso con la liberación de Euskal Herria de todos los hombres y mujeres a los que, con venganza, se les niega la libertad y hoy envejecen, enferman o mueren en las cárceles del Estado español. Ellos y ellas, durante cincuenta años, han recorrido un duro trayecto de lucha armada, un camino que no se puede olvidar ni se debe borrar de la historia, porque hacerlo sería lo mismo que eliminar de un plumazo el conflicto político que Euskal Herria mantiene con los estados francés y español. No estamos en una etapa de olvido, estamos, como escribí en otro artículo, en un tiempo de trigo, de recoger la cosecha aunque los amaneceres sean todavía oscuros y brumosos. Tampoco es un tiempo de cerezas para solazarse con una canción revolucionaria, ni momento para crear teoría política. Sencillamente es hora de que la sociedad de Euskal Herria tome conciencia de su responsabilidad en la resolución del conflicto político que el Gobierno español, sea del color que sea, se empeña en negar, impidiendo con ello el derecho de este pueblo a ser y a decidir.

El comunicado de ETA, anunciando su decisión de «no llevar a cabo acciones armadas ofensivas» y constatando que «ha llegado el momento de realizar el cambio político» y de «construir» las condiciones democráticas que la «mayoría de la ciudadanía vasca» desea, supone un gesto de revolución consecuente y otra referencia importante que amplía las perspectivas reales de una confrontación en términos políticos de Euskal Herria con el Estado y que, según el mismo comunicado, será un proyecto «posible» si los agentes políticos, sociales y sindicales actúan con responsabilidad y el «conjunto de los ciudadanos» se implica y se compromete a continuar la lucha que nos llevará a dar «pasos irreversibles en el camino de la libertad».

En pocas palabras, ahora la responsabilidad de ser libres debe socializarse. Tal vez ha llegado el momento de que las declaraciones altisonantes de la clase política y las conversaciones sobre los inquebrantables principios revolucionarios, realizadas sin ir más allá de la barra de un bar y el sorbo de una cerveza, tomen la envergadura y la conciencia necesarias para empezar a caminar por esta época de trabajo y cosecha. Sólo así evitaremos que el Estado, con Rubalcaba, su policía y sus torturas a la cabeza, mine la ilusión, la valentía, la seriedad y el compromiso que requiere este momento de importancia histórica.

Y en este punto, es la voluntad, manifestada por la izquierda abertzale de continuar firme en las líneas trazadas por sus bases en Zutik Euskal Herria, en el documento de Alsatsu y en el apoyo al manifiesto de Bruselas, la que ofrece la lucha ideológica y los instrumentos de organización popular necesarios para la confrontación que como pueblo estamos obligados a mover y desarrollar, con prontitud, si queremos alcanzar la meta por la que Euskal Herria tanto ha luchado, sufrido y ganado. Abrir las puertas a la independencia y el socialismo es ahora un trabajo de toda la ciudadanía que cree en ello. Éste es el reto que marca y define el momento histórico que estamos viviendo en un setiembre en el que han sucedido muchas cosas.

Tengo un amigo que me suele criticar, espero que desde el afecto, el empleo en los textos de algunas frases conocidas. No le gustan. Siento discrepar con él una vez más. Cuando viajo siempre me fijo en las pintadas de los muros donde a veces se escriben los anhelos no conseguidos. Lo hago desde que un día, al final de algún verano muy joven, encontré una desesperante llamada de amor entre dos desconocidos. «Por favor no te vayas nunca, je t'aime beaucoup». Este verano, en una tapia de una casa en ruinas, en un barrio de esos que nunca se descubren en vacaciones, leí: «nuestra ilusión será vuestra derrota». Pensé que quién lo escribió aún sentía deseos de luchar y de ganar.

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