José Luis Beaumont Albisu | Abogado
Itoiz, el eco del silencio
El silencio no es, no tiene por qué ser, sinónimo de que nada ocurre. Como en las películas de suspense, el silencio puede ser premonición de los más graves acontecimientos. Esa sensación es la que pretende transmitir el autor que, al visitar el Valle de Vaiont (Italia), sintió la profunda angustia de recordar el silencio que en estos momentos rodea al pantano de Itoitz. Hace cuatro décadas, en Vaiont, un terremoto inducido por el embalse que estaba en proceso de llenado provocó la muerte de 2.000 personas. Beaumont enumera las causas para compartir ese desasosiego con informes actuales que ratifican su denuncia.
Visitando una tarde lluviosa este agosto pasado el valle de Vaiont (en el Venetto italiano, alpes orientales), el silencio reinante penetraba hasta la médula y helaba la sangre. Un silencio no sólo roto por el susurro de la lluvia cayendo incesantemente, sino también por las lápidas, por las fotos-recordatorio y por los ramos de flores que, como un reguero interminable de iconos impasibles, también imborrables, quienes no olvidan, quienes ni pueden ni quieren olvidar, mantienen en las inmediaciones de la presa y del embalse para forzar al visitante a preguntar qué ocurrió allí. Ofrecen esa información por si antes de llegar el visitante lo desconocía o para recordar lo ocurrido a quienes no lo vivieron pero lo sufrieron y, análogamente, también a quienes desde cientos de kilómetros de distancia, como nosotros, se han interesado por conocer esta más que lúgubre historia. No por capricho ni por mera curiosidad, sino porque tiempo atrás supieron, supimos, de las escalofriantes similitudes, por no decir identidades, de dos historias paralelas aunque separadas por cuatro míseras décadas. En tiempos geológicos y tectónicos ese período no pasa de equivaler al más pequeño movimiento de un segundero.
En la mañana del 9 de octubre de 1964, el monte Toc, tras numerosos avisos (pequeños deslizamientos anteriores, terremotos y ruidos) se precipitó en forma de deslizamiento de ladera sobre el vaso del embalse, entonces en fase de llenado, provoca un tsunami y una ola gigante que desbordó la presa aguas abajo, y desbordó el embalse aguas arriba, destruyendo Longarone, Erto y Caso y otras pequeñas aldeas, y matando a 2.000 personas.
No fue una catástrofe natural. La ONU, presentando 2008 como el Año Internacional del Planeta Tierra (París, 2008-2-12), identificó Vaiont como el «peor desastre ambiental en la gestión del territorio nunca antes ocurrido que haya sido provocado por el ser humano». Vaiont fue, como ya ha sido definido con anterioridad, un accidente humano dramáticamente previsible. La ONU añadió en el citado evento que «el caso Vaiont es un clásico ejemplo del fracaso de ingenieros y geólogos en comprender el problema que intentaban solucionar». Cuarenta y cinco años antes a esas 2.000 personas nadie les dio la más mínima oportunidad, no ya de comprender un problema que ellos no habían creado, sino de exigir a ingenieros y geólogos que para experimentar lo hicieran en su casa, con sus familias y con sus amigos.
El silencio lluvioso en Vaiont este agosto pasado es una réplica del silencio en Itoiz desde hace ya demasiados meses. Un silencio aquí sólo roto por los terremotos que se han empeñado en quedarse a vivir en el Valle del Irati, y por los ruidos, los mismos ruidos de Vaiont, que de cuando en vez surgen del interior de la tierra bajo nuestros pies.
A diferencia de las gentes de Vaiont, nosotros sí podemos aquí exigir a los ingenieros y a los geólogos que dejen de experimentar con la seguridad de los demás.
El silencio de Itoiz pudiera llevar a alguien a pensar que aquí no pasa nada, pero hete aquí que esa opinión contrasta abiertamente con los siguientes datos: en diciembre de 2007 el Ministerio de Medio Ambiente encarga a una consultora una «ampliación de la investigación geológica-geotécnica del embalse de Itoiz»; en noviembre del mismo año, el mismo Ministerio subvenciona a la Universidad de Almería con nada más y nada menos que 578.990 euros para la realización de «Estudios avanzados en la presa de Itoiz. Análisis y modelización de procesos naturales o inducidos en su entorno»; el mismo Ministerio y en el mismo mes subvenciona a otra consultora, en este caso con un importe de 184.108 euros, la realización de un trabajo de investigación titulado «Análisis y seguimiento del embalse de Itoiz: estabilidad de laderas, sismicidad y condiciones geotécnicas». Este último trabajo ha sido objeto de extensión o ampliación, para realizar el denominado «Estudio sismotectónico y de actividad tectónica reciente en el entorno de la presa de Itoiz (Navarra): cálculo de la peligrosidad sísmica mediante técnicas modernas», y en él están colaborando la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Castilla La Mancha, el Instituto Geológico y Minero de España y la Sección de Ingeniería Geológica del Bureau de Recherches Gélogiques et Minières (BRGM) en Orleans (Estado francés).
Aunque todos los trabajos de investigación relacionados siguen hoy su curso, las conclusiones preliminares del último de ellos (cuya finalización está ya muy próxima), que avalaron la existencia de actividad tectónica reciente en el entorno de la presa de Itoiz (lo que traducido al cristiano no significa otra cosa que la probabilidad de ocurrencia de un gran terremoto en el entorno y en cualquier momento), provocaron que la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) ocupara -literalmente hablando- algunas fincas privadas en el Valle del Irati para realizar investigaciones propias que sirvieran para contrarrestar a aquéllas que el propio Ministerio al que pertenece había encargado y está subvencionando. Para ello la CHE se trajo al Valle del Irati nada más y nada menos que a Pradeep Talwani, profesor del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad del Sur de California (EEUU), considerado mundialmente como el «padre de la sismicidad inducida» (pero, ¿no habíamos quedado que la de Itoiz no era sismicidad inducida?).
Como siempre, la Confederación Hidrográfica del Ebro lo niega. Preguntada expresamente por mí en julio pasado, a través del Ministerio en Madrid, la CHE contesta en agosto desde Zaragoza que «no tiene constancia» de estas actuaciones. Pero hete aquí de nuevo -¿quién faltará a la verdad, y por qué lo hará?- que nosotros sí tenemos constancia de estas actuaciones.
Como también cualquiera puede tener constancia de que el profesor Talwani, en el número de abril de 2010 de la prestigiosa revista «Geophysical Journal International», ya se pronunció junto con la doctora Inmaculada Durá Gómez sobre la sismicidad inducida o provocada por Itoiz.
¿No parece todo ello mucho ruido, aun sordo, para tanto silencio lúgubre? ¿O quizás estemos ante el eco del mismo silencio de Vaiont?
Si en Itoiz es meramente probable un gran terremoto en cualquier momento (hasta aquí lo natural del fenómeno), qué hemos de pensar si el mismo es inducido por el embalse (aquí radica lo artificial del fenómeno) y para coronarla el embalse está lleno (aquí, como en Vaiont, aparece la nota criminal de la cuestión).
Si Itoiz fue años atrás un auténtico atropello, sigue siendo hoy un probable accidente humano perfectamente previsible y fácilmente evitable.