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GEORGES LAFERRIéRE | Profesor de teatro en la univerdidad de Quebec

«Hemos hecho del teatro un virus que contagia para bien al resto de asignaturas»


Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, ejerce como profesor de Didáctica de la Enseñanza del Arte Dramático en la Universidad de Quebec. Laferrière ha escrito numerosos libros y artículos sobre pedagogía del arte. Además de un referente de primer nivel de la enseñanza del arte, nunca ha abandonado la interpretación y ha dirigido numerosas obras de teatro.

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Aritz INTXUSTA | IRUÑEA

La Escuela Navarra de Teatro arranca nuevamente sus clases. Esta vez es especial, cumple 25 años. Por ello, entre otros esfuerzos, ha conseguido traer hasta sus talleres de teatro al quebequés Georges Laferrière, quien se define a sí mismo como artista y pedagogo. Enseña Arte Dramático en la Universidad de Montreal, donde el teatro ha acabado por convertirse en asignatura obligatoria tanto en primaria como en secundaria. Este viernes por la tarde, Laferrière ofrecerá una clase abierta para todos los interesados en formación teatral y educadores.

¿En qué consisten esos tres saberes que usted ha descrito en sus libros?

Existe el saber teórico, podríamos entenderlo como «saber saber». Esta rama la trabajan los científicos. Pero también existe un conocimiento didáctico, que yo denomino «saber hacer», el dominio de la técnica. Por último, nos encontramos con el «saber ser», que es el propio de los actores. La forma de aprender de un actor no es meramente intelectual. Un actor aprende a través de los sentidos, de los sentimientos. Existen las técnicas dramáticas, pero ni siquiera éstas pueden reducirse a teoría, porque constituyen algo vivo.

¿Cómo se trabaja este saber tan propio del teatro?

A través del corazón. A esto van dedicados mis talleres. Lo planteo de una forma lúdica pero los alumnos, mientras realizan los juegos y sin darse cuenta, van aprendiendo a través de un trabajo emocional. La experiencia a través de los sentidos constituye la meta. Esta forma de trabajo constituye algo típico, característico del arte dramático. En Quebec, de donde yo vengo, hemos conseguido que este trabajo se haya consolidado como asignatura en sí misma. Así, el arte dramático ha confluido con la enseñanza y se ha convertido en obligatorio tanto en primaria y como en secundaria.

¿Cómo trabajan en Quebec? ¿Qué aporta el teatro a un alumno?

El teatro es como un virus. Se contagia al resto se asignaturas, donde repercute de una forma positiva. Si empezamos a hacer un poco de teatro con niños y adolescentes, si trabajamos éste «saber ser» con técnicas teatrales, además de conseguir que aprendan arte dramático, influiremos en su forma de comportarse en el resto de asignaturas. Hemos logrado convertir al teatro en una herramienta para el resto de materias, lo que beneficia su capacidad para adquirir conocimientos teóricos. No sólo eso. Las clases de arte dramático se realizan con técnicas puramente dinámicas: los chicos interactúan, juegan y, por lo tanto, se ejercitan en el segundo de los saberes, el «saber hacer».

Pero aún nos queda llegar hasta el conocimiento teórico.

Puede decirse que ese objetivo se produce mediante un proceso inverso. A partir de vivir las cosas, de hacer las cosas, se consigue un interés del alumno de llegar más allá. De conocer el por qué, de avanzar. De esta forma, del juego y del sentimiento pasamos a la acción, a la técnica. El alumno mejora su forma de actuar y de ser. Ya no necesita aparentar ser siempre el gracioso, que al final resulta aburrido. Mediante el teatro, ha aprendido a ser vehemente, a ser serio, a ser dramático. Puede elegir el papel que mejor le conviene en cada momento tanto en el barrio como en el colegio.

Si de esta forma llega el momento en el que el alumno tiene por sí mismo el deseo de mirar más lejos, no le queda otro camino que el de indagar en la teoría.

En definitiva, usted defiende el teatro como motor de una revolución educativa.

Al menos, hemos dado la vuelta al modelo clásico. Normalmente, se estudia así: el profesor obliga al alumno a quedarse callado y quieto para atender a sus explicaciones, porque después tendrá tiempo para practicar. Nosotros, primero hacemos que lo sienta, que lo practique y después, que busque los porqués.

¿Cuánto tiempo llevan con este modelo educativo?

En Quebec llevamos 40 años con el teatro como asignatura obligatoria en primaria y secundaria. Hay que dominar el teatro y artes para tener cualquier título básico de enseñanza.

Supongo que para enseñar teatro hay que poseer una concepción clara de qué es el teatro.

Claro. El teatro es una forma creativa diferente de concebir el mundo. Es una visión emocional, radicalmente distinta, y que muchas veces ni siquiera tiene lógica. Por eso, cuando fui decano, jamás me expresé como un científico. Me resulta imposible.

¿Quién debe enseñar teatro? ¿Un profesor o un actor? ¿Un teórico o un artista?

Yo me defino como artista pedagogo. Solté esa definición en una conferencia en París en el año 1989 harto de que los artistas y los pedagogos me excluyeran. Los actores me decían que era un pedagogo, porque trabajo en un claustro de la facultad. Por el otro lado, después de ejercer de decano y dar los discursos con una nariz de payaso, los profesores tampoco me reconocían entre los suyos. En una conferencia canté «Imagine» de John Lennon y la gente se echaba las manos a la cabeza. Pero, a día de hoy, cada vez hay más profesionales que se identifican con esa definición. Hace dos años, en Barcelona se realizó una tesis sobre el papel artista pedagogo y, hace tan sólo uno, ha nacido en Catalunya la primera asociación de artistas pedagogos. Se trata de gente que pertenece al arte, pero con una profunda inquietud por la enseñanza, por transmitir saberes.

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