En contra de la postura opuesta a la realización de remakes de obras maestras consideradas intocables, entiendo que para el cinéfilo es un gran disfrute ver versiones de sus películas favoritas, siempre y cuando no traicionen el espíritu original y sepan establecer un juego referencial enriquecedor. Es, precisamente, lo que sucede con «Let Me In».

Matt Reeves tiene a su favor el ser un cineasta muy creativo y sorprendente, tal como demostró en su anterior «Monstruoso». Sabía muy bien que tenía que volver sobre la novela del sueco John Ajvide Lindqvist y adaptarla a otros paisajes nevados distintos de los de los suburbios de Estocolmo, y de ahí que la película se haya rodado en el duro invierno de los helados bosques de Nuevo México.

El contexto social también cambia, porque la historia de la vampiresa encerrada en un cuerpo de niña y su vecino humano de la misma edad ha sido insertada en la realidad norteamericana de los 80.

Otro reclamo para el cinéfilo es que «Let Me In» es una producción de la Hammer y, aunque poco tiene que ver ya con la compañía británica originaria, seguirá unida al género fantástico. La marca no ha perdido su identidad en lo que se refiere a la confección de los mejores repartos para cada película, sin atender a reclamos comerciales que restarían credibilidad a los personajes.

La elección de Chloë Grace Moretz para el papel de la niña vampiro es una gran noticia para todos cuantos accedimos al potencial de esta precoz actriz gracias a «Kick-Ass». No le podían haber encontrado mejor pareja que Kodi Smit-MacPhee, revelado en «La carretera». El personaje del siervo que trabaja para la protagonista ha sido adecuado a la personalidad del gran actor Richard Jenkins. El asesino que busca las víctimas con las que la niña ha de saciar su sed de sangre aparece enfrentado a Elias Koteas, como el policía que investiga los extraños sucesos y los relaciona con los extraños inmigrantes recién llegados a su jurisdicción. Cara Buono encarna a la madre del niño.