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Javier Hernández Landazabal | Gasteiz

Una nueva «vergüenza» recorre Europa

«Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no era comunista, así que no protesté. Enseguida vinieron a por los socialistas y los gremialistas, pero yo no era ni lo uno ni lo otro, así que no protesté. Después vinieron a por los judíos, pero yo no era judío, así que no protesté». La cita pertenece a un conocido poema, falsamente atribuido a Bertolt Brech, alusivo a la connivencia de la sociedad alemana con el nazismo (la versión original del mismo data de 1945 y es de Martín Niemöller, pastor protestante).

En un ejercicio de libre actualización y a tenor de las recientes deportaciones practicadas por el Gobierno francés, sin cobertura jurídica y en contra de los propios valores y principios de la Unión Europea, el poema bien podría continuar: «Luego vinieron a por los gitanos rumanos, pero yo no era gitano, así que no protesté».

Sobra matizar que la Francia de Sarkozy dista de ser la Alemania nazi. Y que tampoco -contradiciendo a la comisaria de Justicia Viviane Reding- la actual Unión Europea tiene nada que ver con aquella Europa donde, concluida la II Guerra Mundial, las potencias vencedoras (Conferencia de Potsdam) deportaron a dieciséis millones largos de personas, abandonadas todas sus pertenencias y con el trágico balance de al menos dos millones de muertos durante su forzado éxodo a pie.

Sí es, en cambio, muy similar -al margen del vergonzoso apoyo corporativista de sus mandatarios (Zapatero incluido)- la actitud general de la ciudadanía europea de hoy con la de entonces. Su falta de reacción y de respuesta, su pereza, su indiferencia, cuando no su aplauso, ante esta nueva «vergüenza» (Martina Aubry, del Partido Socialista Francés) que recorre Europa. El silencio cómplice de una sociedad mayoritariamente acomodaticia, que instalada en su mezquina burbuja de bienestar a cualquier precio, mira hacia otro lado y de nuevo calla.

Además de previsible, el final del poema, no por sabido es menos contundente y estremecedor: «Y cuando vinieron a por mí, ya no quedaba nadie que pudiera protestar».

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