De la canción de Roldán a la escuela de tocadores de cuernos de Alaña
Es uno de los instrumentos aerófonos más antiguos que se conoce: El cuerno. En la sociedad del teléfono móvil, su uso se antoja casi troglodita. Pero un vecino de Aiara lleva años estudiando su historia y haciéndolo sonar. Ahora ha creado una escuela para chavales.
Joseba VIVANCO
Cuando Roldán se vio superado por los vascones en Orreaga, hizo sonar el cuerno de marfil que colgaba de su cuello en petición de ayuda. El dato histórico lo rescata Juan Antonio Alaña para argumentar la importancia histórica de este instrumento aerófono en el que él se ha especializado y cuya afición trata ahora de sembrar entre los más pequeños. Una decena de niños y niñas de entre seis y doce años hicieron sonar sus cuernos en la reciente concentración de campaneros de Amurrio, como presentación de la nueva escuela liderada por este conocido vecino del barrio Aretaxabala, de Menagarai (Aiara).
A sus ya 60 años, Alaña no es sólo conocido en esta comarca alavesa por su implicación en el ciclismo de base, sino sobre todo por su afición a la talla y grabados de cuernos y, desde hace unos años, al toque de los mismos. «Aquí en Aiara, por ejemplo, las campanas no aparecen hasta el siglo XVII, por lo que hasta entonces la gente se comunicaba mucho con el cuerno», detalla este artesano que lleva desde la década de los 70 estudiando este instrumento.
A diferencia de los múltiples usos del tañido de las campanas, el cuerno se solía utilizar sólo como llamada. «Ahí está el caso de los montes `bocineros' de Bizkaia, desde cuyas cimas se hacía sonar el cuerno para convocar a las Juntas en Gernika», una tradición que se remonta al siglo XV y que hoy todavía se recuerda con un carácter folklórico. «El sonido del cuerno puede llegar a escucharse a quince kilómetros en zona de valles», apunta Alaña.
Tocarlo no entraña excesiva dificultad, pero hay que saber soplar y «domar» el cuerno. «Hay gente que ha llegado a sacar hasta tres notas», subraya. Alaña aprieta su boca contra la boquilla y emite un sonido característico que llama la atención de quienes le rodean, en cualquier llamada a la fiesta a la que acude en este valle alavés. Para llamar, pero también como relax. «Los celtas lo usaban también para relajar a las personas. Es una técnica que yo he hecho a mucha gente y dicen que se quedan como en una nube».
En estos años se ha convertido en todo un experto en esta técnica, antaño empleada por muchos pueblos de cualquier latitud del planeta, pero hoy olvidada víctima de las nuevas tecnologías. «Ahora todo el mundo tiene su móvil y no necesita un cuerno. Pero yo estoy muy ilusionado con esta chavalería, que dentro de sesenta años se acordará de que a principios del siglo XXI el cuerno se tocaba en Aiara. Son cosas que siempre quedan... Si en 2050 hubiera 200.000 cuernos repartidos por toda Euskal Herria, ¿eh?», sueña este también insaciable viajero, que ha hecho sonar su cuerno en la mismísima Siberia. «Allá donde voy, llevó el cuerno. El próximo viaje será a Egipto», anuncia.
A comprar los cuernos a Portugal
Lo suyo con los cuernos de astados es todo un idilio. En su caserío suma una colección de dos centenares. Tallados y serigrafiados. Hace poco regaló en persona uno, con la nana ``Haurtxo txikia'', a la Euskal Etxea de Shangai. «Alucinaban conmigo», recuerda. Muchos están repartidos por medio mundo. «Ahora me han pedido uno de Brasil», dice. Eso sí, no los vende; los regala. «No tienen precio», razona, después de invertir en cada uno de ochenta a cien horas, desde el vaciado a la creación de la boquilla, además del grabado a fuego.
Las cornamentas las tiene que adquirir en Galicia o Portugal, porque aquí no hay ganado con cuernos de gran tamaño. Y, asegura, elegirlos no resulta nada agradable... ni siquiera para el estómago. «Cuando voy me puedo traer cincuenta cuernos. Si los elige el responsable del matadero me salen más baratos, pero prefiero pagar el doble y elegirlos buenos. Eso sí, meterte allí a por ellos... hace falta valor, ¡porque aquello se mueve!», describe la nauseabunda imagen.
Pero todo sea por esta afición que la lleva siempre en su mochila, vaya a cualquier barrio o pueblo de la comarca de Aiara, viaje hasta cualquier lugar remoto del planeta. Al igual que el griego Estrabón reflejó el uso del cuerno como llamada en las Vascongadas hace ya dos mil años, Juan Antonio Alaña confía en que pequeños como Ane Miren -de la que se sorprende su habilidad con sólo siete años- perpetúen esta costumbre ancestral. Aunque sólo sea, como él suele contestar con una sonrisa cuando le preguntan, «porque donde no hay ruido, no hay fundamento». ¡Pues que suene el cuerno!