Se salvó el resultado. Que es lo primero, pero no lo único. Al menos cuando se juega contra un rival de categoría inferior, por mucho yuyu que dieran los precedentes del propio Athletic, eliminado a las primeras de cambio por un Segunda el año pasado, y más aún de su rival, protagonista, por las mismas fechas, del célebre «alcorconazo».

El gol de Carlos Gurpegi limitó lo de ayer a tostonazo. Que lo fue, y de los buenos. No pudo evitarlo el cuadro alfarero, en el que se echó de menos un puntito más de esa intensidad con la que los modestos intentan forzar la campanada en cada edición del torneo. Tampoco el Athletic, aparentemente más preocupado de evitar el ridículo que de sentenciar la eliminatoria sin tener que esperar a San Mamés.

Y eso que Joaquín Caparrós, tal y como cabía prever -sobre todo tras conocer la convocatoria-, alineó un once de lo más liguero. Apenas se registraron dos cambios respecto al que cayó en el Sánchez Pizjuán, con la entrada previsible de Igor Gabilondo en detrimento de Iker Munian y la de Xabi Castillo en lugar de Koikili. El técnico prefirió no forzar a Jon Aurtenetxe -aunque el juvenil acabó saltando al campo en los últimos minutos-, lo que posibilitó que el lateral durangarra disputara sus primeros minutos con carácter oficial de la temporada.

Mayores fueron las diferencias respecto a lo que se vio en el césped hispalense, con un Athletic mucho más contenido. Si ésa era la consigna, lo hizo de diez. Porque apenas inquietó con un cabezazo de Gurpegi que Anuarbe sacó bajo palos, pero impidió que hubiese sobresaltos para Gorka Iraizoz. Sólo un testarazo de Cristian Alberdi que se marchó junto al palo permitió a la afición local rememorar tiempos mejores.

Los mejores minutos del partido llegaron inmediatamente después del descanso. Sobre todo porque llegó el gol del triunfo, pero también porque, por primera vez en todo el partido, se vio que ese tanto podía llegar. Los rojiblancos, más ambiciosos y con el balón en su poder, buscaron el área alfarera. Lo que, por cierto, se demostró como la mejor manera de evitar que el peligro rondase la suya. Iraola firmó los dos primeros avisos y Gurpegi, voleando un balón desde fuera del área, se encargó de sentenciar el partido y dejar la eliminatoria muy encarrilada para su equipo.

Un paso atrás, un paso adelante

Los bríos duraron poco más. La escuadra bilbaina ejerció de tío Gilito, ahorrando en balas y apostando por proteger su ventaja en una cámara blindada. Tanto que disputó los cinco últimos minutos con una línea de cinco hombres en defensa. Y como al Alcorcón no le quedaba más remedio que reaccionar -Anquela aportó su granito de arena moviendo banquillo-, el balón apenas salió de la parcela rojiblanca en la última media hora de partido.

Un planteamiento que supo más a racanería que a resultadismo, y que ni siquiera permitió tomarse un respiro a los hombres con más minutos en las piernas -los tres cambios llegaron después del ochenta-, pero que al menos el Athletic supo desarrollar a la perfección. O casi. Sólo Quini, pitxitxi de Segunda, amenazó la ventaja bilbaina, con un disparo a la media vuelta desde fuera del área, que Iraizoz detuvo en dos tiempos.

Pólvora insuficiente para evitar que el Athletic regrese de Alcorcón con pie y medio en los octavos de final.