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Una crisis sin fondo y un Fondo sin crisis

La economía mundial está hoy más interrelacionada que nunca, y lo que ocurre en una punta del mundo afecta directamente a la economía y, por lo tanto, a la vida de miles de personas que viven en la otra punta del planeta. La crisis estructural del capitalismo ha demostrado hasta qué punto esa dimensión global es real y profundamente negativa. Uno de esos aspectos negativos es que no se han desarrollado órganos políticos que acompañen al proceso de globalización. Ese sincopado desarrollo político tiene consecuencias trágicas para millones de personas y para muchos países, que ven usurpada su voluntad política y sus decisiones económicas por agentes no elegidos democráticamente.

En los últimos años el FMI se ha ido convirtiendo progresivamente en esa clase de gobierno económico. Paradójicamente, la crisis ha supuesto un revulsivo para un FMI que hasta hace poco parecía abocado a ser otra agencia internacional fallida, similar a otros productos de esa misma época, como es el caso de la ONU. El propio director del Fondo, Dominique Strauss-Kahn, niega esa voluntad política y, en un largo reportaje realizado por «Der Spiegel», afirmaba que un gobierno de verdad debe consistir en «gente electa», algo que él asocia con el G-20. Sin embargo, y dejando de lado esa particular idea sobre el significado de democracia a escala mundial, Strauss-Kahn no dudaba en tachar a esa clase de organismos de ineficaces. Ante ese vacío de poder el FMI se dedica a lo que mejor sabe hacer: promover cambios políticos que afectan a los sistemas constitucionales de países soberanos a cambio de financiación en tiempos de crisis. Asimismo, el Fondo defiende en este momento los intereses de EEUU en un mundo más multipolar.

En un informe hecho público ayer el FMI afirma que la banca sigue siendo el «talón de aquiles» de la economía y focaliza en Europa los problemas para su recuperación. Su diagnóstico corresponde a los factores mencionados y sus recetas, además de pervertir las normas de la democracia, no favorecen a los europeos, sino a los bancos.

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