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La eterna resaca de la interminable guerra afgana

Mientras se anuncian a bombo y platillo los supuestos planes de la red Al-Qaeda para atentar en distintas capitales europeas, el ciudadano de a pie de Kabul se resigna impotente ante un conflicto que no controla, pero cuyas consecuencias padece a diario.

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Karlos ZURUTUZA | Kabul

No me creo las lágrimas de [el presidente afgano, Hamid] Karzai! Pero lo más gracioso de todo es que diga que está preocupado por el futuro de Mirwais, su hijo de tres años... ¿Qué tendría que decir yo entonces?». Zanaullah tiene razón. Taxista de día y guarda de seguridad de noche, a este pastún ojeroso de 34 años apenas le da para alimentar a tres bocas más en casa.

«Teníamos que habernos metido por Talmani. Con este atasco tenemos para rato...». También tiene razón. A partir de las cuatro de la tarde, el tráfico en Kabul se convierte en una correosa pesadilla de Toyotas Corolla de la que, a menudo, sólo se puede escapar andando. Ni siquiera el convoy de tres Hummvees americanos se libra. «Move, move!», esputan los artilleros desde la torreta sacudiendo las manos. «¿Queréis que me coma el coche?», les responde desde un Toyota un hombre con barba y turbante. En el asiento trasero, inmóviles, tres burkas blancos y uno azul. Arriba, dos helicópteros Blackhawk martillean el cielo de Kabul antes de aterrizar en algún lugar de la capital.

«Dicen que las negociaciones con los talibán van por buen camino. Espero que sea así porque, si no, esto va a durar otros 30 años», señala Zanaullah. Se refiere a las recientes declaraciones del general Petraeus publicadas estos días en la prensa local. El arquitecto de la Pax Americana en Irak, ahora en Afganistán, aseguraba que «cerca de 20 grupos insurgentes de todo el país se muestran ya abiertos hacia la paz». Verdad o no, los principales mediadores en dichas supuestas negociaciones resultan ser tres ex ministros del régimen talibán alineados ahora con Karzai.

«Nadie puede ganar esta guerra. Ni siquiera durante los talibán se pudo controlar todo el país», ha declarado Maulavi Arsala Rahmani, antiguo ministro talibán de Educación reconvertido en mediador del conflicto afgano. Mientras se seguían «tendiendo manos» y «levantando puentes», un Rickshaw motorizado explotaba hace una semana causando la muerte del vice gobernador de la provincia de Ghazni y de cinco de sus escoltas. Son seis de entre los 21 muertos de media semanal que señala para 2010 un reciente informe de Naciones Unidas. Según dichos datos, este año es ya el peor desde la invasión en 2001.

Ayer mismo, el vicealcalde de Kandahar, Noor Ahmad Nazari, sucumbió a las heridas tras haber sido objetivo de un atentado perpetrado por dos hombres armados a bordo de una moto. Nazari sucedió a Azizullah Yarmal, muerto el pasado 20 de abril en un atentado cuando oraba en una mezquita de esta ciudad, capital de la provincia del mismo nombre y bastión de los talibán.

Desplazamientos peligrosos

En el centro de Kabul, el parque de Shar-e Naw es una buena alternativa al caos de ruido y polvo que aplasta la capital afgana a diario. Las alternativas de ocio pasan por un partido de cricket en el verdín, o una vertiginosa carrera de motos (entre peatones) por el anillo de asfalto alrededor. Ahmadin las alquila por 50 afganis (unos 90 céntimos) los 20 minutos. Nació en Wardakh, una localidad en la que la insurgencia es cada vez más fuerte pero lleva ya tres años en Kabul.

No le va mal, dice, aunque podría ser mejor: «Cada vez que bajo a visitar a mis padres en la aldea tengo que atravesar uno o dos checkpoints talibán. Si paran tu coche te registran hasta el móvil. Y más te vale no tener ningún nombre extranjero en tu lista de contactos, ni números en alfabeto latino», afirma este pequeño empresario de 45 años.

La sensación de claustrofobia es compartida por muchos por todo el país. Carreteras «limpias» hasta ayer mismo se ven de repente salpicadas por «explosivos improvisados» o puestos de control en los que una tarjeta de visita de un extranjero, sea un periodista americano o un peluquero turco, puede acarrear consecuencias fatales. Incluso para los locales.

«Al valle del Panshir, no problem, pero no se te ocurra ir más arriba de la aldea de Omars. A Mazar puedes ir por carretera, pero a Herat sólo en avión. Si quieres ver los agujeros de los budas en Bamiyan, coge la carretera del norte porque la más directa pasa por Wardakh». Éste es, según Ahmadin, el decálogo del viaje «seguro» por Afganistán. La «segura» carretera de Jalalabad ya no lo es tanto desde hace dos semanas. Y en la hasta ayer pacífica región nororiental de Badakhshan mataron el pasado mes a diez cooperantes de una ONG que llevaba 30 años trabajando en la zona.

Helmand, Farah, Kandahar, Nimroz y el resto del sur del país son regiones en las que, como decía el periodista vasco Mikel Aiestaran, «la presencia del Gobierno de Kabul apenas sobrepasa los muros de la casa de cada gobernador».

A las seis de la tarde ya es noche cerrada en Kabul. Los monótonos e impertinentes cláxones dan ahora paso al chasquido metálico de las persianas que se abaten con el canto del muecín. Dicen que la voz quebrada de muchos de ellos se debe al tabaco negro (Seven Stars) pero, sobre todo, a la eterna nube de contaminación sobre Kabul.

«Alá es grande», repite una voz de cazalla bajo una luna que amarillea el polvo en suspensión. Los afganos se retiran a su casa mientras la comunidad de internacionales (cooperantes, periodistas, mercenarios...) se prepara para salir de fiesta. La cerveza está a seis dólares pero todos sabían que la vida en Kabul no iba a ser fácil...

 

21 muertos

Es la media de víctimas mortales cada semana en Afganistán. El año en curso es el más sangriento desde la invasión en 2001.

EEUU VINCULA SUS BOMBARDEOS EN PAKISTÁN CON UNA ALERTA DE ATAQUES EN europa

Fuentes oficiales paquistaníes confirmaron que cinco de las ocho víctimas mortales del último bombardeo con drones eran insurgentes islamistas alemanes de origen turco.

Según la prensa alemana, la alarma por riesgo de atentados en EEUU y Europa tendría que ver con los «resultados» de los interrogatorios en la prisión de Bagram (Afganistán) a un alemán de origen paquistaní, Ahmad Siddiqui. EEUU, Gran Bretaña, Suecia y Japón han advertido a sus ciudadanos de posibles atentados. El contraespionaje francés detuvo ayer a doce sospechosos en el sur del Estado. GARA

Una gasolinera en el centro de Kabul.

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